lunes, 12 de noviembre de 2012

Siguiente estación



Las puertas se abrieron y empezó la batalla. Entre empujones, golpes y pisotadas traté de abrirme camino hacia el metro. Inútil, una madre redonda arrastrando a su criatura. Llevaron mi pequeño cuerpo varios pasos de donde estaba hacia atrás. Un timbre anunció, las puertas se cerrarían. Los últimos se aventaron contra la gente para caber en esos segundos antes del cierre. Las puertas, al cerrarse, dejaron atrapados bolsas, mochilas y panzas, la gente de afuera intentaba empujar las cosas para destrabarlas. Mientras esto hacían, alcancé a ver una cabeza, apenas visible en las ventanas de la puerta que abría y cerraba, la persona que tenía detrás parecía ser su madre, le gritaba a las personas que a su vez la empujaban a ella, tratando de convencer de que hicieran un poco de espacio para el niño, los demás no se movían, no había más lugar a dónde moverse, se alcanzó a escuchar. Listo, el metro comenzó a avanzar con su embutido humano.

El siguiente tren tardaba, la gente se juntaba más, un frío me recorrío, deseaba que nadie me empujara hacia adelante, y cayera justo cuando el metro avanzara. Luces, el metro se acercaba, me rendí antes de ver por completo al transporte; dejaré que la gente me lleve, pensé. El tren llegó rompiendo realidades, se detuvo, de nuevo las puertas, de nuevo las batallas, pocas personas salieron esta vez. Comenzaron a empujar, y solo levanté los pies, pronto pasé la puerta flotando. La desesperación y la inconciencia fue mi vehículo, solo dejarme llevar, solo flotar, solo disfrutar. Llegué al centro, entre las dos puertas, de espaldas a la entrada y salida, aún no podía tocar el suelo, el timbre, empujaron más todavía, las puertas, aún más, el cierre total, incluso más, el metro avanzó, ahora mi cuerpo se iba de lado y deslizando lentamente hacia el suelo, quedando parado en un ángulo de 85°. Preferiría seguir flotando.

Siguiente estación, solo uno bajó a través de las piernas de los otros, no creía que nos pudieran empujar más, que hubiera suficiente espacio para más gente. Las puertas se cerraron, y empezó a irse el metro que se detuvo a unos cuantos pasos del andén, en la oscuridad. Me quedaba sin aire rápidamente por varias razones: apretaban fuerte, el aire viciado, y el hombre frente a mí olía a alcohol, a veces su cuerpo daba espasmos en todas direcciones, solo veía su cabello engomado y su traje rayado, tal vez venía inconsciente, pero no podía caer. A mi lado, una enorme maraña de cabello humano. Me tragué uno de esos cabellos al voltear. Atrás de mí solo me percaté de una espalda de un hombre alto que empujaba. Él era quien más empujaba, claro, toda la gente se arremolinaba en la puerta. Un anuncio: "debido a la lluvia el servicio será más lento". El humor se calentó adentro del metro, se sentía, se escuchaba, la gente suspiraba, golpeaba las ventanas o bufaba, mucha tensión. Otro espasmo del trajeado, me pareció que vomitaría en el momento que recobrara la conciencia, por eso todos le daban la espalda al trajeado. La gente le tenía miedo, yo por más que quería no podía voltear, por fin avanzó.

Esta vez tuve unos segundos para voltear. El trajeado se abalanzó sobre mí, pero con una maniobra de codazos me hice lugar y me pude voltear, solo para enacararme inmediatamente contra la espalda del alto. No podía voltear hacia los lados pues los cabellos de los demás me estorbaban. Mi nariz tuvo que soportar la prensión contra la espalda que los de atrás y sobre todo el trajeado ejercían sobre mí. Las puertas se comenzaron a cerrar, de nuevo la presión de la espalda en mi nariz, pero con el empujón, el trajeado se inclinó hacia el lado contrario. Se liberó mi rostro un poco. Solo faltan dos estaciones más, antes de que salga, si logro salir. De nuevo el metro se va parando en la oscuridad, la camisa a cuadros de la espalda se me antoja uno de esos juegos donde se entornan los ojos, hasta que el individuo logra ver la realidad debajo de los cuadros y los colores. Intento entornarlos mas no veo nada, pero no importa que estuvieran abiertas, porque el aire no me seduciría, y empiezo a marearme más con los cuadros y, con los ojos cerrados, siento más las vueltas en la cabeza. Avanza el metro.

Golpe seco y fuerte, el metro se detiene de inmediato, todos nos movemos hacia adelante por un instante. La gente quiere ver qué sucedió, empiezan a empujar para el lado de la salida. El trajeado se recuesta completamente sobre mí, junto con todos los de atrás, el empujón hace que mi nariz se golpee fuertemente contra la espalda, entonces me volteo hacia los cabellos, siento la sangre que recorre mi nariz, pero no puedo alzar las manos. Cada vez empujan más fuerte, y los cuchicheos no se hacen esperar, tratando de comprender qué hay afuera. Empujan más fuerte y cada vez hay menos aire y el trajeado sigue recostado sobre mí y los cabellos olor a polvo cada vez menos aire y el trajeado sigue recostado sobre mí y los cabellos olor a polvo cada vez menos aire y no puedo hacer nada y la nariz sangrando y la espalda cada vez más rígida y cada vez menos aire y un hombre se arrojó al metro y cada vez más presión y cada vez menos aire y el niño de la puerta y cada vez menos aire y solo falta una estación más y cada vez menos aire y cada vez menos aire no aire.

Enrique Burgot.





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