“La literatura al poder” reza
un pendoncillo en una pintura urbana -grafiti- de los miles que adornan las
bardas de la inconmensurable Ciudad de México, en ella se mira el interior de
un transporte colectivo colmado de gente de la clase trabajadora, estudiantil y
popular de un lugar como tantos que existen en nuestro hermoso país, en otro
pendoncillo más abajo dice con un tono que yo considero ufano y bellísimo se
lee: “La Prole”.
A los pesudos infames, a los poderosos cruentos, a los potentados
soberbios, a los empresarios inescrupulosos, a los malditos espurios y a todos
aquellos que han logrado encastrarse en aquellas alturas fustigando el brazo
trabajador de nuestra gente, se les están haciendo costumbre las malas mañas y
se les va olvidando quienes somos. Es gracias al fruto de la sangre sudor y
lágrimas -literales- del proletariado mexicano que nuestro país a pesar de
estar regido por un estado indiscutiblemente fallido es un país lleno de riquezas
patrimoniales, y al mismo tiempo colmado de riqueza arraigada por la fuerza del
trabajo y estudio de su gente. No por nada este país es tan redituable para las
empresas transnacionales que vienen a explotar la mano de obra nacional pues
representa un bajísimo costo de producción en cantidades masivas de servicios y
productos que a la postre serán vendidos miles de veces más caros de lo que en
realidad cuestan; a menudo nos tropezamos con el paradigma atroz de que lo
producido en México está mal hecho; no nos engañemos señoras y señores, de dar
crédito a esta premisa, ninguna corporación ni empresa internacional
arriesgarían su “renombre” y su capital al contratar plantillas de personal
cuyas capacidades de manufactura fueran de dudosa calidad. Por lo tanto, en el
proletariado de México no sólo descansa la movilidad y el crecimiento económico
de nuestro país, sino de otros países desarrollados que nos explotan y nos
malpagan; por ello insisto, nuestra patria se ha convertido un paraíso en
tierra para todos aquellos individuos; personas físicas y morales carentes de
ética, civismo, responsabilidad social y mucho menos vena humana; nuevamente
debo persistir en mi tesis, no nos engañemos; a menudo me enfrentado a personas
y corrientes de opinión que privilegian el papel de las empresas, sobre todo
las extranjeras, que nos “favorecen” al venir a invertir en nosotros y que por
ello debemos cuidar la imagen que “ellas” tenga de nosotros, porque no vaya a
ser que por causar “revueltas” y exigir nuestros derechos se nos vayan a
espantar y buscar un mejor país al cual darle su “precioso” dinero; de ninguna
forma la cosa va así; aunque se empeñen en hacérnoslo ver de ese modo; en el
sistema capitalista, y en este cauce neoliberal del mismo, todo esta fríamente
calculado, las empresas hacen estudios de mercado harto cuidadosos antes de
aventurarse a abrir una filial en cualquier país del mundo, contratan a
analistas políticos, demográficos, sociólogos, antropólogos, expertos en
conflictos armados y seguridad nacional, militares y hasta ministros religiosos
con el fin de obtener un panorama minucioso y preciso sobre las condiciones que
operan en los países que recibirán el “beneficio” de la inversión empresarial,
de lo contrario, ello representaría números rojos, déficit, pérdidas, quiebras,
banca rota y ninguna empresa de expansión global se puede dar ese lujo en un
mundo tan salvajemente competido como el de la economía neoliberal de nuestros
días. Ellos no regalan nada, sistemáticamente no implementarían una sucursal en
un lugar que no les reditúa; y muchas de esas empresas en México encuentran un
sinfín de beneficios que de verdad les parecen suculentos; sueldos bajos, nulas
prestaciones, inexistente responsabilidad social -¿qué es eso?-, nimio pago de
impuestos, explotación masiva y voraz de recursos naturales y humanos a
bajísimo precio, plantilla trabajadora agachona y sumisa. ¡Increíble! No somos
nosotros quienes debemos gratitud y respeto a este tipo de esquemas
empresariales y productivos, por el contrario; son esos empresarios y sus
corporaciones quienes nos deben gratitud y respeto pues se están enriqueciendo
hasta extremos inadmisibles gracias al trabajo de La prole. Por ello no nos engañemos.
México a pesar de ser un lugar históricamente sobreexplotado, robado,
usurpado, sigue siendo una tierra de ensueño, por eso es que el cinismo de la
cúpula empresarial y bandida a toda costa le urge imponer a su candidato el
ignaro Enrique Peña, porque le saben un ser corrupto, privado de sensibilidad
humana alguna y conciencia de clase, de principios, de pensamiento, al punto
que se ríen sobre su coronilla porque ni el mismo copetudo es capaz de darse
cuenta que no es el quien ejercerá el poder de nuestro México, sino las
corporaciones.

La democracia pugna por ideales bellísimos y entrañables; sin embargo desde la Grecia clásica cuando se instauró éste tipo de régimen, presentó cuestiones prácticas para ponerse en marcha tal y como fue concebida, pues muchos de los poderosos que la defendieron, simplemente se alinearon a la idea democrática para sedar la inquietud del pueblo por ser gobernados por individuos que ni siquiera tenían una ligera idea de la problemática que afectaba a la gente de a pie, día tras día. Los poderosos abrazaron la idea de que fuera el pueblo quien gobernara pero nunca se dio de un modo absoluto ni real, siempre fue en función de un senado representativo, y estamos hablando de aquellos remotísimos tiempos de los griegos. Pongo a consideración de todos ustedes un nuevo enfoque del ejercicio democrático; la democracia y las trampas de quienes a través de ella pretenden beneficiarse de manera particular, nos ha llevado a lamentarnos por la llegada a las esferas gobernantes de personajes calamitosos; gente que en efecto nunca han sentido el hambre en carne propia, ni la angustia de ser pobre, ni el miedo que provoca un asalto a mano armada, ni la injusticia de un patrón abusivo, ni mucho menos la burla de un político que se regodea en el “estado de derecho” que ni el mismo respeta y que le modifica a su modo para no perder sus dádivas y prebendas. Resumiendo; el país es extremadamente rico, sólo que esta en manos de muy, pero muy pocos, que para acabarla de fregar, son demasiadamente imbéciles y perversos. La democracia debería tornarse en meritocracia, un sistema en el que se conjugaran los valores acuñados en la democracia pero aunados a los logros que un individuo haya logrado a favor de su comunidad; que se limite el otorgamiento de las candidaturas a personas que demuestren en pruebas vigiladas por jurados populares rotativos y personajes eméritos cuya autoridad moral no esté en duda, que están conscientes de las distintas problemáticas del pueblo; en segundo lugar se debería aplicar a todos aquellos aspirantes a un cargo de representación popular un examen mínimo de conocimientos; no sé, se me ocurre al menos del nivel que tiene el examen de ingreso a la UNAM; estoy seguro de que mas del setenta porciento de los políticos que actualmente ocupan un cargo de elección popular no estarían en su curul o en su silla presidencial porque no superarían esta prueba; esta calificación debería tener un refrendo anual para demostrar que se mantienen conscientes e intelectualmente capacitados para ostentar un puesto de alto servicio público, del mismo modo sería deseable que entre más alto fuera el cargo al que se aspira, mayor debería ser la capacidad mínima intelectual y cognoscitiva para aspirar a dicho puesto. También se me ocurre que los sueldos de los altos funcionarios deberían derivar de un proceso comicial, en el que el pueblo a través de las urnas designara los sueldos que percibirán y privarles de esa capacidad de la que históricamente han venido abusando; de igual forma implementar un salario máximo para impedir los onerosos sueldos que perciben el presidente, diputado, senadores, magistrados y consejeros del IFE. Puede que algunas de estas cosas le suenan a mucho de lo planteado por AMLO, por lo que no es difícil entender porque los mismos funcionarios que acabo de citar defendieron a capa y espada a su candidato, Enrique Peña y ulteriormente sus privilegios robados, del mismo modo sé que habrá muchos a quienes este tipo de procesos les parezcan altamente antidemocrático, pero vivimos en un país en el que la democracia nos ha sido vedada desde siempre, y que en adición a esto, burlonamente se nos restriega en todo momento que debemos acatar la voluntad popular consagrada en las instituciones, así con minúscula, porque ni la I mayúscula se merecen estas pinches instituciones compradas. Le aseguro mí querido lector que si se adoptaran medidas como éstas, plenamente vigiladas y fiscalizadas por el pueblo, el de abajo, la mera prole, nos ahorraríamos penurias terribles. Le garantizo que el infame y bruto Enrique Peña, no aprobaría, hoy por hoy, sin corruptelas ni cohecho, un examen de admisión a ninguna licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México; ¿qué que tiene que ver esto con la presidencia? muchos se hicieron esta pregunta cuando el copetudo metió las cuatro patas en la FIL de Guadalajara y a todos ellos les respondo: ¡Mucho! ¿Cómo pretende gobernar un país si no tiene la capacidad intelectual, ni el mérito, ni la autoridad moral para guiar las riendas de nuestro pueblo; cuando ni siquiera ha de leer antes de firmar lo que le ponen enfrente, como liderar a un pueblo que todos los días hace muchísimos más méritos que este señor, ya no para meterse en los Pinos, sino para simple y sencillamente, ganarse el pan que se lleva a la boca? Por eso digo con ardor ¡La literatura al poder! Urge una meritocracia que privilegie el mérito y no el “ya meríto”. Es hora del Poder de las Personas, y esté poder no lo da nadie, se toma.
Ptolomeo.
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