Son pocas las personas que en la actualidad no venderían su alma al diablo por una base laboral en la burocracia. El negocio ya no corre, en muchos casos, con dinero contante y sonante, sino con la posibilidad de obtenerlo indefinidamente; aunque ello implique desempeñarse en actividades que a uno ni le van ni le vienen o de las que poco o nulo conocimiento se tiene. Ello se debe a la escases de trabajo digno; es decir, ¿a quién le cae mal un trabajo de lunes a viernes de ocho horas por jornada y horario de comida incluido, más o menos bien remunerado y con prestaciones que todavía alcanzan a ser dignas?, ¿quién despreciaría las comodidades que ofrece una base en el IMSS o en el ISSSTE?
Quien obtiene hoy en día un trabajo de ese tipo es afortunado entre los afortunados porque claro está que cada vez son menos las oportunidades para conseguirlo. La bolsa de trabajo en las instituciones públicas hace tiempo que está congelada; de tal suerte que una persona de a pie difícilmente podría llegar por sus propios medios a hacerse propietario de tal tesoro. De allí que lo que antes era un derecho humano y natural, hoy es moneda de cambio.
Se trafica con el trabajo en función de las influencias. Las bases y plazas son vendidas a precio de oro y desde los puestos más humildes, en el municipio o la delegación, hasta los más altos cargos en las grandes instituciones, son comercializados e intercambiados por favores de todo tipo, por dádivas, por encomiendas políticas, etcétera; ¿a quién le puede importar ejercer de chofer siendo licenciado, cuando se es, nada menos, que el chofer de un gobernador y se gana más que un profesor universitario? Éste, por supuesto, en el mejor de los casos: conozco ingenieros bioquímicos que trabajan en el área administrativa de la PFP.
¿Qué de malo tiene esto?, después de todo hay que ganarse la vida, perseguir la chuleta. Lo malo es que tenemos un desequilibrio que está carcomiendo desde hace tiempo la estructura institucional de nuestro país. El trabajo estable comenzó a ser moneda de cambio en el momento en que empezaron a privatizarse las empresas públicas. La realidad es que quien desempeña cualquier cargo sólo por ganarse el sustento, por obtener dinero o acceder a un nivel de vida en particular, desgraciadamente, en la mayoría de los casos, no lo ejercerá con amor ni con placer. Se sentirá insatisfecho y rencoroso hacia el sistema, ¿qué hace un biólogo que estudió la vida científicamente, con ilusión, de secretario en un municipio? Por muy absurdo que parezca así son las cosas, ¿cuántas personas ejercen su carrera u oficio verdaderamente?, ¿cuánta gente se gana la vida en un empleo que le satisface?
Quien no hace su trabajo con amor, seguramente no lo hace bien. Por eso las instituciones están plagadas de burócratas mal encarados, por eso los cuerpos policiacos están llenos de corrupción, por eso las cámaras de diputados y senadores están repletas de oportunistas. Ningún sueldo, aunque fuera bueno, pagaría en suficiencia la infelicidad e insatisfacción de las personas. La verdad es que podemos tener ciertas “comodidades”, pero somos un país de seres extremadamente tristes e insatisfechos.
El trabajo, que debería ser el motor de vida de las personas, se convierte en un lastre y una maldición, ¿cuántas veces has sido atendido por un médico o una enfermera amargados o incompetentes? Seguramente esa persona quería ser músico, o maestra, o ama de casa, y se ha visto obligada a estudiar medicina o enfermería porque sólo en eso le era posible desempeñarse. ¿Tienes algún amigo o conocido que estudió historia, o derecho, o economía, y trabaja en el archivo de un centro de la salud?
A este respecto sólo es posible insistir en que debemos reivindicar la dignidad del trabajo, sea éste un oficio o una profesión universitaria. Las personas debemos desempeñarnos en lo que sabemos hacer, en lo que nos gusta hacer, por el hecho de que lo haremos bien y de buena manera. Cuando uno acepta un empleo sólo por ganar dinero, nos estamos condenando a la infelicidad perpetua, y cuando aceptamos puestos de muy malas condiciones y mal remunerados, entonces contribuimos mediante la satisfacción inmediata de una necesidad, a abaratar nuestra fuerza de trabajo; heredando a las generaciones posteriores peores condiciones laborales. ¿Qué hubiera pasado si los trabajadores bancarios que laboraban antes del sexenio salinista, se hubiesen negado a ser liquidados, si se hubiesen negado a la privatización de sus instituciones laborales? No lo sabemos a ciencia cierta, pero hoy los empleados de la banca laboran en condiciones deplorables y en cierto sentido son hijos de la lucha que no emprendieron sus antecesores.
Dejo la pregunta en el aire para que te la contestes, lector: ¿eres feliz con la manera en que te ganas la vida? Yo quisiera, querido lector, que contestaras que Sí eres, que te sientes útil a la sociedad, a tu nación; que sientes que tus hijos tendrán oportunidades y que también serán felices en lo que hagan en el futuro para obtener el pan. Pero como seguramente tu respuesta es que No eres feliz del todo, entonces creo que debemos comenzar a replantearnos un sistema que no nos ha hecho felices y en cambio nos ha trocado paulatinamente en seres frustrados e insatisfechos.
Des Consuelo.


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