Todos nos sentimos o nos hemos sentido inconformes alguna vez respecto a una o más situaciones de nuestra sociedad. Nos percibimos en estado de indefensión o de impotencia por la misma razón; es decir, sabemos que algo anda muy mal; sabemos qué es lo que falla y sabemos también que no estamos contentos con ello, que estamos preocupados, pero casi siempre desconocemos la manera en que podemos intervenir para remediar las cosas. Nos pasamos la vida entre los lamentos y las buenas intenciones, un poco atados de brazos, desorientados, medio angustiados y medio indiferentes; y el resultado es que dejamos a otros lo que nos toca, lo que podríamos hacer nosotros.
Sabemos que es injusto que muchas personas trabajen largas jornadas por un salario miserable, tenemos la convicción de que esto debería de cambiar, de que el trabajo debería ser sagrado —pues es el sustento del hombre—, digno, estimulante. Conocemos la situación y nos causa mucha pena que los hombres, mujeres y, hasta los niños, sean explotados. Sin embargo no nos sentimos capaces de intervenir al respecto, nos percibimos como simples receptores de una realidad y la encaramos con un “así son las cosas”, o “así es la vida y, ¿qué le vamos a hacer?”.
Luego, dejamos a “los poderosos” la tarea de tomar decisiones en nuestro beneficio, de ordenar el mundo, de velar por la justicia, de cambiar para que la sociedad pueda ser mejor. En ningún modo podemos cambiar nosotros, porque creemos que somos solo un grano de arena en la playa y, por lo tanto, ninguno de nuestros movimientos tendría injerencia alguna en el entorno. Nuestros razonamientos son, por ejemplo: “Sé que el fomento cultural en México está por los suelos, lo que me parece muy mal, y si tuviera un alto cargo público en la Secretaría de Cultura, sin duda serían muy diferentes las cosas…, pero, bueno, ni al área de la cultura me dedico, ¿qué voy a hacer yo por la cultura, si me dedico al deporte que está mucho peor en cuanto a apoyos y fomento sin que pueda remediar nada?”. Y ahí le seguimos y nadie nos mueve de tal postura, porque finalmente no nos consideramos malas personas; somos gente trabajadora que cumple con lo que le toca.
Podría enumerar más ejemplos, mas creo que hasta ahora basta. El punto es que nos lamentamos muchas cosas pero es poco lo que se hace; nos pronunciamos contra la explotación laboral pero seguimos comprando los insumos en los grandes supermercados como Walmart; nos parece muy mal la manipulación que los medios de comunicación como la radio y la televisión ejercen sobre “la sociedad”, sin darnos cuenta de que continuamos prendiendo el televisor a menudo, y de que nos estamos dejando manipular igual que esa “sociedad manipulable” que percibimos medio ajena a nosotros.
La cruel realidad es que con estos pequeños actos; la insignificancia de comprar algunas cosas en Aurrera una o dos veces al mes; la nadería de ver “nada más” las noticias o la telenovela que está “buenísima”. Minucias, como tirar una simple colilla de cigarro en la vía pública o comprar la TV notas de vez en cuando, son precisamente las que alimentan la explotación laboral y la manipulación mediática, los contenidos de mala calidad, el hundimiento del pueblo, el fomento de la mediocridad intelectual.
Si eres muy pequeño para influir en tus padres, te invito a que les pongas el ejemplo; si eres muy pobre para inmiscuirte en la economía nacional, te invito a que no vayas a endeudarte a Elektra para tener algo que, seguramente, para cuando lo hayas liquidado habrá dejado de servir. Si te dedicas al deporte y muy poco sabes del ámbito cultural, te invito a que compres un libro y lo leas, a que asistas a algún recital de poesía o al teatro de vez en cuando. Piensa que has subestimado hasta ahora el poder que tienes como miembro de un pueblo, de una sociedad; piensa que al castigar a la tele, manteniéndola apagada, estarás exigiendo mejores contenidos; al comprar en el mercado local, en las verdulerías, las tiendas de abarrotes, etcétera, estarás condenando la denigración laboral y, además, ayudarás a fortalecer la economía de tus vecinos. No le des un solo peso al Teletón, mejor regálale un suéter a un indigente, apoya al DIF de tu localidad, inmiscúyete de manera más activa.
Habrá que ver que sin cada grano de arena no sería posible la playa, que sin cada individuo no sería posible la sociedad, que sin cada televidente no sería posible el poder de Televisa. Insisto en la cruzada que debemos emprender a la voz de ¡Ya! Genera el cambio y contagia a otros, no te quedes con las ganas de hacer algo por los tuyos y por ti mismo. Es hora de tomar las riendas.
Des Consuelo.
me parece tibio. El cambio, cuando se da, es fuerte, sacude
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