Es una calamidad encontrarse con personas que se desentienden del quehacer político del país; comprendo perfectamente que el desencanto es mucho y que la pérdida de la fe, tanto en las instituciones como en la clase política, ha ido incrementándose en cantidades masivas; es totalmente comprensible que muchos de nosotros prefiramos enfocarnos en aspectos puramente personales y hacernos los ciegos y los sordos ante las horribles cosas que suceden todos los días allá afuera; mucho peor es encontrarse a personas que además de reservarse en la más terrible de las apatías, vituperan en contra de aquellos que se sostienen críticos del sistema y en defensa de los derechos no sólo propios, sino del pueblo en general; pero lo más horrible del asunto es cuando estas personas se lanzan con una ira temible y con descalificaciones injustificadas en contra de quienes se mantienen en pie de lucha.
Muchas veces he oído cosas como “ponte a trabajar”, “es una pérdida de tiempo”, “son unos ninis”, “bola de huevones y sin quehacer” y una interminable lista de insultos y difamaciones en detrimento de quienes sostienen un pensamiento reflexivo, crítico, y un sentido de justicia colectivo. Difamaciones porque en primer lugar dan por sentado que quienes empleamos parte de nuestro tiempo a la lucha de las causas sociales, no tenemos empleo, o no vamos a la escuela, o no tenemos nada que hacer con nuestro tiempo, que nos la pasamos papando moscas, pensando únicamente en contra de quién emprender nuestras críticas y juicios, y me disculpa, señor lector, pero no hay nada más alejado de la realidad.
Nosotros, como el resto, somos entes sociales, trabajadores, empleados, estudiantes que ocupamos gran parte de nuestros días a tareas bien precisas y destinadas a contribuir con el movimiento del aparato social, además tenemos nuestras necesidades personales que de igual modo consumen nuestros segundos de manera voraz; aunado a todo ello, nos damos el privilegio de buscarnos un tiempecito para emprender nuestra lucha en pos de lo que consideramos justo.
Pero dando un poco de crédito a todos aquellos que consideran que exclusivamente a base de trabajo lograremos cambiar la situación tan penosa que atraviesa nuestra nación; les diré que en efecto el trabajo es un factor indispensable para la superación de una nación y del mismo modo lo es la educación que, con el propósito de cultivar no solamente los dotes técnicos y laboristas de los individuos, se afane y ufane además, en cultivar su moral, su vena humanista, su papel ético, social y cívico; factores éstos que no podemos despreciar. Pero no sólo basta con estos elementos para arraigar la solución de todos los problemas de nuestra sociedad; es importante mantenerse crítico y vigilante para defender y garantizar que las condiciones en torno a estos dos importantísimos pilares —trabajo y estudio— se den en un clima de equidad, respeto, justicia, dignidad, y seguridad; de lo contrario es imposible pensar que únicamente el fruto de nuestro trabajo y estudio nos llevará a la nación que queremos formar.
Hay muchos que asumen que los sistemas laborales como el Norteamericano o el Europeo es lo que necesita un país como México para salir adelante, a lo que tristemente sólo puedo responder que las empresas transnacionales de nuestro país ejercen exactamente el mismo esquema de trabajo que sus filiales estadounidenses; sin embargo las prestaciones y las remuneraciones nos son las mismas. El nuestro es un sistema híbrido en el que se implementan las exigencias y responsabilidades del sistema gringo y se retribuye a cambio con pésimas condiciones laborales, con sueldos de hambre, con nula seguridad social, con tremendos abusos patronales. Es evidente que dichos sistemas no pueden ni deben operar en un pueblo como el nuestro, pues las condiciones no son iguales. En adición, el sistema neoliberal tanto en E.E.U.U como en la Unión Europea está dando claras muestras de disfuncionalidad y crisis y sólo es cuestión de tiempo para que reviente, no por factores de presión externos, sino por sus mismos preceptos que son híper capitalistas y deshumanizados.
En 2012, en México el salario mínimo por jornada laboral asciende a los $60.62 diarios promediando las tres regiones en que se divide el territorio nacional, monto que equivale a unos 4.5 dólares americanos; en contraste el salario mínimo aprobado para el mismo año en los Estados Unidos de América es de 7.25 dólares por hora, lo que se traduce en una jornada laboral de ocho horas en unos 58 dólares al día, es decir que un salario mínimo mexicano es doce veces menor que uno pagado en los Estados Unidos. No existe siquiera una correspondencia mínima entre las condiciones laborales de nuestros vecinos del norte con las que nos vemos obligados a aceptar y sufrir aquí. Además todos bien sabemos que los mexicanos de clase trabajadora no laboran sus ocho horas reglamentarias, las jornadas suelen ser de hasta doce.
Por lo anterior es inmoral atreverse a hacer una comparación y asumir que solamente con la fuerza de trabajo podemos allanar las vías de un país mejor, del mismo modo hay otros factores que contribuyen a la laceración social como lo son el pago de impuestos, la delincuencia, el mísero gasto social y la corrupción; ojo, no invito a nadie a evadir sus contribuciones; sin embargo, todos aquellos que pagamos impuestos —llámese el ISR que nos descuentan en la chamba o el IVA que grava la compra de un libro o algún otro producto o efecto personal— los tenemos que pagar, lo queramos o no. La cosa es que los impuestos en nuestro país no funcionan, o al menos no para lo que deben funcionar; de ellos debe pagarse nuestra seguridad pública y vivimos en un país acribillado por la violencia y la zozobra delincuencial.
Mientras los impuestos deberían pagar los servicios públicos y la seguridad social, vivimos en una nación en la que los servicios de salud son pésimos y la seguridad social es un espejismo. Mientras deberían garantizar servicios como agua potable, drenaje, pavimentación, alumbrado público, infraestructura urbana, vivimos en un país en el que hay miles de mexicanos asediados por la sed, despojados por las inundaciones, condenados a vivir entre pisos de tierra y tolvaneras, en penumbras, en zonas suburbanas que más parecen zonas de guerra, y amenazados por transporte colectivo que pone en riesgo sus vidas todos los días. La delincuencia nos impide generar un patrimonio legítimo; el gasto social nos impele a gastar doble en lo que nuestros impuestos deberían trabajar, y la corrupción genera miles de millones de pesos en pérdidas todos los años que son erogados por los ciudadanos de a pie. Y por si todo este antecedente fuera poca cosa, encima debemos lidiar con políticos que únicamente ejercen la función pública como un medio de beneficio y enriquecimiento personal, vendiendo al mejor postor nuestros recursos y despojándonos de nuestras mínimas garantías de seres humanos.
Por ello es tremendamente importante mantener una actitud crítica ante el devenir político del país, pues es en esa esfera donde se define todo lo que nos atañe a los ciudadanos, desde lo que vamos a cobrar por nuestro trabajo, hasta las libertades fundamentales que nos corresponden como humanos y como mexicanos y que se nos pretenden suprimir. El desentenderse de ello, y sumirse en la apatía es la apuesta de los poderosos para seguir salteando nuestro patrimonio; y peor aún, el arremeter contra quienes, aún y a pesar de todo, esgrimen un afán de lucha por lo que es justo en vez de denostar contra los verdaderos culpables, es el error más triste de todos. Si bien es terrible que se pretenda imponer a Peña en la presidencia, porque simple y sencillamente es un individuo amputado moralmente; es más grave y aterrador que existan ciudadanos amputados de la capacidad racional y crítica para no reflexionar en ello.
Ptolomeo.



Gracias por recordarnos, con ideas simples, contundentes y claras, por qué estamos en crisis, por qué vivimos una situación de riesgo. Saludos.
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