Hace unos días, durante la ceremonia de la Novena Semana Nacional de Transparencia, algunos miembros del movimiento YoSoy132 increparon con gritos de “¡asesino, asesino!” a Felipe Calderón Hinojosa. “No se vayan, si quieren nos sentamos a platicar”, contestó el señor que aún cobra el sueldo de Presidente, mientras elementos del Estado Mayor Presidencial sacaban del recinto por la fuerza a los jóvenes, quienes fueron detenidos y golpeados. Una de las pancartas que portaban los manifestantes reprochaba el gasto millonario (1, 146, 000) en el monumento conocido como La Estela de Luz y otra denunciaba los miles de asesinatos (80,000) que nos deja el sexenio que termina, a cuenta de una “guerra contra el narcotráfico” que no podemos sino entrecomillar dados sus escasos resultados en tal sentido. ¿Transparencia cuando todavía no nos aclaran cómo es que el referido monumento terminó costando más del doble de lo inicialmente planeado?, ¿invitaciones al “diálogo” desde el estrado mientras atestigua que a sus “interlocutores” los silencian y detienen sus guardaespaldas? ¡Hay que ver hasta dónde llega la cobardía y la pusilanimidad de este hombre!
Ese mismo día, refiriéndose a la fuga de 132 reos (¡oh!, matemática paradoja) del Centro de Readaptación Social de Piedras Negras en el Estado de Coahuila, el mismo personaje declaró que durante su administración todas las fugas de reos han ocurrido en cárceles estatales y ninguna en las federales. Lo que no nos explica es por qué de los prisioneros que se “saltaron las trancas”, nada más en este caso, 86 de ellos son del “fuero federal” y qué hacían en dicho penal tales delincuentes (tal vez “presuntos”, pues ya se sabe que en México se es culpable hasta que se demuestre lo contrario y los juicios para demostrar la culpabilidad se llevan años que se pasan en la cárcel). ¿De que sirve que detenga “a los malos” (como él se ufana en llamarlos, con ese lenguaje tan propio de los panistas que viven en mundos dogmáticos) si no invirtió un quinto en mejorar el sistema carcelario en su conjunto para asegurarse de que allá dentro cumplieran sus condenas? Y de los asesinados ni una palabra.
Por si ello no bastara, el Secretario de Economía, Bruno Ferrari, comparó el crecimiento del comercio exterior mexicano con el de países como Suiza y consideró que “debemos continuar nuestra guerra contra los monopolios y en contra de los poderes fácticos, sean éstos públicos o privados”, una guerra más (para estos señores que gustan de lo bélico) que vamos perdiendo, por lo visto: ¿no es la Comisión Federal de Electricidad un monopolio creado por este señor y su jefe mediante el decreto que dio por finalizada la existencia de Luz y Fuerza del Centro?, ¿no son Televisa y Televisión Azteca un duopolio de poderes fácticos a quienes han alentado ellos contra la pretensión de Slim para ingresar al negocio de la televisión de paga y usando como moneda de cambio las concesiones radiales para “castigar” a quien se atreve a mantener al aire a los poquísimos periodistas críticos que no están en medios independientes como Carmen Aristegui? Si México y Suiza son comparables en términos económicos, que alguien nos explique por qué aquí la vida no se lleva ni se siente como en Berna.
El pasado 15 de septiembre tuvimos la prueba fehaciente del gobierno de simulación que hemos padecido durante los últimos seis años, iniciado con una primera gran mentira, la del triunfo “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón. Desde el balcón más prominente del Palacio Nacional, con el semblante serio y entintado por el color verde de las luces que desde abajo tiraban mediante pequeños láser los manifestantes del YoSoy132 que lo hicieron parecer el mismísimo Linterna Verde, el inquilino (invasor) de Los Pinos dio un desangelado Grito de Independencia que fue seguido por el clamor “Fraude, fraude” de buena parte de los asistentes a la plancha del Zócalo. En la trasmisión televisiva, tomas cerradas a los rostros de los miles de soldados y policías vestidos de civil que ocuparon las partes frontales del espacio, quienes cantaban el Himno Nacional y gritos de “Viva México” grabados, como las risas previamente grabadas de un público inexistente en los programas cómicos de la década de 1970.
Después del PAN, el circo: peleas de box trasmitidas al mismo tiempo por las dos televisoras. Igual que en los tiempos olímpicos de Díaz Ordaz, así como el 3 de octubre, luego de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, el noticiero principal inició sus trasmisiones dando el estado del tiempo (“es un día soleado”), así transcurren los días en el México del 2012, parapetados tras la simulación. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española , la simulación es la “alteración aparente de la causa, la índole o el objeto verdadero de un acto o contrato”: simular es “el acto de representar algo fingiendo o imitando lo que no es”. En México la simulación es eso y más, una enfermedad con alcances de epidemia que cada día afecta más a los funcionarios y políticos de este país. Dígame si no.
Antídoto Amor.

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