De un Estado fallido no pueden esperarse fallos que no nos fallen, así que el fallo del Tribunal Federal Electoral no sorprendió a nadie; para nadie ha sido novedad y, sin embargo, han conseguido dejarnos sin palabras. Nuestro silencio es, claro está, temporal, breve, como lo es cualquier silencio causado por la estupefacción y no por el miedo, no por la falta de valor o de ganas, sino por la simple y llana incredulidad que provoca el exceso: los magistrados no aceptaron una sola, ¡una!, de las pruebas que se presentaron, ¡y vaya que eran varias!; por el contrario, dieron cauce a todos los recursos interpuestos por el PRI en contra de Andrés Manuel López Obrador y la coalición de partidos que lo hicieron candidato. Estos señores no se limitaron a cumplir con la tarea que les asignaron, sino que se regodearon en ella, llevaron el asunto mucho más allá de lo esperado, tanto que empieza a parecer ridículo, casi insignificante, tan falto de sentido que, si no fuera por lo grave de la situación, estaríamos obligados a reírnos.
Hay que reconocer en estos señores a cómicos natos, pero la culpa no es del burócrata al más puro estilo “Gutierritos”, sino de quienes lo nombra magistrado. Hay que ver la fotografía en la que se consigna la entrega de la constancia que hace “Presidente” a Enrique Peña Nieto para comprenderlo todo: en ella se ve a un disminuido Presidente del Tribunal, Alejandro Luna Ramos, encorvado, tentado a la genuflexión que su condición de burócrata lamebotas le impone; se nota que está acostumbrado a vivir de rodillas, le cuesta mantenerse en pie y es obvio que se esforzó más de lo necesario para cumplir con la vendimia que le encargaron: tenía que allanar el camino de las infames reformas que nos esperan y no se limitó a quitar las piedras, sino que decidió ponerse a sí mismo de asfalto. ¡Así le pagan!, dirán algunos; sí, es de esas personas que tienen precio, no valor.
Para aumentar el grado de hilaridad, hoy a nombre del Partido Revolucionario Institucional, se declara que “México no debe quedar atrapado en un conflicto postelectoral”; curiosa manera de ver las cosas cuando quien pretende presidir los rumbos del país tiene que hacerlo desde un bunker improvisado. Yo, sigo sin palabras, estupefacta, sorprendida no de lo que hacen, sino de lo que dicen, de la capacidad enorme que tienen para declarar tonterías. Mientras tanto, el Trife tras las rejas, el piso del Congreso fisurado y la Primera Dama telenovelera con muletas, creo que algo nos quiere decir el universo. Sí, estamos sin palabras, guardamos silencio porque es lo adecuado cuando se asiste a un entierro; velamos en paz y estamos tristes, sus gracias no nos arrancan ni media sonrisa, pero que ellos no pierdan el buen humor porque dentro de poco se los quitaremos. Nosotros, señores burócratas ungidos magistrados, no andamos por la vida encorvados, no besamos manos y fallaremos a su fallo porque cuando las instituciones nos fallan es un deber desobedecerlas.
La Milagrosa.


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