por era-del-Ser.
En respuesta a los últimos acontecimientos
en la población chiapaneca de Motozintla, en donde la comunidad se ha revelado
en contra de la imposición de René González Galindo, edil del PVEM (Partido
Verde Ecologista de México), oposición que ha terminado con varios de los
ciudadanos de aquella población chiapaneca detenidos y encarcelados; de los
eventos suscitados en el último informe de Ivonne Ortega Pacheco, gobernadora de
Yucatán por el PRI (Partido Revolucionario Institucional), cuya ciudadanía se
manifestó, a pesar de la represión evidente de policías y provocadores, en
contra del pésimo desempeño de la funcionaria que ha dejado a ese hermoso
estado mexicano sumido en una deuda enorme; y del descontento social
generalizado que ha ocasionado la propuesta de Reforma Laboral, cuya aprobación
está en manos de los priístas en ambas Cámaras, me parece importante hacer
llegar a ustedes esta columna de la politicóloga Denise
Dresser publicada recientemente en el semanario Proceso, que, a mi parecer, da
un panorama claro de uno de los posibles escenarios futuros en la política
priista mexicana.
Va…
País de
masoquistas
Denise Dresser
Ahora que han
ganado los priístas se vanaglorian de lo que harán por México. Gracias al PRI
habrá estabilidad política, dicen. Gracias al PRI habrá reformas y
modernización, insisten. Gracias al PRI el País resucitará del fracaso de los
panistas, repiten. Enrique Peña Nieto lleva meses recorriendo la República dándose
palmadas en la espalda y ahora celebra el regreso al poder a un partido
responsable de sus peores vicios. Pero la paradoja es que el priísta denuncia
la ineficacia y la inexperiencia de diversos funcionarios panistas incapaces de
limpiar el tiradero que su partido dejó tras de sí. Ahora vale la pena recordar
la lista de cosas vinculadas con el PRI que llevan al desconsuelo ante su
regreso. Hay contribuciones priístas por la cuales el electorado debería estar
menos agradecido. México arrastra un legado que no debería ser motivo de
aplausos; México carga con una herencia de la cual los priístas intentan
deslindarse pero de la cual son responsables.
En la vida bajo
el PRI, el narcotráfico infiltra al Estado y se enquista allí. A partir de la
década de los ochentas, el negocio de la droga comienza a crecer y lo hace con
protección política. Con la complicidad de miembros de la Policía Judicial
Federal y agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Con la colusión de
gobernadores como Mario Villanueva y otros dirigentes priístas de
narcomunicipios y estados fronterizos. A lo largo de los años, la estructura
política del priismo provee un caparazón al crimen organizado que avanza no a
pesar del gobierno sino –en buena medida– gracias a él. Cuando los panistas
llegan a la presidencia se encuentran un Estado rebasado, se enfrentan a
autoridades estatales cómplices, se topan con policías infiltradas, apelan a
procuradurías indolentes. Y sin duda tanto la administración de Vicente Fox
como la de Felipe Calderón no encararon el reto de la mejor manera; el primero
por omisión y el segundo por falta de previsión. Pero lo innegable es que no
fueron responsables del problema: lo heredaron. Hoy los priístas dicen que
pacificarán al País pero la única forma de lograrlo sería pactando con las
fuerzas con las que –en el pasado– se asociaron.
La vida bajo el
PRI implica coexistir con alguien como Joaquin Gamboa Pascoe y lo que
representa. Líder vitalicio, electo para liderar la central obrera hasta el
2016. Líder hasta la muerte, encumbrado después de una votación “fast track” y
por aclamación. Rodeado de mujeres bailando en bikini, meciéndose al son de las
maracas y las fanfarrias y las porras. Impasible ante los reclamos por los
lujos que despliega y los relojes que ostenta. Vivir bajo el PRI implica
enterarse de la suntuaria vida de la hija de Carlos Romero Deschamps y escuchar
a Enrique Peña Nieto enarbolar su defensa con el argumento de que “ha sido un
hombre muy trabajador”. El próximo presidente no alza la voz para cuestionar
las prácticas anti-democráticas del corporativismo, sino que niega su
existencia. Argumenta que México ha cambiado y que los trabajadores son libres
y merecen respeto, cuando la corrupción sindical es se señal de la podredumbre
de siempre. La genuflexión de siempre. La alianza de siempre. El pacto de
siempre. El liderazgo del PRI ofrece prebendas a cambio de apoyo político. Tan
es así, que sin ningún rubor, Gamboa Pascoe sostiene que hizo cuentas con Peña
Nieto para incrementar, en el próximo proceso electoral, el número de
posiciones en el Congreso de integrantes cetemistas. Así el PRI ratifica su
preferencia por las prácticas del pleistoceno.
Vivir bajo el
PRI entraña que el Gobierno se percibe como botín compartido. No hay frase que
resuma mejor esta visión que la atribuida a Carlos Hank González: “un político
pobre es un pobre político”. El PRI permite que quien llegue a algún puesto
–desde hace décadas– piense que está allí para enriquecerse. Para hacer
negocios. Para firmar contratos. Para embolsarse partidas secretas. Para
otorgar concesiones y recibir algo a cambio. Sólo así se explica la Colina del
Perro construida por José López Portillo. Sólo así se explica la fortuna
acumulada en las cuentas suizas de Raúl Salinas de Gortari. Sólo así se
entiende el reloj de 70 mil dólares que porta Carlos Romero Deschamps. Sólo así
se comprende el guardarropa de Elba Esther Gordillo. Gracias al PRI gran parte
de la población considera que la corrupción es una conducta habitual y
aceptable que acompaña a la función pública.
La vida bajo el
PRI implica que la impunidad se vuelve una forma de vida. El PRI mantiene un
sistema para compartir el poder basado en la protección política a sus
miembros, al margen de las leyes que violan, los estudiantes que intimidan, los
desfalcos que cometen, los robos que encabezan, los desvíos que ordenan. La
lista es larga y escandalosa: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López
Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Raúl Salinas de Gortari, Mario Marín,
Arturo Montiel, Jorge Hank Rhon, Roberto Madrazo, Emilio Gamboa, José Murat,
Ulises Ruiz, Tomás Yarrington. Y para protegerse a sí mismos promulgan leyes a
modo, saltan de puesto en puesto, presionan a periodistas, negocian amparos,
compran apoyos y corrompen jueces.
Mario Vargas
Llosa entiende esto cuando sentencia que si México regresa al PRI a la
presidencia es porque es un “país de masoquistas”. Y la población ha sido
partícipe de ese masoquismo, alimentado por el PAN y el PRD. Ambos partidos son
co-responsables de la restauración al suponer que bastaría sacar al PRI de Los
Pinos sin modificar sustancialmente su modus operandi. El gran error del PAN y
del PRD ha sido tratar de operar políticamente dentro de la estructura que el
PRI creó, en vez de romperla. El gran error del PAN y del PRD ha sido creer que
podría jugar mejor el juego diseñado por el PRI, en vez de abocarse a cambiar
sus reglas. El gran error ha sido emular a los priístas en vez de rechazar la
manera de hacer política que instauraron.
Los panistas y
los perredistas han fracasado en el intento de gobernar como lo hacían los
priístas. Los panistas y los perredistas han fracasado en su intento por
adaptarse a las reglas de instituciones que el PRI torció. Los panistas y los
perredistas no han logrado pactar eficazmente con los narcotraficantes; no han
logrado comprar eficazmente a los líderes sindicales; no han logrado beneficiar
eficazmente a los grandes empresarios; no han logrado ocultar eficazmente los
negocios que han hecho en su paso por el poder; no han logrado combatir
eficazmente la impunidad porque también se volvieron cómplices de ella. Gracias
al PRI el país padeció tantos años de mal Gobierno. Gracias al PAN y al PRD es
probable que la historia se repita. Y que México se vuelva –voluntariamente– un
país de masoquistas.
¿Qué tal durmió FCH? (VIII)


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