En la actualidad, tener
un empleo es una especie de don precioso que nos distingue de los demás, es
casi como un símbolo de dicha, paz y bienaventuranza. El sólo hecho de “tener
trabajo” nos confiere poder, seguridad y fortuna. Pero, ¿se han preguntado de
dónde viene este “amor” por el trabajo? En efecto, procede de la
industrialización y, más concretamente, del auge del capitalismo. A fin de
analizar a detalle este fenómeno que se ha convertido hoy en día en un tema habitual,
presentaré este artículo en varias fases.
El
trabajo en la historia
En la Antigüedad, el
trabajo estaba casi exclusivamente destinado a los esclavos. El hombre libraba
batallas para conquistar territorios y pueblos y de esa manera asegurarse el sustento
basado en el trabajo de los pueblos sojuzgados. Durante la Edad Media, la
esclavitud persistió, aunque ya no como el recurso central para asegurar el
bienestar, pues surgió la figura del siervo, dedicado a sostener y procurar al
señor feudal y, por añadidura, a la comunidad. El trabajo, ese que hay que
hacer de manera disciplinada y bajo un esquema medianamente definido, estaba
destinado a los pobres, a las clases más bajas de la sociedad, ¡y ni hablar de
los esclavos! Los siervos pues, representaron la fuente o por lo menos el
origen del bienestar común, ya que en su esfuerzo y su trabajo se basó el
desarrollo de todas las demás clases sociales.
El
clero y los nobles se dedicaban unos al estudio y la espiritualidad —que ya es
bastante trabajo— y otros al goce y al placer, a dirigir los destinos y las
vidas de otros. Su posición y el don divino de la nobleza les confería un
estatus privilegiado que debía alejarlos lo más posible del trabajo. Cuestión
aparte eran los guerreros o los caballeros de épocas más avanzadas, ellos
tenían conferido uno de los dones más estimados: el de la conquista y el poder.
Sin embargo, es bien sabido que esta clase pasaba grandes periodos de tiempo
inactiva, al menos mientras esperaba la siguiente batalla o era requerida por
las clases dominantes como instrumento de poder. Fue durante la Edad Media
cuando el guerrero de antaño, que representaba el poder y la mayor dignidad de
los grupos sociales, se convirtió en un agente de cambio que no necesariamente
habría de definir la historia por sí mismo, sino bajo la dirección y el interés
de otros. Tanto socialmente como políticamente, el guerrero jugó un papel vital
para la transmisión de paradigmas y la configuración de reinos y feudos, pero
ya no como líder él mismo, sino como instrumento.
Pues
bien, a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, nuevos roles
comenzaron a surgir. Aunque durante el Renacimiento las clases se conservaron
más o menos con roles similares, lo cierto es que los nuevos descubrimientos geográficos,
los avances científicos y también el desarrollo artístico y de pensamiento[1],
propiciaron la aparición de nuevos entes sociales; por ejemplo, el
conquistador, el explorador que se aventuraba bajo el amparo de mecenas
poderosos —pero ya no siguiendo a un grupo o comandado por un líder— para
encontrar nuevas rutas o riquezas y ganarse la gloria; o el científico, el
humanista, el pensador; un ejemplo muy claro está en Leonardo Da Vinci, quien
vivió dedicado al estudio y al análisis de la esencia humana gracias también al
mecenazgo, aunque ya no bajo la tutela o el gobierno de ninguna iglesia. Ninguna
de estas figuras habría sido posible en la Edad Media. Para ser estudioso o ser
un artista en dicha época era menester formar parte del clero y, para ser
conquistador o explorador, era común haber nacido en una cuna noble para
comandar ejércitos o, como los cruzados, haber dejado de lado todo para
lanzarse a la aventura y la conquista junto con los grupos armados que otros
comandaban, siempre al servicio de alguien más.[2]
De
lado hemos dejado ese fenómeno vital para entender el valor social del trabajo
y que a pesar de las luchas sociales, de los cambios que la humanidad ha
experimentado y de la ruptura y creación de nuevos paradigmas, sigue estando
presente en muchas formas de la vida cotidiana: la esclavitud. Sí, esa “sujeción
excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u
obligación”[3].
El mayor bien que una persona puede tener es su propio trabajo, cuando otros
toman ese bien a pesar de la voluntad de alguien, entonces hay esclavitud. La
esclavitud borra por completo la dignidad de una persona, le quita incluso su
cualidad de persona al someterla a los caprichos de otro. Nacer esclavo o haber
sido sojuzgado para convertirse en un esclavo, sigue siendo la peor tragedia
que un humano puede vivir. Ahora sí, no es de extrañar que la guerra y el
guerrero fueran vistos, al menos durante las tempranas épocas de la humanidad,
como el símbolo del poder y de la bienaventuranza, ya que sólo el guerrero
podía determinar el sojuzgamiento de un pueblo.
Es
al final de la Edad Moderna (siglo XV a siglo XVIII) donde está la clave del
trabajo en nuestros días, ya que surgió una nueva clase social que dio forma y
definió la historia: la burguesía. Con los descubrimientos y los avances
tecnológicos y científicos, el mundo comenzó a valorar la economía como la
verdadera rectora de sus destinos. Si bien ya desde la Edad Antigua, el
comercio impulsó el desarrollo de civilizaciones, fue durante el Renacimiento
cuando su auge fue innegable y ocupó el centro de las transformaciones sociales
de la humanidad. Pues bien, con el impulso a la ciencia y al valor de la
tecnología que la burguesía trajo consigo, surgieron nuevas formas de trabajo y
el hombre dio paso a un paradigma de poder y de gloria: el progreso. En efecto, con la Revolución Industrial todo el panorama
cambió y esa civilización occidental que se hizo con el poder comenzó a transformar
de manera definitiva el curso de la historia.
La
burguesía trajo consigo originales formas de entender el poder. Si bien en
épocas pasadas el comercio ya era el centro del desarrollo social, con la
industrialización surgió un fenómeno que, como un tren de vapor, revolucionó de
manera vertiginosa a las sociedades humanas. Así, los territorios conquistados,
el conocimiento y los descubrimientos que la ciencia trajo consigo, además de
la relativa pacificación que los grandes imperios lograron, fueron los ingredientes
esenciales para el nacimiento de esta forma de vida. La industrialización
trastocó todas las esferas de la vida social del hombre y fue ahí donde el
trabajo cobró un valor preponderante. Ahora, para ser libre o rector de su
propio destino, el hombre ya no necesariamente debía haber nacido noble,
pertenecer a un culto religioso que no necesariamente quería, seguir a un grupo
de hombres armados en una expedición o tener el favor de una persona poderosa.
Gracias a la industrialización el hombre común por primera vez en su vida tenía
su vida en sus manos, su destino era suyo y de nadie más como en ningún otro
momento. Nuevos hombres detentaron el poder: los empresarios capitalistas
capaces de crear industrias y proveer de servicios y productos a la población,
capaces de incidir en el curso político de las naciones. Así, al menos en
teoría, las oportunidades se abrieron, porque el capital[4] se
convirtió en el factor preponderante para lograrlo. Sin embargo, no todos
lograron ser empresarios, así que pusieron su mayor capital al servicio de
otros, a cambio de gozar del bienestar económico que la industrialización trajo
consigo. Fue así como surgió, con todo
su poder, el capitalismo, es decir, el modo de vida basado en el intercambio y
explotación del capital.
¿Y
qué pasó con la esclavitud? En realidad, nunca quedó completamente abolida.
Aunque durante los siglos XVII a XIX, muchas luchas sociales se gestaron en pro
de la libertad y la igualdad —Revolución Francesa, Guerra de Secesión, luchas
sociales de Latinoamérica, etc. —, lo cierto es que incluso hoy en día ciertas
formas de esclavitud persisten. Durante la propia industrialización, los
hombres que pusieron al servicio de los grandes empresarios su mayor capital,
su trabajo, fueron en su gran mayoría vejados y sometidos, razón por la cual se
originaron primero los grupos sindicales y después los regímenes comunistas:
para proteger a los trabajadores de las condiciones de esclavitud a las que los
empresarios muchas veces los sometieron.
La
Primera y Segunda Guerra Mundial son ejemplos de la forma brutal en que el
capitalismo comenzó a regir la vida del hombre moderno. La primera surgió a
raíz de la inconformidad de los grandes imperios con la repartición que
hicieran del mundo y sus recursos, incluyendo, por supuesto, los humanos. La
segunda surgió a partir de las consecuencias políticas y económicas de la
primera y fue, durante esta guerra, cuando apareció un nuevo “nicho de mercado”
global, además de la fabulosa explotación de hidrocarburos que empujó la
industrialización en sus primeras fases: el comercio de armas e insumos para la
guerra. Muchos consideran que fue gracias a ello que Estados Unidos de
Norteamérica se colocó a la cabeza de las grandes naciones en el mundo. Hoy, la
base de su economía sigue siendo ésta.
La
siguiente fase histórica del trabajo, al menos el occidental, fue la Guerra
Fría, una pelea entre un modo de vida y el otro: el capitalismo versus el comunismo. El comunismo
establece la propiedad común de los bienes de producción, incluso del trabajo.
Los ciudadanos dejan de ser esclavos de los poderosos para convertirse en
dueños comunes de la propiedad y el capital. En regímenes como el soviético,
incluso el trabajo era visto como un bien común. Era el Estado quien debía
regir qué se haría con los medios de producción con que una nación contara.
En
la actualidad, y luego de la caída del Muro de Berlín y el fracaso de la Unión
Soviética como modelo comunista por excelencia, esta forma de gobierno se ha
transformado. Cuba, Corea del Norte, Venezuela y China, mantienen formas de
gobierno híbridas que actúan bajo principios rectores comunistas, pero abiertas
al mundo capitalista.
Con
la caída del Muro de Berlín, comenzamos a vivir una transformación radical y el
surgimiento de una nueva sociedad: la sociedad globalizada. La revolución en
los medios de comunicación globales y el auge de las nuevas tecnologías, dieron
al hombre la capacidad de ubicarse y trabajar ya no sólo en cualquier parte del
mundo, sino desde cualquier parte del mundo. Así, conceptos como competitividad y productividad se volvieron valores comunes al lenguaje del mundo
globalizado y la sociedad se transformó de tal modo que hoy podemos decir que ya
no son los gobiernos los que tienen el verdadero poder, sino la clase
empresarial capaz de moverlo todo con su dinero.
El
trabajo para el mundo es hoy el bien más preciado, la moneda de cambio y el
símbolo del poder y la libertad por excelencia. Quien tiene la capacidad no
sólo de descubrir y hallar nuevas formas de explotación de recursos y
materiales, detenta el poder. De ahí que sea tan común en nuestra sociedad ver
al trabajo como el mayor bien posible. Si hay trabajo entonces lo demás está
bien. ¿Qué pasa con México?
Damiana
[1] No caigamos en errores comunes de estudio histórico. La
Edad Media no fue una época de absoluta oscuridad y ceguera y el Renacimiento
no necesariamente significó una “iluminación” absoluta para la humanidad. Lo
cierto es que ambas épocas tuvieron paradigmas que las distinguieron.
[2]
Mención aparte merece Rodrígo Díaz, el mio Cid, quien desobedeció a su rey, lo
desafió y con ello rompió el paradigma del guerrero medieval.
[3]
Esclavitud. Diccionario de la Real
Academia Española. 01 de octubre, 2012
[4] Econ.
Factor de producción constituido por inmuebles, maquinaria o instalaciones de
cualquier género, que, en colaboración con otros factores, principalmente el
trabajo, se destina a la producción de bienes (DRAE).



No tengo palabras. Me parece un excelente artículo. Gracias
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