viernes, 21 de septiembre de 2012

A cien años de distancia


Por era-del-Ser.


Afiancemos los vínculos de una nación
que parece derrumbarse;
organicemos nuestra conciencia de la especie
la conciencia nacional, hoy hecha añicos,
átomos dispersos y enemigos;
y que otros días venturosos contemplen
a los mexicanos más próximos unos a otros
en el plano misterioso y realísimo del alma.
Al fin el amor es más fácil y menos molesto que el odio;
 significa descanso y no arrebato; confianza y paz.
¡México: hazte valer!

Antonio Caso, 1924.


Hace ya cien años que las sentidas palabras que forman el epígrafe de este artículo fueron pronunciadas por el filósofo mexicano don Antonio Caso Andrade. El México de aquellos entonces se encontraba convulsionado por las guerras por el poder político posteriores a la Revolución. Los problemas que enfrentaban los mexicanos de entonces eran una sociedad desgarrada por los conflictos armados; un pueblo pobre, hambriento e iletrado y una casta política y empresarial voraz e irracional. Algunos intelectuales pugnaban por la reconstrucción de la sociedad mexicana proponiendo diversas fórmulas para lograrlo y exigiendo, tanto a la clase política como a la empresarial, tomar conciencia de la importancia de reorganizar el país y reconstruir el tejido social desgarrado por años de lucha intestina que enfrentó a mexicano contra mexicano.

            Es decepcionante que, a cien años de distancia, las condiciones sociales que hacían expresarse de tal manera a don Antonio Caso en su tiempo aún nos sigan sonando tan vigentes, tan cotidianas. El México actual, al igual que el de hace cien años, también sufre de un desgarramiento social, que no ha provocado una revolución sino una pésima decisión del gobierno de Felipe Calderón que, en su empeño por darle cierta legalidad a su gobierno espurio, declaró la guerra al narcotráfico, sumiendo con ello al país en un conflicto que suma ya más de noventa mil (90,000) muertos, más de treintaicinco mil (35,000) desaparecidos y más de dos millones y medio (2’500,000) de desplazados. El número de pobres en México también aumentó durante el gobierno calderoniano; así, en la actualidad hay en el país alrededor de cincuenta y dos millones (52’000,000) de mexicanos pobres, lo que significa que un poco menos de la mitad de la población del país se encuentra viviendo en estado de pobreza (aproximadamente el 45%) y de éstos, un poco más de veinticuatro millones (24’000,000) de mexicanos (alrededor del 18%) se encuentran en lo que se conoce pomposamente como “pobreza alimentaria”, término que define a aquellas familias mexicanas que no ganan suficiente ni para comprar su propia comida. En contraste a este deprimente panorama de pobreza en el país, en México se encuentran once (sí, 11) de los hombres más ricos del mundo, esto hace de nuestro país la segunda nación con mayor desigualdad social de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), sólo superado por Chile.

            Todas estas condiciones, a las que podemos aunarle la dolorosa impunidad imperante en nuestro país, hacen de nuestro México, de esta tierra hermosa y violentada, un verdadero polvorín, una verdadera bomba de tiempo. La tención entre el gobierno y la sociedad es, cada vez, más intensa y evidente. Las constantes manifestaciones de la molesta ciudadanía y sus diversos (y ya muy numerosos) sectores perjudicados por la política social de los últimos seis años hacen visible dicha tensión que no disminuye sino por en contrario, se ha incrementado en los últimos meses. Por otro lado, las acciones represivas al pueblo por parte de los grupos de poder también han ido en aumento, quizá motivadas por la derrota electoral del PAN y la actitud vengativa del último presidente “del cambio”.

            ¿Qué nos espera para el siguiente sexenio? Creo que, al igual que yo, un gran número de mexicanos están en una ansiosa expectativa. Los augurios no son nada halagüeños. El regreso del viejo dinosaurio al Gobierno de la República ha llenado de desconfianza a una buena parte de nuestra sociedad y las últimas acciones de Felipe Calderón, empeñado en declarar un México de dulcería que sólo él ve, hacen que la tención y la desconfianza aumenten. ¿Es, acaso, que México se encuentra impedido de dirimir sus diferencias por la vía de la legalidad y el discurso? ¿Es, tal vez, que los diferentes sectores sociales de nuestro país no se han dado cuenta de que a todos los habitantes de esta nación nos conviene un mayor equilibrio social?, o ¿Es que debemos pasar por otra traumática experiencia como la Revolución de 1910?, una cruel guerra que, al final, cambió en muy poco las condiciones de la sociedad mexicana; si no fuera así, no nos encontraríamos otra vez en, casi, las mismas condiciones: un pueblo oprimido y humillado, un pequeño grupo de privilegiados que concentra toda la riqueza del país y el poder político y económico y un gran número de ciudadanos a los que ya no les alcanza el dinero que ganan ni para medio vivir.

            Creo que va siendo tiempo de seguir las palabras de don Antonio Caso, y unirnos como país para superar nuestros atrasos y lograr hacer de este nuestro México la nación en donde todos queremos vivir: un país más justo, más equitativo; con un gobierno fuerte y responsable que no se dedique únicamente a privilegiar a unos cuantos y que no aumente el resentimiento social que orille al país a pasar nuevamente por todos aquellos conflictos que creíamos superados desde hace cien años. Va siendo tiempo de declarar, junto con Caso: ¡México: hazte valer!

            ¿Qué tal durmió FCH? (VI)

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