miércoles, 15 de agosto de 2012

Policias y ladrones

A veces, no pocas para mi infortunio, me encuentro con personas que no son muy distintas a mí, quiero decir, gente del pueblo, nacida y criada en el seno de un hogar de clase baja, si acaso media, que asistieron junto a mí a escuelas de educación pública, que padecieron la vida en vez de vivirla cabalmente, crecimos con miedo a muchísimas cosas, al futuro, al gobierno, al delito, a la pobreza, y sobre todo a la incertidumbre que muy probablemente se apoderaría de nuestras vidas y de nuestros sueños pueriles que jamás se volverían realidad. Me viene a la cabeza un recuerdo que era muy recurrente, me apasionaba jugar e imaginar ser bombero, o paramédico y fantasear con toda aquella vida heroica y emocionante, lo mismo iba para mis primos y mis amigos, todos nos sentíamos a bordo de una ambulancia o de un crucero de bomberos con las torretas encendidas, las sirenas abiertas surcando a toda velocidad las avenidas y las calles de la ciudad para salvar vidas humanas. Curiosamente ser policías no nos entusiasmaba ni por asomo, mis compañeros de juegos y yo, teníamos ya desde entonces, la sensación de que el oficial de la ley siempre llegaba tarde a la escena del crimen, nunca atrapaba al malhechor y  nunca podía prevenir el delito. ¡Qué triste! ¿No? Quiero decir, la vida me ha llevado a conocer a mucha gente que se desempeña como policía; son humanos como el resto, como los bomberos, los paramédicos y los demás técnicos y profesionistas, empleados y obreros que empujan a esta nación; he sabido de muchos casos de agentes íntegros, incorruptibles y heroicos pero la verdad es que la percepción popular se inclina por pensar que la policía y las fuerzas del orden —militares y civiles— no sirven para gran cosa más que para adelgazar las nóminas burocráticas. Sé que lo que digo es escandaloso y deplorable, pero más allá de rasgar nuestras vestiduras todos sabemos que es muy cierto.
Yo, desde mi niñez que debió estar surcada de ilusiones, pureza y belleza, me vi plagado de temores ante el roba-chicos, el viejo del costal, el rata y el marihuano —así llamábamos en aquel entonces al narcomenudista—. Yo viví mi niñez entre los años ochenta y los noventa, y ya desde entonces mi mente pueril se percataba de la basura social que existía, me daba perfecta cuenta de quién consumía drogas, quién las vendía, quién se hacía de la vista gorda, quién sobornaba al policía, y quién, siendo policía, aceptaba sobornos del narco. Ir más allá de dos calles era algo temerario para un niño citadino. Por favor, les pido que tengan en mente que en aquellos tiempos el país estaba en manos del PRI gobierno.
Hace un par de años en una nota periodística de televisa, mostraban lo que los niños de estos tiempos aspiran a ser, sobre todo aquellos de la franja norte donde el narco ha causado mayores estragos desde hace muchos años; los pequeños de ahora con una sonrisa ilusa en sus labios dicen que quieren ser narcos; pues, según lo que aprecian, un narco es una persona exitosa, con mucho dinero, con autos flamantes último modelo, con una vida emocionante “de película”, y sobre todo con mucho poder. Reitero ¡Que tristeza! ¿No?
Son tiempos distintos a los de la niñez mía, yo nunca hubiera querido ser narco, pesaba sobre ellos una reputación horrenda, ahora las cosas son distintas, existe una doble moral y un doble discurso; por un lado el Gobierno Federal sataniza el narcotráfico y por otra, permite e incluso instiga la proliferación de contenidos que exaltan y rescatan la figura del narco como un héroe, un especie de Robin Hood, o Chucho el Roto posmoderno. Cuando yo era un crio, la narco- violencia era cosa muy distante, sólo presente en nuestras vidas por la televisión, hoy la oigo en mi calle de la zona conurbada al D.F., a cada noche, con disparos y gritos, y percibo el olor a sangre y ya ni miedo me da. Pero entonces ¿Quién es aquí el malo y quien el bueno? Ni lo uno ni lo otro, no señor lector, aquí no hay cupo para críticas maniqueas, la verdad es que todo esto es un aparato que viene desde arriba, desde los cotos de poder del gobierno y de los cárteles que operan en conjunto y tratan de aparentar otra cosa ante los ojos del ciudadano crédulo y común.
Cada 16 de septiembre el Gobierno Federal muestra su músculo que no tiene otra función más que intimidar al pueblo (para que no se subleve); del mismo modo el narco ejerce su coalición intimidatoria con sendos secuestros y ejecuciones con el mismo fin, o ¿acaso usted cree que el Gobierno con toda esa industria armamentista que nos muestra en “desfiles” no puede de verdad en contra del narco? ¿De verdad está tan escondido el Chapo que no pueden con todo el aparato de espionaje dar con su rastro? ¿En serio cree que fue así de fácil e ingenioso su escape de la prisión? Pero la cosa es distinta cuando se trata de movimientos sociales o activistas pro-ecologistas, pro-indigenistas, pro-civiles, pro-derechos humanos, pro-etcétera, entonces ahí si se aplica toda la fuerza de la “ley”, se usan hasta tanquetas, gases lacrimógenos al por mayor, y se da en un tris con el sujeto encapuchado que lanzó una bomba molotov en un cajero automático a mitad de la noche y sin testigo alguno. Si en verdad el gobierno no puede contra la delincuencia en general con todo ese potencial que tiene, es que las cosas andan muy mal; sin embargo la realidad es que no pueden acabar con el delito porque no existe voluntad verdadera, los discursos funcionan únicamente de dientes para afuera porque la intención detrás de todo es imponer un terrorismo de estado que mantenga agachados a los de abajo; quiero decir, yo desde niño junto con mis vecinitos y amiguitos, nos percatábamos de quiénes andaban en malos pasos, ¿acaso no lo percibía el policía de barrio que está adiestrado para ello, que en tiempos como el de ahora, es un elemento profesional y encima de todo está pagado para hacerlo? ¿Qué hace uno como ciudadano? ¿Acudir al ministerio público a denunciar a los delincuentes que operan en nuestros barrios a riesgo de terminar con una bala en el cerebro por soplones? La verdad es que la cosa está muy bien planeada, al punto que muchos de nosotros han terminado sumergidos en el infierno de las drogas.
No es gratuito que a fin de sexenio, cuando la gente comienza a sublevarse y enfurecerse contra la imposición presidencial arrecien los muertos, las balaceras, las ejecuciones y las amenazas; ahí tienen a Peña retratado con un narco que en el mismo interrogatorio asegura ser amigo del candidato priísta, ya muchos no nos tragamos el cuento de que EPN se ha tomado miles de fotos con tanta gente que no puede verificar a lado de quién está posando, lo cuál, es increíble y hasta ofensivo. Y si así fuera, el señor debió cuidar los lugares que visitaba, la gente con la que se juntaba y mínimo, su equipo de seguridad, como oficiales de la ley, debieron percatarse de con quién se retrataba.
En fin, son cositas que muchos sabemos pero que nos joden todos los días, sin embargo lo que a mí me trae más molesto es que gente del pueblo que ha percibido, carecido y sufrido lo mismo que uno, incluso aquellos que han tenido la bendita dicha de cursar estudios profesionales o universitarios y que gracias a ello han podido mejorar sus condiciones de vida se pongan a denostar en contra de los de abajo que se atreven a alzar su voz acusando a los poderosos. Esos privilegiados en vez de volver a su pueblo las oportunidades dadas, se llenan de soberbia y vociferan “póngase a trabajar, revoltosos” cuando gracias al pueblo llegaron arriba. Muchos de ellos —muchos familiares míos por desgracia— van aún más lejos, pues tienen la tonta idea de que por ser empresarios, tener una plantilla a su cargo, desempeñar puestos altos, ser honestos, brindar a sus trabajadores buenas condiciones laborales, pagar impuestos, llevar el cargo con honradez y hacer las cosas como se deben, ya hacen más que suficiente para promover un cambio en nuestra nación, y no hay una forma de pensar más egoísta y errónea que el creerlo, pues todas esas cosas son las obligaciones mínimas de un ciudadano y no pueden ni deben jactarse de ello, a final de cuentas reciben un pago por su trabajo que satisface sus necesidades personales, además es obligatorio que lo hagan, pues fueron educados para eso, faltaba más; nuestro México está muy jodido, señor, y hacen falta mucho más que ciudadanos rectos para cambiar las cosas, uno debe de poner su plus, su esfuerzo sin siquiera esperar un pago de ninguna índole a cambio, a pesar incluso de los ataques ideológicos, personales y hasta físicos que uno pueda recibir por defender sus principios. México no necesita buenos patrones, obreros y empleados, necesita mucha gente que además de trabajar haga algo extra que contribuya con el cambio verdadero de nuestra nación. Muchos ya lo estamos haciendo, y la verdad es que es algo muy difícil, pero ni modo, no hay alternativa; bueno, una: olvidar, y yo creo que el mayor problema del mexicano es ese, que olvidamos demasiado rápido… o tal vez, estamos ávidos por olvidar.
Ptolomeo.

1 comentario:

  1. No es posible que la policia no sepa lo que todo el mundo sabe, en efecto, se trata de un medio de intimidación eso de la guerra contra el narco. Por otro lado es obvio que desde hace mucho tiempo narco y policia guardan íntimas e incómodas relaciones.

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