Se genera el bien común a partir del trabajo de todos los miembros de una nación, de una comunidad. Este bien debe ser equitativamente repartido en beneficio y en pro de cada miembro del grupo. El ser humano es un ser social y sociable por excelencia, debido en gran parte a la necesidad que tiene de asociarse con otros seres para hallar el sustento. De las diversas necesidades del hombre y en la busca de ese sustento surgió toda la gama de oficios, esta gama genera los bienes, y el grueso de los bienes se entiende como bien común.
Se supone que todos los individuos deben colaborar para satisfacer las necesidades de todos. Unos, en las sociedades más básicas, se ocuparán de los alimentos, otros se encargarán de confeccionar los vestidos, algunos más se dedicarán a elaborar los utensilios de casa, un grupo estará reservado para defender a la comunidad de los invasores, etc., al mismo tiempo cada una de estas áreas estará ramificada en distintas vertientes; los alimentos implican el cuidado de ganado y la agricultura; mientras unos cultiven la tierra, otros serán pastores; quienes cultiven pueden especializarse en granos u hortalizas, no es necesario mencionar todas las variedades de granos que hay.
Toda sociedad necesita de un gobierno porque es menester organizar y administrar tanto las labores de los ciudadanos como los bienes que se generan a partir del trabajo. La función del gobierno es, en esta medida, repartir el bien común equitativamente. Todos los individuos colaboran y todos se benefician. El gobierno impartirá también la ley, la justicia; pues es necesario que por el bien de la sociedad, ningún individuo abuse de otro o violente los derechos de los demás, arrebatando por ejemplo, a otro individuo la parte de bienes que le corresponden. De esta manera, el gobierno que imparte la ley debe velar por que cada individuo tenga lo que le corresponde y a su vez respete los bienes de los demás.
¿Quién decide qué le corresponde a cada individuo? Ése es un gran conflicto. En teoría todos los individuos que aportan algo a la sociedad deberían beneficiarse por igual, o por lo menos en proporción a su esfuerzo, en la práctica las aportaciones son de diferente naturaleza en cada caso. Por ejemplo, ¿cómo medir el bien que proporciona un científico cuyo trabajo es intelectual contra el que proporciona un obrero cuyo trabajo es físico? No obstante las diferencias se entiende que cada uno aporta bienes a su modo y que ninguno es más necesario que el otro, pues, ¿qué sería del científico sin la fuerza de trabajo del obrero?, ¿cómo se vestiría y calzaría, de qué se alimentaría? Claro que el obrero le debe al científico algunas de las comodidades de que goza en su hogar, y en igual forma le debe al creador artístico el placer que proporciona la música o la literatura para sus ratos de esparcimiento.
Desafortunadamente en la sociedad capitalista los ratos de esparcimiento no están contemplados. El individuo se deshumaniza en la medida en que pierde su legítimo derecho al descanso y al placer estético. Se supone que el día que dura veinticuatro horas está dividido —gracias en gran medida a la revolución Rusa— en tres partes de ocho horas respectivamente, una de ellas que el ser humano debe dedicar a dormir —biológicamente impuesto por la madre Natura—, otra más debe dedicarla al bien de la comunidad mediante su fuerza de trabajo, y la última a sí mismo, a su familia a su esparcimiento.
Pero al sistema capitalista no le basta que el hombre dedique la tercera parte de su vida a crear el bien común, pues en principio de cuentas ese concepto se anula. El bien común ya no es de la comunidad sino del capitalista. Dice el dueño del capital que gracias a él la gente tiene sustento, que gracias a él el hombre puede vestir y calzar y alimentarse, que él en su omnipotencia mantiene vivo al hombre y en esta medida el hombre, el obrero le pertenece, por ello debe ser su esclavo, debe entregarle además las horas que le corresponden; es decir, el obrero ya no trabajará ocho horas, sino diez o doce, o hasta más. Ello no le traerá mayores beneficios en la medida en que está generando más bienes, sino que le permitirá apenas medio vivir.
Hace tiempo, todavía dos décadas atrás, la jornada laboral se consideraba de ocho horas, de hecho lo sigue siendo oficialmente, pero, ¿quiénes gozan en la actualidad de esa jornada? La ley hace que no ve nada, los empleos en la práctica son de diez y hasta de doce horas, y no faltan empleadores que ofrecen trabajos de “medio tiempo” que constan de ocho horas.
Si nos ponemos a pensar en el tiempo que entonces el hombre dedica a sí mismo, sabremos que se reducen sus ocho horas de oro a seis o cuatro, de las cuales al menos un par —siendo muy optimistas— incluyen su cuidado personal y su alimentación. En este ámbito, ¿qué queda para sonreír, para deleitarse, para caminar por un parque, para convivir con la familia, para estar a solas con uno mismo?, ¿qué queda del hombre? Nada. El hombre ya no es hombre. Hay que meditar muy seriamente cuál es la función del trabajo en nuestras vidas, qué hacemos los seres humanos en este mundo y para qué sirven los bienes si no es para que el ser humano viva feliz.
Des Consuelo.


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