La mayoría de nosotros, regularmente pensamos que el más grande de nuestros problemas radica en la disfunción gubernamental; asumimos que los malos gobiernos, esos que traicionan los principios democráticos, son la problemática mayor de la que se derivan el resto de los males que desgastan y corroen el tejido social; podríamos aseverar que de ahí se desprende la pobreza, la contaminación, la desigualdad social, el desempleo, la corrupción, el analfabetismo, y todos aquellos problemas que usted quiera incluir en esta lista.
En efecto, señor lector, la gran mayoría de los problemas en los que se ven inmersas las sociedades contemporáneas han sido, ya sea ocasionados, o bien, permitidos, por las administraciones públicas en las que ha permeado la corrupción o la delincuencia o incluso ambas. Pero prestemos mucha atención a lo que acabo de decirle, mi juicio implica que existe una estructura de poder que está muy por encima del gobierno y que opera detrás de él, que lo manipula y que lo infiltra con el fin de allanar sus propósitos más mezquinos. Sé muy bien que muchos me tildarán de paranoico al aseverar tal cosa; sin embargo, permítame defenderme y, muy posiblemente, después de mi argumento llegue usted a pensar que lo que le digo no es del todo descabellado.
Si nos ponemos a repasar un poco de la historia universal, no nos será difícil encontrar una cantidad bastante nutrida de episodios en los que los pueblos se enfrentan contra sus propias esferas gubernamentales, si nos ponemos a analizar esto con mayor detenimiento, nos podremos percatar de que no hay estructura gubernamental que no se haya corrompido e intentado oprimir a su gente y que, a la postre, haya sido derrocada o destituida por el descontento popular.
Las estructuras gubernamentales de los diferentes sistemas de producción (capitalismo, comunismo, fascismo, feudalismo, monarquía, etc.) se han “totalitarizado”, militarizado, se han vuelto absolutistas, fundamentalistas, despóticas y tiránicas. A todos los regímenes les pasa, es sólo cuestión de tiempo.
Pero siendo así, ¿acaso el ser humano no ha aprendido, tras tantos y tan estrepitosos descalabros, que las estructuras gubernamentales le acarrean más desgracias que beneficios? Sí y no. Sí porque a través de los milenios el hombre ha pensado y repensado las estructuras de gobierno una tras otra, las ha implementado con soñador afán, las ha derrocado con ardorosa frustración y ha emprendido los trazos para un esquema nuevo que le permita, ahora sí, alcanzar el bien común y la equidad social. Y no, porque no ha comprendido, o no del todo, que en primer lugar, las instituciones gubernamentales no deben ser un instrumento de autoridad, sino de servicio y, en segunda instancia, que los gobiernos no son, por desgracia, la causa directa de la problemática social; pero que sí son una herramienta muy valiosa para que los mezquinos se vuelvan poderosos y, del mismo modo, utilicen las instituciones de administración pública como un cerco de contención para impedir la sublevación de los aguzados y los inconformes, y como una artimaña para que a través de los “legalismos” y de la prostitución de los principios y valores del aparato de gobierno, se subviertan las reglas a favor de unos cuantos.
Quiero decir: el hombre ha avanzado muchísimo en su senda hacia el progreso legítimo, aquel progreso que no puede ser concebido sin el bienestar y elevación mutua de los intereses propios y colectivos, y no el otro progreso tan diminuto, que sólo pude ser cifrado con la acumulación de capital. Hemos, más o menos, alcanzado la abolición de muchos esclavismos; sobre todo de aquél que es intelectual; pero es verdad que en muchos aspectos parecemos no avanzar gran cosa o inclusive retroceder. La democracia de nuestros tiempos está siendo tergiversada por los poderosos y se están trastocando sus principios elementales; del mismo modo, nos quieren adulterar los ideales básicos de justicia, libertad, trabajo, igualdad, educación, generosidad, voluntad e inteligencia. Y eso es algo inadmisible.
Entonces ¿Quién diablos está detrás de las esferas de poder gubernamental? Sencillo, los malditos, los ególatras, los brutos, los tacaños, los perezosos, los estúpidos, los traidores, los inmisericordes, los impíos, los perversos y todos aquellos que están contrapuestos por definición pura con el termino humanidad. Sé que esto no le dirá gran cosa, mi querido lector, pero permítame aclararle aún más el panorama. Echemos una mirada al pasado nuevamente: Durante la Edad Media, fueron los clérigos y la iglesia a quienes debía servir el poder feudal; mucho después, en las Américas, en las colonias españolas, continuó el imperio de la fe ejerciendo su deplorable yugo; para el Siglo XI los intereses de la burguesía dictaban el funcionamiento gubernamental; para el siglo XIX el capitalismo tenía la plena autoridad de derrocar e instaurar gobiernos y naciones conforme a sus intereses; hoy en pleno siglo XXI; las cúpulas empresariales son las que tienen en sus manos la propiedad y el comando del mundo, e incluso se podría pensar que de nuestras propias vidas.
Hoy por hoy son las pocas, poquísimas empresas transnacionales las que devoran y se adueñan de todo, las que nos venden todo lo que es nuestro, las que nos quieren hacer pensar en lo afortunados que debemos sentirnos por tener la oportunidad de comprarles sus productos y servicios caros, malos y dañinos; que somos dichosos por poder ser exprimidos por ellas al trabajar en alguna de sus filiales; que somos suertudos al poder contar con plantas productoras que reactivan nuestras economías emergentes y que, de no ser por ellas, por sus sueldos de hambre y sus evasiones tributarias, estaríamos peor de lo que estamos; y todavía nos exigen sentirnos orgullosos por portar o consumir alguna de sus marcas y convertirnos así en letreros ambulantes que anuncian de a gratis sus propagandas. Somos insensibles y antisociales si no participamos en sus teletones y en sus fundaciones, si no dejamos de quejarnos y movilizarnos por no estar de acuerdo con sus atropellos; si ponemos el dedo en alguna de ellas por explotar el trabajo infantil en vez de fijarnos en sus simulaciones “humanitarias”.
Un claro ejemplo de ello es el “panfleto” que publicó Editorial Televisa titulado “Campeones de Valor” que pretende ser un libro de valores y que no me atrevo a llamar de tal modo porque, mi querido lector, esa lumpen-publicación no es ni lo uno ni lo otro. ¿Cómo es posible que una empresa neoliberal, corrupta, infiltrada por el narco, sin el más mínimo valor de la honestidad, se sienta con la autoridad moral de emitir un contenido editorial que pretende hablar de los valores? Habría que revisar el librajo para ver que tipo de valores pretende inculcar a nuestra niñez mexicana. Yo no me atrevo a echarle un ojo, mi querido lector, porque me arqueo del asco. Pero esta es una pequeña muestra del doble discurso empresarial que pretende confundir nuestros valores y principios más básicos: “¿Tienes el valor o te vale?”, dice la televisora que inculca el conformismo, la discriminación y el odio entre mexicanos y que sólo dota de valor al pesudo, al guapo, y al pendejo. “Destápate la felicidad” dice la refresquera que tiene mas del cuarenta por ciento de su mercado sólo en territorio mexicano, como si la felicidad estuviera contenida en una botella de bebida negra. “Sólo hazlo”, le dice la zapatera que esclaviza niños en la elaboración de su calzado pues sólo hacer zapatos es lo que los niños pueden hacer además de mal comer y mal dormir.
El mayor problema de nuestros tiempos, mi estimado lector, está originado por el neoliberalismo, por la visión mediática del éxito, por el sobre-privilegio que se le da a la producción sobre todo lo demás. El problema más grande de todos radica en el poder que le hemos permitido detentar a las empresas, al punto que en aras de la producción cualquier estrategia, legal o corrupta, es sólo un paso de un procedimiento empresarial que debe ser cumplimentada para allanar el “éxito global”.
Por ello es harto evidente que a las cúpulas empresariales, en el afán más inmoral de la producción capitalista, les urge la imposición de representantes gubernamentales que, como Enrique Peña, tengan 0.2% de capacidad intelectual, mínima conciencia de clase, nulos escrúpulos y “agradable” apariencia, a fin de encantar a las multitudes, para hacer de él un títere que les permita allanar el camino a su máximo beneficio.
Y, ¿cómo cambiar esto? De dos modos fundamentales, el boicot y la infiltración. Las empresas se han hecho de tanto poder gracias a nosotros, es nuestro dinero el que diariamente engorda sus costillas; si nuestro comportamiento como consumidores fuera más crítico y menos "inmediatista" podríamos elegir nuestros productos, si bien de acuerdo a las necesidades que nos emergen, obedeciendo y contemplando también, el impacto de nuestro consumo, por ejemplo, si una empresa esta implicada en escándalos por violaciones medioambientales, nosotros como consumidores podríamos exigir la corrección de sus fechorías a través del castigo de no consumo.
La segunda acción primordial consiste en la infiltración; es evidente que no se trata de meternos a las empresas y destruirlas desde dentro, pues nosotros como ciudadanos no tendríamos injerencia dentro de esas asociaciones privadas, precisamente porque su configuración sólo atañe a la índole interna y privada de la empresa; sin embargo, cuando sus acciones afectan el interés público no sólo podemos, sino debemos ejercer acciones que regulen sus conductas ¿Cómo? con la infiltración de las esferas gubernamentales pues, a pesar de que el sistema democrático actual está corrompido y disfuncional, se nos permite como ciudadanos participar en las decisiones del gobierno.
Precisamente la infiltración empresarial se ha logrado, en gran parte, por la apatía de los ciudadanos a inmiscuirse en la fiscalización de nuestras autoridades gubernamentales y eso no puede continuar de la misma manera. ¿Suena difícil? No tanto en realidad: No compres productos de empresas alevosas, y participa proactivamente en las decisiones de tu comunidad; si logramos que estas acciones se generalicen o al menos sean más incluyentes y mayoritarias, las cosas se pondrán en nuestro favor en un mediano plazo.
Sólo me resta concluir con una frase de Jeremy Rifkin: “El comercio y el gobierno no son primordiales, son instituciones secundarias, se derivan de la institución principal que es la cultura en la que la gente vive su vida […], si podemos empezar a restablecer la cultura como el centro en el que se encuentra el poder de la gente, entonces habrá una función para las corporaciones y habrá función para el gobierno, pero esas funciones tienen que ser no de dominación sino de servicio a la comunidad donde la gente vive su cultura y sus valores sociales”.
Ptolomeo.



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