viernes, 7 de septiembre de 2012

Otra vuelta a la tuerca

     
Por era-del-Ser.

Autoridad, seguramente todos hemos oído este término en alguna parte de nuestra vida. Es un concepto que, aunque quizá no podamos definirlo, casi todos lo podemos reconocer. Cuando pequeños conocimos la autoridad, ésta estaba representada por nuestros padres y, seguramente, reconocíamos la autoridad de nuestros padres sobre nuestros actos. Más tarde esa autoridad la encontramos en los maestros, en los tutores, en los guías espirituales y, algunas veces, también en la Autoridad, ese elemento de control social que ubicamos como parte del Sistema Judicial (policías, soldados, jueces, etc.).

            Pero, ¿de dónde emana tal virtud? Para que algo nos haga sentir Autoridad debe de establecerse un principio de superioridad y una aceptación intrínseca de tal superioridad. Por ejemplo, cuando éramos pequeños, nuestros padres representaban nuestro nivel de aspiración, aun cuando nuestro instrumento valorativo es incipiente, ya somos capaces de intuir que nuestros padres son superiores a nosotros, saben cosas que nosotros no sabemos, pueden hacer cosas que nosotros no podemos. Los admiramos, los imitamos, buscamos, en lo posible, parecernos a ellos. Más adelante, durante la época escolar, seguramente encontramos personajes a los que quisimos imitar, llegar hasta la altura que ellos habían alcanzado: como aquel maestro que mostraba un gran conocimiento o aquel que lograba hacer de sus clases una experiencia vivencial fructífera y agradable. El principio fundamental de la aceptación de la Autoridad es la legalidad en que ésta se basa. Así, aceptamos la autoridad de nuestros padres biológicos, pero nos cuesta trabajo aceptar la autoridad de un padrastro o una madrastra; algo parecido nos pasa con los maestros: la Autoridad de un buen maestro es indiscutible, pero no pasa lo mismo con aquellos que no se esmeran en su trabajo. De tal suerte que no hay Autoridad si no existe para ésta una base legal que le dé un valor positivo.

            De esta misma manera, el TRIFE ha socavado la autoridad del Gobierno de EPN, será difícil creer en el virtual presidente electo por el simple hecho de carecer de legalidad. El TRIFE, al renunciar al enjuiciamiento de los hechos y conformarse con, únicamente, validar el aspecto procedimental de la elección ha declarado “correcto el Proceso e ilegal el Gobierno” y, con ello, pretende justificar su valoración de unas elecciones que, como nunca, se vieron inmersas en evidencias ciudadanas que, si bien quizá no tengan la formalidad de lo legal (reconozco y asumo mi ignorancia en lo concerniente a las leyes), sí patentizaron hechos que impiden de facto el reconocimiento de la Autoridad del nuevo Gobierno. Nuevamente, como hace seis años, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación antepone el Procedimiento (el “haiga sido, como haiga sido”) en detrimento de la legalidad del Gobierno, otorgándole de esta manera su carácter de espurio. Nuevamente, como en el Gobierno Calderonista, el nuevo Gobierno se verá obligado a encontrar “algo” (como la Guerra de Calderón) para justificar su ilegal triunfo. Nuevamente el ciudadano mexicana se verá obligado a soportar acciones que detengan el crecimiento del país o, como en el caso del actual Gobierno, lo expongan a riesgos que atenten en contra de sus posesiones o, incluso, como en muchos casos, su propia vida.

            Y, de esta manera, nuestro México es condenado a seguir siendo el “patito feo” de la América del Norte. El pariente jodido de los países del Primer Mundo. El “patio trasero” de los gringos. Si los Gobiernos mexicanos no son capaces de ganarse el respeto de sus gobernados, mucho menos, podrán ganarse el respeto de los extranjeros. En el año 2000 México se atrevió a soñar, se atrevió a creer que era posible superar más de setenta años de pobreza, de represión, de ilegalidad, de dominio del Poder (que no implica Autoridad per se); a presenciar la muerte del Dinosaurio. El lema entonces era rotundo y contundente: “Hoy”. Hoy, peroraba aquel que terminó siendo el “Cachorro del Imperio”, aquel de triste recuerdo, él del “Comes y te vas” y del “Y yo por qué”. Caro, muy caro pagamos nuestra osadía. Doce años después tenemos un México inseguro, inestable, con mayor número de pobres, con pobres más pobres, ignorante, analfabeta funcional, con más de 90,000 (noventa mil) muertos, con cientos de miles de viudas, viudos, huérfanos, huérfanas, con casi medio país sometido por el narcotráfico y, para empeorar todo, con el regreso a la Presidencia de la República de aquellos que mantuvieron a los mexicanos sometidos y empobrecidos por más de medio siglo. Aquellos, los creadores de ese patético sistema de gobierno que Mario Vargas Llosa denominó como “La Dictadura Perfecta”. Así, nuestra actual Pareja Presidencial de cuento de hadas puede terminar convertida en nuestra peor pesadilla.

            Hoy asistimos a la exhibición del México de Felipe Calderón: un México libre, respetuoso de los derechos humanos, pacífico, seguro, progresista, económicamente estable, legal, civil. A manera de aquella “Foxilandia” de hace seis años, Calderón ha creado su propia “Fecalandia”: una tierra soñada en donde usted y yo vivimos, aunque nos cueste más cara, cada día, la comida o no encontremos empleo (y menos bien pagado) o nos muramos del miedo cada vez que la noche cae y no hemos llegado a casa.

            Ahora la gran pregunta, la terrible pregunta es: ¿qué nos espera para dentro de seis años? Como dicen en mi pueblo: “mejor ni le buiga compadre”.

            Y, por hoy, hasta aquí le dejamos. El camino se hará largo y la lucha agotadora pero la Resistencia seguirá siendo la cultura de mi pueblo.

            ¿Qué tal durmió FCH? (IV)

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