sábado, 18 de agosto de 2012

Tejido social… ¡las hilachas!


Se calcula que por cada persona asesinada o desparecida hay alrededor de veinte personas más afectadas directamente, entre familiares, amigos y vecinos. Hagamos cuentas: en el sexenio de Felipe Calderón, a consecuencia de lo que él llama “la guerra contra el narcotráfico”, hay más de 50 mil muertos (cifra oficial) y casi 20 mil desaparecidos; ¡un millón cuatrocientas mil personas!, viudas, madres y padres, hermanos, amigos, hijos, devastados por la muerte violenta de alguien que para ellos tenía nombre y voz.
A ese millón casi y medio, agreguemos a la gente que, por su trabajo, tiene que mirar de frente a la muerte, no cualquier muerte, sino la que mutila, la que tortura, la que viola, la que deja marcas indelebles incluso en el más experimentado de los médicos forenses, en el más dedicado de los embalsamadores, en los empleados de las funerarias, en los paramédicos, en las enfermeras, en los periodistas, todos trabajando entre amenazas y verdades que incluso tienen que ocultar para salvar su vida.
A la cifra resultante que ni siquiera puedo imaginar, habrá que añadir a los desplazados, a la población que se “acostumbra” a vivir con miedo y a los que leemos los periódicos o vemos los noticieros, plagados de cifras mortuorias. ¿Cuánto le da la cuenta de este cuento? A mí, una sociedad, herida, enferma emocionalmente, destrozada.
                “Daños colaterales” dirá Felipe Calderón, al fin víctimas inocentes, no delincuentes como él nos quiere hacer creer. ¿O qué?, ¿tendremos que pensar que los hijos, las madres, los padres, los abuelos, los hermanos, los cónyuges, los vecinos, los amigos, todos en este país somos criminales? Pero aun así, suponiendo que, de pronto, gracias a la “mano firme” del señor Calderón Hinojosa, en México nos hemos dado cuenta de que somos un país de delincuentes, como si genéticamente algo nos predispusiera a ser de “los malos” (otra vez citando las palabras, siempre maniqueas, del autoritarismo febril que caracteriza a quien todavía cobra el sueldo de Presidente), ¿no se supone que en México no existe la pena de muerte?, ¿por qué los criminales mueren llevando a cuestas el letrero de “presuntos” que no es suficiente para que el señor tenga dudas?, ¿por qué le parece a él suficiente con decir que todos los asesinados eran personas implicadas en ilícitos que no se prueban?  
                  Y en el vocabulario que la insensatez de este señor, que su soberbia, que su necedad, construye para referirse a la gente masacrada, “levantada”, secuestrada, ¿cómo debemos llamar a los familiares, a los amigos, a la gente dolida que busca los rostros de sus seres amados en las fotografías de los periódicos, entre los cuerpos que encontraron en una de las muchas fosas clandestinas, en los cuarteles militares o policiacos donde los vieron por última vez?
Víctimas, sí, son víctimas, personas a las que él no ha podido bautizar de otro modo porque lo de daños colaterales le sirvió nada más para referirse a quienes murieron sin deberla pero temiéndola. Son víctimas, a las que ese señor les construirá un Memorial, monumento que ofende porque viene acompañado de su poca disposición a escucharlas, de su arrogancia cuando los miró a la cara en dos diálogos a los que se vio obligado a asistir y por su promesa rota cuando intentó vetar la Ley de Víctimas y cuando impugnó la decisión de la Suprema Corte que le negó el derecho de veto que interpuso. ¿Qué vale la palabra de quien no sabe pronunciar las cosas por su nombre?, nada, por eso la empeña sabiendo que no habrá de honrarla.
                Recuerdo que en sus primeros años de “gobierno”, Felipe Calderón hablaba de la necesidad de recomponer el tejido social, de fomentar proyectos para que los jóvenes se alejaran de la delincuencia y para devolver la confianza en la gente de los lugares en donde prevalecen los toques de queda voluntarios porque salir a la calle después de cierta hora es una verdadera película de terror. Tejido social… ¡las hilachas!, eso es lo que nos deja su sexenio, señor Calderón, eso y la promesa de que su fallida estrategia, que más parece plan de acción bien ejecutado pero al servicio de sus propios intereses, será continuada por Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI, al que usted beneficia sin tapujos, sin el menor pudor, a pesar de las acusaciones de que en su campaña hubo dinero de procedencia ilícita, sí, de los mismos grupos a los que usted asegura combatir.
Tejido social, ¿qué entiende usted de eso?, ¿qué entiende de la gente? Nada, no entiende nada. Ahora festeja su cumpleaños número cincuenta, se le ve contento, sonriente, de buen ánimo. ¡Como si hubiera algo que celebrar luego de su paso por la Presidencia! Ni empleo, ni economía, ni seguridad; señor, usted sólo ha incrementado la pobreza y el dolor, la violencia, la impunidad y el horror. Por eso, hoy que anda de plácemes, deseo con todo el corazón que a partir de este día todas sus noches sean habitadas por los malos sueños de quienes perdieron los suyos viviendo la pesadilla que usted les creó. ¡Infeliz, muy infeliz, el resto de su vida señor Felipe Calderón, Presidente ilegítimo del país que destrozó!
La Milagrosa.

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