Por era-del-Ser.
En octubre de 1990, en el Encuentro Vuelta, programa organizado por Octavio Paz y coordinado por Enrique Krause, auspiciado por Televisa y dentro del gobierno de Carlos Salinas de Gortari en México, durante su intervención, Mario Vargas Llosa nominó al sistema de gobierno mexicano con aquel insigne calificativo: “La Dictadura Perfecta”. Y agregó: “La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, es México.
México tiene “todas las características de una dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido, […] que es inamovible, […] que concede suficiente espacio para la crítica en la medida que esa crítica le sirve, porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que, de alguna manera, pone en riesgo su permanencia. Una dictadura que, además, ha creado una retórica que lo justifica, una retórica de izquierda, para la cual, a lo largo de su historia, reclutó, muy eficientemente, a los intelectuales […] sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos […] pidiéndoles, más bien, una actitud crítica, porque esa era la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder. Un partido, de hecho, único, porque era el partido que financiaba a los partidos opositores”. Y continúa más adelante: “al igual que las otras dictaduras latinoamericanas, fue incapaz de traer la justicia social. No creo que se pueda decir que en México haya una mejor distribución de la riqueza que en el país promedio latinoamericano, creo que las desigualdades son tan grandes y originadas por las mismas razones de injusticia social, de corrupción que en otros países latinoamericanos”, exponía, con una clara visión del caso mexicano, el escritor peruano.
Esas arriesgadas y contundentes declaraciones de Mario Vargas Llosa lo enfrentaron con Octavio Paz durante aquella inolvidable jornada y le costó la “desinvitación” al Encuentro Vuelta (que terminó suspendiéndose tras su inexplicable ausencia) y la sutil invitación (dijeron las malas lenguas que a cargo de Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de gobernación de Carlos Salinas de Gortari) a salir discretamente del país.
Pero Mario Vargas Llosa, asumo casi con certeza, tenía una intención previa, utilizar un foro abierto e internacional para provocar al Poder en México. Quería que el Poder reaccionara, como reaccionó y, de esa manera, exhibirlo. “Es muy importante, también, denunciar el caso mexicano […] como esto se está democratizando y este país se abre a la libertad quiero ponerlo a prueba y quiero poder decirlo aquí abiertamente” declaró valientemente el escritor peruano.
Hoy, a veintidós años de aquellos inolvidables sucesos, el PRI está nuevamente en la Presidencia de la República, es dueño del Poder (o, quizá, jamás dejó de serlo) y declara a los cuatro vientos su esforzada renovación y su rompimiento con los viejos métodos de gobierno; pero, qué significa entonces la relección de dos de los líderes sindicales cuya corrupción ha sido más que suficientemente exhibida: Elba Esther Gordillo Morales y Carlos Antonio Romero Deschamps. El PRI allana nuevamente el camino de su transito hacia el Poder y no tiene interés en modificar los viejos trucos, no hay para qué, siguen funcionando dentro de una sociedad que se niega a evolucionar, a abandonar la eterna corrupción identitaria de nuestro pueblo. “El priísta que llevamos dentro”, diría Carlos Castillo Peraza, parece ser nuestro anhelado sino.
Y como para demostrar algo que ya resulta harto evidente, uno de los más virulentos líderes del movimiento #132, el vocero José Antonio Attolini Lack, estudiante de la carrera de Relaciones Internacionales y Ciencia Política en el ITAM ha pasado, de las líneas de la Resistencia, a las líneas de la Manipulación y del Discurso Maniqueo. Esa es la estrategia, nos lo dijo, ya, hace años Vargas Llosa: El PRI “…ha creado una retórica que lo justifica, una retórica de izquierda, para la cual, a lo largo de su historia, reclutó, muy eficientemente, a los intelectuales […] sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos […] pidiéndoles, más bien, una actitud crítica, porque esa era la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder…”. Comprar a los intelectuales para disfrazar la Tiranía.

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