lunes, 20 de agosto de 2012

Teatro como resistencia II


Estos días, no he tenido mucho tiempo para pensar en la siguiente participación. He estado inmerso en el Tercer Festival de Teatro por la Justicia Social 2012, Actuando por la Paz. Por ello, si bien no he de refeccionar en demasía sobre lo que nos ocupa, sí puedo compartir pedacitos de un texto de Jacques Fred, intitulado: Teatro del presentar y resistencia al neoliberalismo (primera aproximación). La misma naturaleza del texto me sirve para ir aterrizando mejor mis primeras ideas.

Desde hace unas décadas, algo cambia en la forma de practicar el teatro, tanto de hacerlo como de verlo. Hoy en día nos interesa menos la representación de una historia ficticia, el desarrollo de un conflicto entre personajes. Nos interesa menos el drama y lo que su escenificación implica: la representación. En otros términos: todo lo que definía al teatro (el drama y su representación) ya no nos permite hablar de él… La atención —tanto desde la sala como desde el escenario— se dirige más hacia lo que está detrás de la historia, de los personajes y del conflicto, en lo que se presenta, en lo que se expone, en lo que sucede (se logra, se percibe) aquí y ahora, lo que se ofrece a la mirada en el presente del acto de ofrecerlo. Por ejemplo, impacta más el hecho de que el actor levante el brazo que el porqué lo levantó. Considerar la presentación por encima de la representación, es privilegiar el evento que consiste en el surgimiento de una presencia. Una presencia que, por supuesto, no se agota en la presentación: es no solamente impropia para la representación sino también a merced de las disposiciones perceptivas del que asiste a la entrada en escena del aparecer.

Ahora bien, hablar de un teatro que presenta en vez de representar equivale a subrayar cuán ajeno puede llegar a estar del sistema en el cual hoy vivimos: un sistema donde se realiza la venta espectacularizada de todo, y de todo porque todo es vendible. Este sistema Guy Debord lo califica de sociedad del espectáculo o “sistema de dominación espectacular”. Aquí, las reacciones del espectador son entramadamente determinadas, so pena de poner a mal los propósitos del espectáculo. Como recuerda Samuel Weber: “si uno se queda tranquilamente donde está, frente al televisor, entonces las catástrofes se quedarán siempre afuera, siempre un ‘objeto’ para un ‘sujeto’ —tal es la promesa implícita del medio—. Pero esta promesa consoladora se relaciona con una amenaza clara también, a pesar de que se quede inexpresada: ¡quédate donde estás! Porque si te mueves, eso puede provocar fácilmente una intervención, ya sea humanitaria o no”. En el espectáculo, se busca tener (y detener) a un espectador que siempre mira para saber lo que sigue (del “drama”) y, así, que jamás actúe. “Nos encontramos dentro de un espectáculo, pero en el cual sólo podemos mirar —el peor de los teatros tradicionales—”. Incluso, para mantener pasivo al espectador, es necesario despreciarlo. “Jamás había sido permitido mentir [a los espectadores] con tan perfecta ausencia de consecuencia. Se supone que el espectador ignora todo y no merece nada”. Esta situación del espectador explica que, en la sociedad del espectáculo, se haya “vuelto materialmente imposible hacer entender la mínima objeción al discurso mercantil”.

Tampoco en un escenario de teatro sería posible —por ineficaz— formular una objeción al discurso mercantil: sería oponer un discurso al discurso mientras el espectáculo integrado instaló una falsificación sin réplica. En realidad, no importa tanto oponerse sino diferenciarse. Se trata de reintroducir diferencias. Si el teatro puede a veces aparecer como alternativa, no es como discurso, sino como práctica, práctica humana, empezando por la más evidente: la práctica de la alteridad. Durante el acto teatral, el espectador (o el actor) descubre que sus experiencias no dependen sólo de él, sino también del otro que está frente a él (actor en un caso, espectador en otro).

En un sistema cuyo fundamento es el egoísmo (Cf. Adam Smith, La riqueza de las naciones), el teatro invita a practicar la alteridad… He aquí una manera evidente de estar completamente fuera del dispositivo espectacular. No se comunica un discurso para decir: “no es cierto, el ser humano no es fundamentalmente egoísta”, más bien se practica otra cosa que el egoísmo, se practica un ser humano diferente.

Hay que entender pues cómo el dispositivo presentativo del teatro participa de una nueva política de la percepción. La gran cuestión aquí es, al fin y al cabo, la de la percepción; en la percepción directa se juega todo. Es porque invita a una forma de percepción diferente a la del espectáculo (no comunicativa, no ideologizada, es decir respetuosa de cada ser humano) que el teatro puede llegar a darse como una alternativa al neoliberalismo. “El teatro es precisamente el dispositivo crítico que se opone lo más radicalmente al espectáculo, el analizador más perspicaz de la crisis de la representación y de la crisis concomitante del espacio público”. ¿En qué medida ese replanteamiento abre nuevas posibilidades políticas (en cuanto al vivir juntos) para el teatro? O al revés: dado que la crisis de la representación es también la crisis de la representación política, ¿qué papel puede jugar aquí la actividad teatral cuando se dedique a la presentación?>>

Asdrúbal.

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