El Tribunal Electoral ha ratificado la próxima destrucción de la papelería utilizada en las últimas elecciones federales de México, con ello los magistrados rechazan la petición que hicieron los partidos políticos de izquierda para conservarla. Los trabajos de destrucción del material electoral iniciaron el lunes. Según nos informan, por unanimidad, los magistrados ratificaron el acuerdo del Instituto Federal Electoral considerando que con dicha decisión no se vulnera el derecho de acceso a la información de los ciudadanos quienes, dicen, “conocieron de manera oportuna y expedita los resultados electorales que se reflejaron en las actas de escrutinio y cómputo respectivas”.
“No hay razón jurídica, ni de otra naturaleza, que impida la destrucción de esos documentos. Este proceso ha concluido hace mucho tiempo, es oportuna su destrucción”, declaró Flavio Galván, dejándonos claro que los magistrados como él no solo saben de asuntos jurídicos, sino de las razones de todas las naturalezas y de los tiempos; filósofos con argumentos ontológicos que deciden cuándo es oportuno zanjar asuntos sociales y qué dudas son razonables o no.
El problema es, como dijo Lorenzo Meyer durante su participación en el Tercer Congreso Internacional de Historia, organizado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, la falta de credibilidad. Ciertamente, la mayoría de los mexicanos no les creemos, ni a los magistrados, ni a los políticos, ni a nadie; eso de la democracia en este país es algo tan poco claro que impera la sospecha y frente a ello no es “oportuno” deshacerse de lo único que algún día podría brindarnos un poco de certeza en cuanto a lo que ha sucedido.
El problema es que, cuando no se tiene confianza, las decisiones jurídicas, por más que provengan de magistrados tan “sabios”, no son soluciones sociales y, cuando la duda carcome, señores y señoras, sucede algo muy extraño: las cenizas que normalmente resultan del fuego que consume, se vuelven combustible capaz de generar fuegos más intensos. “Prudente” y “oportuno”, dos palabras mal empleadas en este caso, pues lejísimos está su decisión de contribuir a tales adjetivos; por el contrario, lo único que logran con la destrucción deliberada y “expedita” de lo que, con tanta prisa, nos parecen ahora evidencias de un crimen, es generar mayor desconfianza.
Al sentido jurídico de tan brillantes, oportunos, expeditos y convenientes magistrados, nosotros, ciudadanos poco sofisticados, respondemos con el sentido más común: “y si pretendes remover las ruinas que tú mismo hiciste, solo cenizas hallarás de todo lo que fue…” (Canción popular mexicana).
Antídoto Amor
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