Las puertas se abrieron y empezó la batalla.
Entre empujones, golpes y pisotadas traté de abrirme camino hacia el metro.
Inútil, una madre redonda arrastrando a su criatura. Llevaron mi pequeño cuerpo
varios pasos de donde estaba hacia atrás. Un timbre anunció, las puertas se
cerrarían. Los últimos se aventaron contra la gente para caber en esos segundos
antes del cierre. Las puertas, al cerrarse, dejaron atrapados bolsas, mochilas
y panzas, la gente de afuera intentaba empujar las cosas para destrabarlas.
Mientras esto hacían, alcancé a ver una cabeza, apenas visible en las ventanas
de la puerta que abría y cerraba, la persona que tenía detrás parecía ser su
madre, le gritaba a las personas que a su vez la empujaban a ella, tratando de
convencer de que hicieran un poco de espacio para el niño, los demás no se
movían, no había más lugar a dónde moverse, se alcanzó a escuchar. Listo, el
metro comenzó a avanzar con su embutido humano.
El siguiente tren
tardaba, la gente se juntaba más, un frío me recorrío, deseaba que nadie me
empujara hacia adelante, y cayera justo cuando el metro avanzara. Luces, el metro
se acercaba, me rendí antes de ver por completo al transporte; dejaré que la
gente me lleve, pensé. El tren llegó rompiendo realidades, se detuvo, de nuevo
las puertas, de nuevo las batallas, pocas personas salieron esta vez.
Comenzaron a empujar, y solo levanté los pies, pronto pasé la puerta flotando.
La desesperación y la inconciencia fue mi vehículo, solo dejarme llevar, solo
flotar, solo disfrutar. Llegué al centro, entre las dos puertas, de espaldas a
la entrada y salida, aún no podía tocar el suelo, el timbre, empujaron más
todavía, las puertas, aún más, el cierre total, incluso más, el metro avanzó,
ahora mi cuerpo se iba de lado y deslizando lentamente hacia el suelo, quedando
parado en un ángulo de 85°. Preferiría seguir flotando.
Siguiente estación,
solo uno bajó a través de las piernas de los otros, no creía que nos pudieran
empujar más, que hubiera suficiente espacio para más gente. Las puertas se cerraron,
y empezó a irse el metro que se detuvo a unos cuantos pasos del andén, en la
oscuridad. Me quedaba sin aire rápidamente por varias razones: apretaban
fuerte, el aire viciado, y el hombre frente a mí olía a alcohol, a veces su cuerpo
daba espasmos en todas direcciones, solo veía su cabello engomado y su traje
rayado, tal vez venía inconsciente, pero no podía caer. A mi lado, una enorme
maraña de cabello humano. Me tragué uno de esos cabellos al voltear. Atrás de
mí solo me percaté de una espalda de un hombre alto que empujaba. Él era quien
más empujaba, claro, toda la gente se arremolinaba en la puerta. Un anuncio:
"debido a la lluvia el servicio será más lento". El humor se calentó
adentro del metro, se sentía, se escuchaba, la gente suspiraba, golpeaba las
ventanas o bufaba, mucha tensión. Otro espasmo del trajeado, me pareció que
vomitaría en el momento que recobrara la conciencia, por eso todos le daban la
espalda al trajeado. La gente le tenía miedo, yo por más que quería no podía
voltear, por fin avanzó.
Esta vez tuve unos
segundos para voltear. El trajeado se abalanzó sobre mí, pero con una maniobra
de codazos me hice lugar y me pude voltear, solo para enacararme inmediatamente
contra la espalda del alto. No podía voltear hacia los lados pues los cabellos
de los demás me estorbaban. Mi nariz tuvo que soportar la prensión contra la
espalda que los de atrás y sobre todo el trajeado ejercían sobre mí. Las
puertas se comenzaron a cerrar, de nuevo la presión de la espalda en mi nariz,
pero con el empujón, el trajeado se inclinó hacia el lado contrario. Se liberó
mi rostro un poco. Solo faltan dos estaciones más, antes de que salga, si logro
salir. De nuevo el metro se va parando en la oscuridad, la camisa a cuadros de
la espalda se me antoja uno de esos juegos donde se entornan los ojos, hasta
que el individuo logra ver la realidad debajo de los cuadros y los colores.
Intento entornarlos mas no veo nada, pero no importa que estuvieran abiertas,
porque el aire no me seduciría, y empiezo a marearme más con los cuadros y, con
los ojos cerrados, siento más las vueltas en la cabeza. Avanza el metro.
Golpe seco y fuerte,
el metro se detiene de inmediato, todos nos movemos hacia adelante por un
instante. La gente quiere ver qué sucedió, empiezan a empujar para el lado de
la salida. El trajeado se recuesta completamente sobre mí, junto con todos los
de atrás, el empujón hace que mi nariz se golpee fuertemente contra la espalda,
entonces me volteo hacia los cabellos, siento la sangre que recorre mi nariz,
pero no puedo alzar las manos. Cada vez empujan más fuerte, y los cuchicheos no
se hacen esperar, tratando de comprender qué hay afuera. Empujan más fuerte y
cada vez hay menos aire y el trajeado sigue recostado sobre mí y los cabellos
olor a polvo cada vez menos aire y el trajeado sigue recostado sobre mí y los
cabellos olor a polvo cada vez menos aire y no puedo hacer nada y la nariz
sangrando y la espalda cada vez más rígida y cada vez menos aire y un hombre se
arrojó al metro y cada vez más presión y cada vez menos aire y el niño de la puerta
y cada vez menos aire y solo falta una estación más y cada vez menos aire y
cada vez menos aire no aire.
Enrique Burgot.
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