martes, 16 de octubre de 2012

Hacerlo por nuestra cuenta III


En la entrega pasada hablamos del trabajo durante la época colonial. Esta vez los invito a hacer un recorrido por los primeros años del México independiente y las ideas que dieron base a la configuración del moderno Estado mexicano. Cabe recalcar que este viaje histórico tiene como fin entender el papel social que dicho fenómeno ha tenido para los mexicanos, para así lograr comprender, con el mayor detalle posible, hacia dónde se dirige el pensamiento político y social del México contemporáneo.

El siglo de las luces y el trabajo en México

Los avances científicos y tecnológicos del siglo XVIII trajeron consigo una época de esplendor conocida como el Siglo de las Luces. Durante este tiempo, la razón y la ciencia cobraron un papel preponderante para el hombre, las ideas de personas como Montesquieu, Rousseu y Voltaire cobraron eco más allá de sus fronteras y se convirtieron en un grito de guerra para las sociedades colonizadas, aunque no de manera inmediata en todos los casos. La Revolución Francesa (1789-1799) inspiró a hombres de todo el orbe a luchar en contra de regímenes opresores y vejatorios. Por otro lado, la Independencia de los  Estados Unidos de Norteamérica (1775-1783), que así se proclamaron a partir de entonces, dio a los pueblos colonizados un ejemplo a seguir para alcanzar la libertad y la independencia. Así, como vimos en la entrega pasada, hombres como Hidalgo, José María Morelos y Bolívar, enarbolaron a la ciencia y a la razón y, sobre todo a la libertad, como banderas de acción.

Otro importante factor a considerar como un cambio social que rompió de tajo con los paradigmas establecidos hasta entonces, es la Revolución Industrial (segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX), gestada en Gran Bretaña, y que transformó radicalmente la configuración de la sociedad de entonces y los valores de los individuos. Así, el trabajo cobró un papel preponderante. La economía basada en el trabajo manual fue remplazada por la industria y la manufactura. Las máquinas comenzaron a reemplazar a los hombres confiriéndoles nuevas tareas y roles en la producción social. Durante el siglo XIX el modelo económico de desarrollo general confirió una importancia diametral al trabajo. Hombres como John Locke, quien valoró en especial el derecho natural por la propiedad y por el trabajo individuales, dieron cauce a lo que fue el surgimiento de un nuevo orden mundial basado en la libertad de los pueblos para autodeterminarse y de los individuos para elegir y trabajar:

Tengo razones para creer que aquel que me tuviera en su poder sin mi consentimiento, usaría de mí como mejor le pareciera, y me destruiría también cuando se le antojara; porque nadie puede desear tenerme en su poder a menos que quiera coaccionarme por la fuerza contra aquello que es el derecho de mi libertas […] Ser libre de tal fuerza es la única seguridad de mi conservación. [1]

Hombres como Hobbes, al estudiar las sociedades humanas, encontraron que la convivencia entre los individuos da lugar a un estado natural que tiende al caos debido principalmente a la necesidad de supervivencia que impera en cada uno. Es decir, para que un individuo pueda salvaguardar su vida y su propiedad, necesariamente habrá de enfrentarse con el derecho del otro y deberá defenderse por cualquier medio que sea. Así, la única forma de impedir el caos es a través de un ente regulador al que los individuos entreguen sus derechos para que los administre, convirtiéndose así en ciudadanos. Esta idea se conoce como contrato social: “consiste en que los ciudadanos de una nación transfieren sus derechos privados y los confieran a un gobernante quien, a su vez, garantiza el bien de los ciudadanos.”[2] Muy importante es esta idea, ya que es la base del pensamiento y el desarrollo político que impera hasta nuestros días. Así pues, el ciudadano, a cambio de protección y orden, debe al Estado obediencia y trabajo, a fin de hallar, en comunión y armonía, orden y progreso. Cabe reconocer que Hobbes, debido a sus ideas, abogó por los sistemas totalitarios de gobierno, ya que confiaba en que la sabiduría del Estado y su poder sobre los ciudadanos eran el mejor camino para hallar la paz y la prosperidad inalcanzables en un estado natural de las cosas.

En México, aunque con cambios paulatinos, la sociedad comenzó a valorar de forma distinta al trabajo y a entender la propiedad como un bien que garantizaría su libertad. Fue, por la tierra, por la capacidad productiva que ésta tenía, que los campesinos, indígenas y mestizos siguieron a los diferentes caudillos en su relevo por la independencia de España. Una vez independiente, la nueva nación no surgió como una república, sino como un imperio medianamente absolutista que defendía cabalmente las ideas de Hobbes. En 1821, el Tratado de Córdoba firmado entre Juan O’Donojú —último virrey español— y Agustín de Iturbide, señalaba que a este territorio se le reconocería como nación soberana e independiente, llamándose en lo sucesivo imperio mexicano, con Iturbide a la cabeza.  Años después, a ejemplo de su vecino del norte, que en eso de ser autosuficiente llevaba ya un rato de ventaja, en México se optó por configurar el poder del Estado con base en tres divisiones principales: ejecutiva, legislativa y judicial, definiendo su territorio a partir de estados independientes con autonomía: un federalismo. Los términos “Estados Unidos Mexicanos” y “República Mexicana”, fueron empleados por primera vez por los insurgentes de Texas (1835-1836). Mayúsculo descalabro para la incipiente nación fue dicho movimiento y la pérdida de sus territorios al sur ya que, enfrascados en una lucha de poder caudillista, los diversos actores políticos no pudieron garantizar un Estado lo suficientemente pacífico para dar lugar al tan esperado orden y progreso que se anhelaba.

Las Leyes de Reforma y el surgimiento de una nación moderna

Los cambios sociales experimentados durante los primeros años del México independentista y las luchas internas entre los diversos pensamientos políticos, quedaron definidas en las ideas de los liberales, que pugnaban por un gobierno basado en el poder del Estado, con una configuración democrática y republicana; y los conservadores, tendientes más a un Estado imperialista y absolutista, donde el gobierno daba un lugar preponderante a las clases nobles y religiosas del país. Antes de dar paso a este nuevo episodio, es importante recalcar el papel de la Iglesia en la historia mexicana. Si bien recordará el lector, en la pasada entrega hablamos de la importancia que la religión tuvo para la sociedad novohispana, tanto que a su cargo quedaron no sólo las conciencias de los indígenas y la vigilancia del buen actuar de los hacendados e incluso de los hombres con roles más bien políticos, sino también jugosas propiedades que les daban un poder irrefutable en cuanto a medios de producción. Así pues, con las Leyes de Reforma, el Estado asume un control que antes tenía la Iglesia, conformando a la sociedad a partir del trabajo.

El 1 de marzo de 1854 se proclamó el Plan de Ayutla en contra de la dictadura de Antonio López de Santa Anna, la revolución encabezada por Florencio Villarreal, Juan Álvarez e Ignacio Comonfort se extendió por diversas partes del país, logrando el éxito en octubre de 1855. A partir de ese año comenzaron a implementarse nuevas políticas, gracias a la unión de los liberales, entre ellos Melchor Ocampo y Benito Juárez. A partir de entonces se proclamó un Congreso Constituyente, que en 1857 redactaría la segunda constitución del México Independiente —la de 1824 fue derogada por el régimen centralista de Antonio López de Santa Anna—. La Ley Juárez, expedida el 23 de noviembre de 1855, suprimía todos los fueros en materia civil del clero y del ejército, declarando a todos los ciudadanos iguales ante la ley y la sociedad. La Ley Lafragua permitió la libertad de expresión en los medios impresos y entró en vigor el 28 de diciembre de 1855. La Ley Lerdo, que obligaba a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender casas y terrenos —a estas alturas, las propiedades de hacendados y corporaciones religiosas eran tantas que resultaban insultantes—, fue expedida el 25 de junio de 1856. Luego de la expedición de la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1857,  el 27 de enero, las siguientes leyes promulgadas tuvieron como fin quitar a la Iglesia su poder en las decisiones de Estado y conferirle un papel civil que pusiera a sus miembros en igualdad de condiciones ante los ciudadanos mexicanos.

Sobre el trabajo, la importancia de dichas leyes fue mayúscula, ya que sirvieron para asentar las bases del derecho y la intención de las actividades productivas. Al quitar a la Iglesia los poderes sociales que antes tenía, los individuos debían ser mucho más libres, sus conciencias estaban en sus propias manos y en su elección; su educación y moralización no eran ya un menester y obligación de ningún poder ajeno al individuo o al Estado mismo. Por tanto, las condiciones para impulsar el “orden y progreso” eran perfectas, ahora era un papel del Estado montar una ciudadanía trabajadora y dedicada a cubrir sus necesidades, por lo que el trabajo se convirtió en un valor moral. Quien no trabajara y estuviera ocioso era visto con recelo.

Las luchas entre liberales y conservadores, tras la promulgación de dichas leyes, se acrecentaron, dando lugar a la promulgación de una nueva carta magna mediante el Plan de Tacubaya, en el que los conservadores desconocían la Constitución de 1857 y se preparaban para la Guerra de Reforma que duró 3 años y cuyo fin dio paso a la victoria de los liberales una vez más. Sin embargo, la estabilidad del país se vio interrumpida nuevamente cuando, a través de la Convención de Londres, los gobiernos de Reino Unido, Francia y España, reclamaron a México el pago de la deuda externa que, a falta de pago, les valió invadir nuestro territorio. Los franceses, únicos que no aceptaron la negociación con Juárez, se quedaron peleando al lado de los conservadores y, tras la derrota mexicana, fue instaurado el imperio de Maximiliano de Habsburgo, que duró de 1964 a 1967, cuando Maximiliano fue fusilado. El 16 de enero de 1868, Juárez vuelve a la presidencia diciendo que ahora vendrían tiempos de paz. Su gobierno duró hasta su muerte, el 18 de julio 1872.

Damiana


Fuentes:

Miranda Ojeda, Pedro. “La importancia social del trabajo en el México del siglo XIX” en <http://www.scielo.br/pdf/his/v25n1/a06v25n1.pdf>




[1] John Locke, Segundo ensayo sobre el gobierno civil, III.
[2] Xirau, Ramón. “El contrato social” en Introducción a la historia de la filosofía. México: Coordinación de Humanidades, Programa Editorial, Universidad Nacional Autónoma de México. 13 edición 2010. P. 260.

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