Hace tiempo que el
politólogo italiano Giovanni Sartori alertó sobre la transformación del homo
sapiens en homo videns, un ser formado por la predominancia de lo visual, que
mira sin generar abstracciones, que consume imágenes sin procesarlas, inmerso
en la inmediatez de lo que no requiere imaginación y en el aislamiento de quien
no tiene interlocutor; humanos frente al televisor.
A
cuento viene pensar en la tesis de Sartori estos últimos días de la semana,
bautizados por los intereses empresariales como “El Buen Fin”, tiempo dedicado
enteramente al consumo de bienes que hasta ayer no necesitábamos; alentados por
la difusión de “ofertas”, en su mayor parte falsas, salen los trabajadores a
dejar los ahorros que tenían, el aguinaldo que les adelantaron o, mejor, a
incrementar las deudas de sus tarjetas de crédito.
A
cuento viene, decía, el asunto del Homo videns, porque resulta que las hordas
de consumidores, “expertos” cazadores de “ofertas”, salen de las tiendas
cargados sobre todo de, adivinó usted, televisores… Pantallas, les llaman
ahora, más grandes, más planas, más brillantes, con un sonido más estruendoso,
todos esos extras que se vuelven, por arte de magia (televisiva, por supuesto)
imperiosas necesidades.
Si
bien es cierto que no toda la programación de las televisoras es de pésima
calidad, con contenidos infames, el mayor porcentaje lo es, razón suficiente
como para renunciar a ella, creo yo. Pero no sólo se trata de ver, sino de
consumir y no sólo imágenes o ideas (ojalá eso fuera lo que nos dan), sino de
consumir productos. Me pregunto, ¿cómo es que los seres humanos llegamos a
considerar que es algo “divertido” o “inteligente” sentarnos frente a un
aparato que tiene como finalidad bombardearnos con publicidad?, ¿qué tiene de
grato “pasar el rato” mirando comerciales y alguna que otra cosa?, ¿qué hay de
lindo en recibir sin capacidad para responder miles de mensajes contradictorios
(“Hártate de pizzas, hamburguesas o refrescos” e, inmediatamente después,
“Cuídate de la obesidad, come sanamente”)?
¿Por
qué los seres humanos nos sometemos voluntariamente a eso, si bien pensando
(que no visto), es una tortura?; la exposición constante a este tipo de
mensajes crea irremediablemente ansiedad, eso sin contar lo bien diseñados que
están para generar toda suerte de lo que no puedo considerar sino trastornos,
¿qué otra cosa puede ser asociar un reloj o un automóvil con la sexualidad humana?,
¿qué otra cosa puede ser considerar que se es buena o mala persona según el
líquido limpiador de pisos que usamos? Se me ocurre, sólo por aventurarme a
pensar (bien tan mal comprendido en estos tiempos), que la televisión
comercial, esa dedicada a fomentar el consumo al costo que sea, está cada día
más cerca de ser lo mismo que un dictador: manipulación y nada más.
¡Qué
novedad!, me dirán quienes leen, que serán, ¡oh, paradoja!, todos ustedes, por
algo lectores… Sí, no es novedad y yo estoy muy distante de ser alguien que
conoce a fondo el asunto, pero ¿y a quién más le podemos expresar nuestros
pensamientos ahora que sí algo escasean son los interlocutores?, ustedes
disculpen la obviedad, pero no tengo más que preguntas, espero en alguno de
ustedes hallar respuestas. ¿Por qué los televisores son un artículo de
“primerísima necesidad”?, tan bonito que es ir al cine, al teatro, leer,
caminar… Homo sapiens en extinción, solicita su ayuda.
Antídoto Amor.
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