Cuando caminas por las calles debes dar solo un paso por vez. De lo contrario, la caída se hace inevitable. Tus ojos deben estar siempre abiertos, mirando hacia arriba, hacia abajo, adelante, atrás; pendiente de otros seres, en guardia ante lo imprevisible. Chocar con alguien puede ser fatal. Es imposible saber por qué calles se puede caminar y cuáles hay que evitar. Poco a poco, la ciudad te despoja de toda certeza, no hay ningún camino inmutable y solo puedes sobrevivir si aprendes a prescindir de todo. Debes ser capaz de cambiar sin previo aviso, dejar de hacer lo que estás haciendo, dar marcha atrás.
El pais de las últimas cosas. Paul Auster.
Y así empiezo la pregunta que me hago esta semana. ¿Cómo afecta todo este sistema neoliberal en el que estamos envueltos? ¿En qué medida le afecta a la persona “común” de la ciudad todo este sistema de violencia, miedo, manipulación y fraude? Y como ya me conocen contestaré con ejemplos de cosas que he visto, de trabajos artísticos que he visto.
Cada vez más nos resignamos a mirar al suelo, nuestra percepción de la realidad nos asusta y molesta tanto que cada vez más reducimos nuestras miradas, preferimos estar hablando con alguien a través de nuestros celulares, a alguien que no está cerca. Tenemos miedo, caminamos por la calle con miedo, en respuesta de la inseguridad. Cerramos aún más nuestra percepción poniéndonos los audífonos y subiéndole al volumen, para no escuchar. Poco a poco nos automatizamos en la ciudad, generando tantos silencios. Y estos silencios también son controlados desde el sistema, es decir callamos lo que no sabemos, y entonces el sistema, a través de sus medios, corta la información para que no tengamos de qué hablar. Seguimos en automático un sistema que reproducimos también. No nos interesa el otro, solo nos interesamos por nosotros.
Un hombre y una mujer se tropiezan la una con el otro. Ella sale y él va entrando al metro. “Disculpa”, los dos se dicen el uno al otro. Por un momento siguen el camino, cualquier otro lo haría, sin embargo ella se voltea casi instantáneamente, lo mira mientras él baja y, justo antes de perderse de vista, ella lo llama. “¿Podríamos hacerlo de nuevo? No quiero ser una hormiga. Es decir, vamos por el mundo con nuestras antenas, rebotando continuamente en automático, sin que nada se espere de nosotros. Alto, siga, camine aquí, maneje allá. Toda acción se realiza principalmente para sobrevivir, toda comunicación se da para que esta colonia de hormigas siga de una manera eficiente y atenta. Aquí tiene su cambio. ¿Plástico o papel? ¿Crédito o débito? ¿Quieres salsa de tomate con eso? No quiero una espiga, quiero momentos que sean reales, quiero verte, quiero que tú me veas. No quiero ser una hormiga ¿sabes?” El chico, primero no dice nada, después reacciona y contesta: “Sí, sí, lo sé, tampoco quiero ser una hormiga, gracias por empujarme hacia allá; he estado como un zombie últimamente, en mi cabeza no me siento como una hormiga, pero posiblemente lo parezca. Es como D.H. Lawrence que tenía la idea de dos personas encontrándose en un camino y en vez de pasar y ver hacia otro lado, decidieron aceptar lo que él llama ‘la confrontación entre sus almas’. Es como liberar los valientes y temerarios dioses entre nosotros” Ella le ofrece la mano y dice: “es como si no nos conociéramos.” En la siguiente escena de Despertando a la Vida de Richard Linklater, los dos siguen la plática en un espacio íntimo, ya habiendo generado un vínculo, un contacto.
Y también está lo del egoísmo en el que estamos sumidos en esta ciudad, que Charlie Kaufman retrata en Nueva York en Escena:
Todo es más complicado de lo que crees. Sólo ves un décimo de lo que es verdad. Hay millones de pequeños hilos atados a cada decisión que tomas. Puedes destruir tu vida cada vez que eliges. Pero tal vez no lo sepas en veinte años. Y nunca vas a darte cuenta de cuándo empezó todo. Y solo tienes una oportunidad para hacerlo. Trata de entender así por ejemplo tu divorcio. Y dicen que no hay destino, pero lo hay: es lo que tú creas. Aunque el mundo siga por eones y eones, tú estás aquí por una fracción de segundo. La mayor parte del tiempo la pasarás muerto o sin haber nacido. Sin embargo, mientras vives, esperas en vano, gastando años, esperando una llamada o una carta o una mirada de alguien o algo que lo solucione todo. Y nunca llega, o parece que sí, pero en realidad no. Así que te pasas el tiempo en arrepentimientos vagos o una esperanza aún más vaga de que algo bueno tendrá que llegar. Algo que te haga sentir conectado, que complete tu vida, que te haga sentir amado. Y la verdad es que estoy tan enojado y la verdad es que estoy tan jodidamente triste, y la verdad es que estoy tan dolido por hace tanto tiempo y todo el rato no hice más que pretender que estaba bien, para seguir adelante. Para... no sé por qué. Tal vez porque nadie quiere escuchar mis miserias, porque todos tienen las suyas propias. Y las suyas son tan inabarcables que no les permiten prestar atención a las mías. Bueno, váyanse todos a la fregada. Amén.
La idea sería empezar a abrir nuestra perspectiva, abrirnos. Porque no. Yo tampoco quiero ser una hormiga.
Enrique Burgot.
Interesante artículo.
ResponderEliminarEl fondo de la página estorba la lectura fluida de sus artículos. Ojalá lo remediaran. Lo importante es el mensaje y no el diseño.
Gracias.
Hola, si usted entra directamente en la dirección: http://memoriayfraude.blogspot.com/ o en su defecto pulsa directamente sobre las letras que dicen “memoria y fraude” en el encabezado, no verá los pies de página de cada entrada y podrá tener una experiencia de lectura más cómoda y fluida, si sigue teniendo dificultades de lectura agradeceremos muchísimo que nos lo haga notar, para nosotros es importantísima los comentarios de nuestros lectores.
ResponderEliminarGracias por leernos y estamos para servirle.
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