Impunidad. Me sorprendo con las cortísimas definiciones que de esta palabra se pueden encontrar en los diferentes diccionarios. Por ejemplo, el clásico DRAE la define simplemente como “falta de castigo”, el DUE de María Moliner no es más claro ni más específico en su definición declarándolo como el “hecho de quedar sin castigo una cosa que lo merece”. El Diccionario de la Lengua Española de Espasa coincide con la definición encontrada en el DRAE y, por último, el Pequeño Larousse simplemente la califica como “cualidad de impune”. Verá usted lector, que las definiciones que nos proporcionan los diccionarios pocas veces conectan con una realidad pragmática, así que de poco nos sirven para dilucidar lo que se quiere decir con tal o cual término. Por tanto, intentaré dar un poco de luz a ese oscuro término tan de moda en nuestros tiempos. La palabra impunidad viene del latín impunitas, impunitatis que traducido a nuestro idioma quiere decir: ‘sin castigo’, ‘indemne’; el término latino está compuesto por el prefijo negativo (de negación y no de sustracción) in- y la raíz del verbo punire que significa ‘castigar’, ‘imponer una pena’. Punire se formó a partir de la raíz de la palabra latina poena que significa ‘pena’, ‘castigo’, ‘condena por un juicio’ y que, a su vez, proviene del término griego poiné, que tiene el mismo significado, y del que también se originaron palabras como: pena, penal, penado, penalizar y hasta penalti (sí, ese término que designa la máxima pena en el futbol).
Y, ¿a qué viene tanta explicación a una palabra?, dirá, y con razón, mi impaciente lector; a lo que me permito contestar con dos razonamientos derivados de todo lo anteriormente escrito: primero, la conciencia de la necesidad de un castigo a un acto que transgreda las normas sociales la encontramos desde los orígenes de la civilización; segundo, la tipificación de actos considerados como contrarios al bienestar común que van más allá de cualquier ganancia individual que no puede ser considerada “en justicia” por el simple hecho de tener una ganancia de cualquier naturaleza cuando su operación daña a la sociedad dentro de la cual se ejercita. Así, la importancia del bienestar común permanece, y debe permanecer, por encima de cualquier interés particular, siendo ésta conditio sine qua non para la factibilidad y el desarrollo integral de una sociedad en donde, para todos sus integrantes, existan condiciones similares para el desempeño de sus actividades.
Y es que el orden civil, apreciable lector, no es una condición natural del ser humano, es más bien una aceptación que implica una elección por el bienestar común, una aspiración a una existencia en una comunidad armónica y retribuyente en donde, para que esto se logre, los integrantes de la sociedad eligen renunciar a sus intereses personales a favor de los intereses de la comunidad y, como he mencionado antes, existe un castigo para los transgresores de las leyes que consolidan la sociedad.
Si aceptamos que la condición natural del humano (sí, de todos y cada uno de nosotros) es la barbarie y que, a través de la historia de la evolución de la especie humana, uno de los objetivos principales ha sido la superación de tal condición natural a través de la educación y la civilidad, esto implicaría, por deducción lógica, que el abandono de tales esfuerzos redundaría en un retroceso evolutivo tanto del individuo como de su sociedad. De ahí la importancia de una buena educación que llegue a todos los ciudadanos brindándoles la oportunidad de la evolución individual y, por tanto, de su colectividad. También de ahí la enorme importancia de que la aplicación de las penas a las transgresiones de las leyes que dan cohesión a una colectividad sea a todos los transgresores, sin excepción, dado que el privilegio de cualquier individuo, sin importar su condición u origen, que implique un acto impune (sin pena), rompe la estructura más íntima de una sociedad y, también, la más vital.
De tal suerte que, un solo individuo que atente en contra de las leyes que rigen una comunidad y cuyo acto ilegal no sea castigado debilita la estructura social de su barrio, de su ciudad y de su país. Así de trascendental es la impunidad. Así de valioso es combatirla en todos sus grados. Porque, piénselo un poco amigo lector, aquellos gobiernos que hablan de “la reconstrucción del tejido social” y cuyos funcionarios obran en contra de las leyes de su sociedad y utilizan su condición de “casta privilegiada” para quedar impunes, están destruyendo, con sus actos, aquello que quieren defender con su verborrea. Y en esto no hay distinción de colores o banderas partidistas: así, podemos hablar del retiro de las concesiones a MVS por una venganza presidencial como de la represión a los habitantes de Atenco o de la Magdalena Contreras, usted adivine a quien me estoy refiriendo.
¿Qué tal durmió FCH? (II)


No hay comentarios:
Publicar un comentario