En la entrega pasada hablamos del trabajo durante la época
colonial. Esta vez los invito a hacer un recorrido por los primeros años del
México independiente y las ideas que dieron base a la configuración del moderno
Estado mexicano. Cabe recalcar que este viaje histórico tiene como fin entender
el papel social que dicho fenómeno ha tenido para los mexicanos, para así
lograr comprender, con el mayor detalle posible, hacia dónde se dirige el
pensamiento político y social del México contemporáneo.
El siglo de las luces y el trabajo
en México
Los avances científicos y tecnológicos del siglo XVIII trajeron
consigo una época de esplendor conocida como el Siglo de las Luces. Durante
este tiempo, la razón y la ciencia cobraron un papel preponderante para el
hombre, las ideas de personas como Montesquieu, Rousseu y Voltaire cobraron eco
más allá de sus fronteras y se convirtieron en un grito de guerra para las
sociedades colonizadas, aunque no de manera inmediata en todos los casos. La
Revolución Francesa (1789-1799) inspiró a hombres de todo el orbe a luchar en
contra de regímenes opresores y vejatorios. Por otro lado, la Independencia de
los Estados Unidos de Norteamérica
(1775-1783), que así se proclamaron a partir de entonces, dio a los pueblos
colonizados un ejemplo a seguir para alcanzar la libertad y la independencia.
Así, como vimos en la entrega pasada, hombres como Hidalgo, José María Morelos
y Bolívar, enarbolaron a la ciencia y a la razón y, sobre todo a la libertad,
como banderas de acción.
Otro importante factor a
considerar como un cambio social que rompió de tajo con los paradigmas
establecidos hasta entonces, es la Revolución Industrial (segunda mitad del
siglo XVIII y principios del XIX), gestada en Gran Bretaña, y que transformó
radicalmente la configuración de la sociedad de entonces y los valores de los
individuos. Así, el trabajo cobró un papel preponderante. La economía basada en
el trabajo manual fue remplazada por la industria y la manufactura. Las
máquinas comenzaron a reemplazar a los hombres confiriéndoles nuevas tareas y
roles en la producción social. Durante el siglo XIX el modelo económico de
desarrollo general confirió una importancia diametral al trabajo. Hombres como
John Locke, quien valoró en especial el derecho natural por la propiedad y por
el trabajo individuales, dieron cauce a lo que fue el surgimiento de un nuevo
orden mundial basado en la libertad de los pueblos para autodeterminarse y de
los individuos para elegir y trabajar:
Tengo razones para creer que aquel que me tuviera en su poder sin
mi consentimiento, usaría de mí como mejor le pareciera, y me destruiría
también cuando se le antojara; porque nadie puede desear tenerme en su poder a
menos que quiera coaccionarme por la fuerza contra aquello que es el derecho de
mi libertas […] Ser libre de tal fuerza es la única seguridad de mi
conservación. [1]
Hombres como Hobbes, al estudiar
las sociedades humanas, encontraron que la convivencia entre los individuos da
lugar a un estado natural que tiende al caos debido principalmente a la
necesidad de supervivencia que impera en cada uno. Es decir, para que un
individuo pueda salvaguardar su vida y su propiedad, necesariamente habrá de
enfrentarse con el derecho del otro y deberá defenderse por cualquier medio que
sea. Así, la única forma de impedir el caos es a través de un ente regulador al
que los individuos entreguen sus derechos para que los administre,
convirtiéndose así en ciudadanos. Esta idea se conoce como contrato social:
“consiste en que los ciudadanos de una nación transfieren sus derechos privados
y los confieran a un gobernante quien, a su vez, garantiza el bien de los
ciudadanos.”[2] Muy
importante es esta idea, ya que es la base del pensamiento y el desarrollo
político que impera hasta nuestros días. Así pues, el ciudadano, a cambio de
protección y orden, debe al Estado obediencia y trabajo, a fin de hallar, en
comunión y armonía, orden y progreso. Cabe reconocer que Hobbes, debido a sus
ideas, abogó por los sistemas totalitarios de gobierno, ya que confiaba en que
la sabiduría del Estado y su poder sobre los ciudadanos eran el mejor camino
para hallar la paz y la prosperidad inalcanzables en un estado natural de las
cosas.
En México, aunque con cambios
paulatinos, la sociedad comenzó a valorar de forma distinta al trabajo y a
entender la propiedad como un bien que garantizaría su libertad. Fue, por la
tierra, por la capacidad productiva que ésta tenía, que los campesinos,
indígenas y mestizos siguieron a los diferentes caudillos en su relevo por la independencia
de España. Una vez independiente, la nueva nación no surgió como una república,
sino como un imperio medianamente absolutista que defendía cabalmente las ideas
de Hobbes. En 1821, el Tratado de Córdoba firmado entre Juan O’Donojú —último
virrey español— y Agustín de Iturbide, señalaba que a este territorio se le
reconocería como nación soberana e independiente, llamándose en lo sucesivo
imperio mexicano, con Iturbide a la cabeza.
Años después, a ejemplo de su vecino del norte, que en eso de ser autosuficiente
llevaba ya un rato de ventaja, en México se optó por configurar el poder del
Estado con base en tres divisiones principales: ejecutiva, legislativa y
judicial, definiendo su territorio a partir de estados independientes con
autonomía: un federalismo. Los términos “Estados Unidos Mexicanos” y “República
Mexicana”, fueron empleados por primera vez por los insurgentes de Texas
(1835-1836). Mayúsculo descalabro para la incipiente nación fue dicho
movimiento y la pérdida de sus territorios al sur ya que, enfrascados en una
lucha de poder caudillista, los diversos actores políticos no pudieron
garantizar un Estado lo suficientemente pacífico para dar lugar al tan esperado
orden y progreso que se anhelaba.
Las Leyes de Reforma y el
surgimiento de una nación moderna
Los cambios sociales
experimentados durante los primeros años del México independentista y las
luchas internas entre los diversos pensamientos políticos, quedaron definidas en
las ideas de los liberales, que pugnaban por un gobierno basado en el poder del
Estado, con una configuración democrática y republicana; y los conservadores,
tendientes más a un Estado imperialista y absolutista, donde el gobierno daba
un lugar preponderante a las clases nobles y religiosas del país. Antes de dar
paso a este nuevo episodio, es importante recalcar el papel de la Iglesia en la
historia mexicana. Si bien recordará el lector, en la pasada entrega hablamos de
la importancia que la religión tuvo para la sociedad novohispana, tanto que a
su cargo quedaron no sólo las conciencias de los indígenas y la vigilancia del
buen actuar de los hacendados e incluso de los hombres con roles más bien
políticos, sino también jugosas propiedades que les daban un poder irrefutable
en cuanto a medios de producción. Así pues, con las Leyes de Reforma, el Estado
asume un control que antes tenía la Iglesia, conformando a la sociedad a partir
del trabajo.
El 1 de marzo de 1854 se proclamó
el Plan de Ayutla en contra de la dictadura de Antonio López de Santa Anna, la
revolución encabezada por Florencio Villarreal, Juan Álvarez e Ignacio
Comonfort se extendió por diversas partes del país, logrando el éxito en
octubre de 1855. A partir de ese año comenzaron a implementarse nuevas
políticas, gracias a la unión de los liberales, entre ellos Melchor Ocampo y
Benito Juárez. A partir de entonces se proclamó un Congreso Constituyente, que
en 1857 redactaría la segunda constitución del México Independiente —la de 1824
fue derogada por el régimen centralista de Antonio López de Santa Anna—. La Ley
Juárez, expedida el 23 de noviembre de 1855, suprimía todos los fueros en
materia civil del clero y del ejército, declarando a todos los ciudadanos
iguales ante la ley y la sociedad. La Ley Lafragua permitió la libertad de
expresión en los medios impresos y entró en vigor el 28 de diciembre de 1855.
La Ley Lerdo, que obligaba a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender
casas y terrenos —a estas alturas, las propiedades de hacendados y corporaciones
religiosas eran tantas que resultaban insultantes—, fue expedida el 25 de junio
de 1856. Luego de la expedición de la Constitución Federal de los Estados
Unidos Mexicanos de 1857, el 27 de
enero, las siguientes leyes promulgadas tuvieron como fin quitar a la Iglesia
su poder en las decisiones de Estado y conferirle un papel civil que pusiera a
sus miembros en igualdad de condiciones ante los ciudadanos mexicanos.
Sobre el trabajo, la importancia
de dichas leyes fue mayúscula, ya que sirvieron para asentar las bases del
derecho y la intención de las actividades productivas. Al quitar a la Iglesia
los poderes sociales que antes tenía, los individuos debían ser mucho más
libres, sus conciencias estaban en sus propias manos y en su elección; su
educación y moralización no eran ya un menester y obligación de ningún poder
ajeno al individuo o al Estado mismo. Por tanto, las condiciones para impulsar
el “orden y progreso” eran perfectas, ahora era un papel del Estado montar una
ciudadanía trabajadora y dedicada a cubrir sus necesidades, por lo que el trabajo
se convirtió en un valor moral. Quien no trabajara y estuviera ocioso era visto
con recelo.
Las luchas entre liberales y
conservadores, tras la promulgación de dichas leyes, se acrecentaron, dando
lugar a la promulgación de una nueva carta magna mediante el Plan de Tacubaya,
en el que los conservadores desconocían la Constitución de 1857 y se preparaban
para la Guerra de Reforma que duró 3 años y cuyo fin dio paso a la victoria de
los liberales una vez más. Sin embargo, la estabilidad del país se vio
interrumpida nuevamente cuando, a través de la Convención de Londres, los
gobiernos de Reino Unido, Francia y España, reclamaron a México el pago de la
deuda externa que, a falta de pago, les valió invadir nuestro territorio. Los
franceses, únicos que no aceptaron la negociación con Juárez, se quedaron
peleando al lado de los conservadores y, tras la derrota mexicana, fue
instaurado el imperio de Maximiliano de Habsburgo, que duró de 1964 a 1967,
cuando Maximiliano fue fusilado. El 16 de enero de 1868, Juárez vuelve a la
presidencia diciendo que ahora vendrían tiempos de paz. Su gobierno duró hasta
su muerte, el 18 de julio 1872.
Damiana
Fuentes:
Miranda Ojeda, Pedro. “La importancia social del trabajo en el
México del siglo XIX” en <http://www.scielo.br/pdf/his/v25n1/a06v25n1.pdf>


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