miércoles, 21 de noviembre de 2012

El Buen Fin, el Teletón y algunas otras chingaderas


La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.Karl Marx.

¿Qué tal se la pasó este “buen fin”? ¿Fue usted de los que acudieron con toda diligencia a abarrotar su centro comercial más cercano para comprar la pantalla plana que “tanto necesitan usted y su familia”? o tal vez a usted ni le dieron el festivo, o ni siquiera el fin de semana, porque trabaja en una de estas empresas transnacionales a las que les valen gorro las condiciones laborales justas y, tal vez para acabarla de fregar, a usted ni le adelantaron el aguinaldo porque ni siquiera aguinaldo le van a dar, porque a la misma empresa donde trabaja también le valen gorro las prestaciones sociales; y para colmo se tuvo que enfrentar a una ciudad colapsada por aquellos que salieron a comprar.
Aunque cabe también la posibilidad de que haya sido usted el empleado de alguna cadena comercial y lo hayan hecho trabajar literalmente de sol a sol para cubrir las setenta y dos horas continuas que se mantuvieron abiertas las tiendas departamentales para satisfacer la voraz demanda del consumidor, sin que usted obtuviera un beneficio adicional por ello, ni soñar con horas extras, comisiones duplicadas por las ventas hechas, reposición de las jornadas trabajadas ya fuera con descansos o con monedas, y mucho menos pensar en el reconocimiento de los jefes por la labor tan ardua y extenuante, ofreciéndole a usted y a sus compañeros verdaderas rebajas en los artículos que vende la misma tienda donde trabaja; porque, no nos engañemos, tan bien sabe usted como lo sé yo, que semanas antes le pusieron a reetiquetar toditos los productos con precios más altos para que a la hora del “buen fin” las rebajas aplicadas quedaran exactamente como estaban antes; o que le ordenaron sacar de las bodegas la mercancía golpeada, maltratada, rota y descontinuada y además le exigieron que cuando el cliente preguntara por las ofertas del folleto, usted dijera que volaron, que se lo llevaron todo; pero que tiene aquellos enseres a la venta también con descuentos atractivos, y así engañar al cliente y que se llevara lo que fuera ante el pánico de que se lo fueran a ganar.
            O probablemente sea usted quien  desconoce —porque el sistema así quiere que sea— que, por ejemplo, el tan “fastuoso” viernes negro que inaugura la temporada de compras navideñas en la Unión Americana tiene el secreto de sus drásticos descuentos en la movilidad mercantil de los productos principalmente tecnológicos, en aquél país; es decir, la mayoría de los compradores norteamericanos prefiere comprar aquellos productos que sean más recientes o que ofrezcan las ventajas tecnológicas de vanguardia, por ende, al terminar el año, la mayoría de los fabricantes de este tipo de artículos ponen en venta las versiones más nuevas y mejoradas que implementan ciertas ventajas respecto a los mismos productos pero de generaciones anteriores.
            Pasemos a un ejemplo para clarificarle más las cosas, supongamos que en el dos mil doce un productor de computadoras portátiles puso en el mercado un dispositivo con un procesador muy avanzado que corre a 2.4 Ghz, con 2 Gb en memoria RAM, un disco duro de 250 Gb, pantalla LCD, además del obligado Wifi, Unidad de DVD, puertos USB y todos los menesteres que debe incorporar una computadora actual; ahora supongamos (le recuerdo que este solo es un ejercicio de imaginación), que el precio promedio de este artículo ronda los ocho mil pesos. En fin se acerca el dos mil trece, y para navidad el mismo fabricante pondrá en venta un producto renovado, hablemos entonces del mismo modelo de computadora pero poniéndole un procesador doble, lo que significa que será más rápida; el doble de memoria, lo que la hará más capaz de manejar grandes cantidades de información al mismo tiempo; un disco duro tres veces mayor, lo que significa más espacio para guardar más cosas; y una pantalla que en vez de ser LCD ahora es LED, que se traduce en que será más brillante, más nítida y desplegará imágenes más definidas, veloces y de mayor calidad; su precio comercial sería de —supongamos— nueve mil quinientos pesos.
            Para un norteamericano promedio la decisión se decantaría infaliblemente por la laptop de más reciente modelo, la diferencia de mil quinientos pesos (lo pongo en pesos para ilustrarle más) en comparación a la anterior generación no es nada si tomamos en cuenta las mejoras que incorpora. Por eso, los comerciantes de este tipo de productos rematan la mercancía “obsoleta” antes de que aparezca la nueva, ya que esto implicaría pérdidas irreversibles en sus números porque los usuarios siempre preferirán la opción más avanzada y reciente, siempre y cuando la diferencia de precios no sea muy alta.
            ¿Se da usted cuenta? El viernes negro de los Estados Unidos ofrece descuentos de hasta el 80 % sobre el valor nominal del producto, cosa que jamás se igualará ni en el mejor de los “buenos fines” de México porque la mayoría de los “descuentos” no son reales, ya que se dan tras un fenómeno de inflación que no solo afecta a los productos electrónicos y enseres domésticos sino también a los productos de consumo básico. De este modo, el proveedor no pierde ni un céntimo; es un negocio redondo y muy jugoso; eso sin tener en cuenta el salvajismo con el que las empresas crediticias ofrecen “meses sin intereses” para la adquisición de bienes; lo que solo degenera en deudores y en crecimiento para los accionistas bancarios.
            Debió bastarnos la mala experiencia del año pasado con esta chingadera, pero muchos no escarmentaron y se dejaron enredar por esta patraña una vez más. En fin, tal vez en su peregrinar de tienda en tienda usted haya podido ver a algún “voluntario” del teletón pidiendo con su alcancía la caridad para esta “buena causa” a favor de los menos favorecidos; y si tuvo suficiente suerte tal vez no le haya tocado atestiguar el lamentable espectáculo de ver a una persona postrada en una camilla en plena calle del centro de la ciudad, a altas horas de la noche, aparentemente impasible ante el frio, los empujones de la gente y el ruido, porque se encontraba en un estado de parálisis cerebral muy severo, eso sí, flanqueado por dos “voluntarias” del teletón para ver si con este chantaje se le movía el corazón a algún cristiano y a la par se le aflojaba la cartera para dar una “caridad” que irá a parar a los bolsillos de Azcárraga y su narco televisora evasora de impuestos.
            Por que ha de saber que no todos los necesitados de la “ayuda” que proporcionan los centros Teletón son aceptados, un requisito indispensable es salir a botear a las calles voluntariamente a fuerza, y así competir con los familiares de muchas otras personas con capacidades diferentes para que, solo aquellos que hayan logrado reunir el mayor capital de limosnas, puedan ingresar a recibir su ansiada rehabilitación. O claro esta, si su caso es terriblemente dramático como para pasarlo por la televisión, usted tiene pase directo al CRIT del Teletón. No existe en estos centros una evaluación médica pertinente que priorice los casos, puro negocio, señor lector.
            Pero en fin, vivimos en un país donde nos han hecho pensar que nuestras aspiraciones solo deben cifrarse en lucir mejor, en tener más cosas, en ser más populares, en ser más poderosos, más adinerados, presumir nuestras casas, nuestros coches, nuestras pertenencias… un nivel aspiracional en el que los logros del intelecto, del espíritu, de la verdad, del amor, de la realización personal, de la paz interior, y de la felicidad interna, son boberías que no sirven para nada porque no se pueden vender ni comprar. Vivimos en un país en el que se nos ha golpeado el ego tan gravemente y se nos ha inyectado un horrendo sentido de inferioridad que nos vacuna de la sublevación. No por nada en esta tierra están en boga las fiestas de quince años, no por nada los negocios más redituables en las colonias populares son las estéticas unisex; no es casual que nos impongan a un presidente de “buen ver” y a una primera dama de telenovela.
            Me gustaría preguntar; ¿De qué no sirve una tremenda pantalla plana para mirar tan vívidamente al mundo, si nuestro corazón se endurece y nuestros ojos se ciegan cuando miramos las tragedias como la de Gaza? ¿De que nos sirven conexiones de internet más anchas si a cada día nuestras mentes se estrechan más y más? ¿De que nos sirve un orbe de conocimientos disponible en Internet, si parece que cada día sabemos menos? ¿De que nos sirven las llamadas telefónicas ilimitadas, si cada día nos aislamos un poco más? ¿De que vale tener un MP3 que nos llene los oídos de armonía, si nos rehusamos a escuchar el disonante clamor de nuestro hermano que grita de hambre, de frio, de miedo, de esclavitud? ¿De que nos valen tantos “avances” tecnológicos, si parece que cada día damos un paso hacia atrás en nuestra evolución? ¿De qué nos sirve tener dispositivos más potentes y más veloces, si nosotros somos cada día más perezosos, más débiles y más pusilánimes?
            Podremos comprar pantallas planas, reproductores, videojuegos, computadoras, purificadores de aire y agua, motobombas, autos de lujo, casas en zonas exclusivas, electrodomésticos con WiFi, y eso no nos hará mejores personas, no nos hará más sabios, ni más valiosos, ni más sensibles, ni más tenaces, no nos dará una mejor vida; tal vez más cómoda sí, pero para mejorarla se necesitan cosas que ni son cosas y que no se venden ni se compran en ningún lugar.
Ptolomeo.

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