Por
razones personales (el asesinato de una chica conocida por mí que tuvo lugar en
India, aunque en ese caso el homicida parece haber sido un mexicano, el padre
de su hija), desde hace días sigo con especial interés las noticias sobre lo
que sucede en aquel país a raíz de la violación tumultuaria sufrida por una
joven de 23 años en un autobús de transporte público a fines del mes pasado. El
16 de diciembre, Amanat (“tesoro” en lengua urdu), como la han llamado en
algunos medios locales, acudió en compañía de un amigo a una conocida plaza
comercial en Nueva Delhi en donde asistieron al cine. Al filo de la medianoche,
rumbo a sus respectivas casas, ambos abordaron el autobús en donde fueron
salvajemente agredidos por un grupo de seis hombres, uno de ellos menor de
edad: a ella la violaron en repetidas ocasiones, incluso introdujeron en su
vagina una barra de hierro, la misma que usaron los agresores para golpear a
sus dos víctimas que, finalmente, fueron arrojados del vehículo en movimiento.
Luego de varios días en coma, hospitalizada (primero en
un hospital de la capital de su país y más tarde en Singapur a donde fue
trasladada para continuar con su atención), durante los cuales se intentó por
todos los medios salvarle la vida, Amanat murió a las 4:45 de la mañana del 29
de diciembre de 2012. Las movilizaciones en demanda de mayor seguridad para las
mujeres indias, desatadas desde que fue conocida públicamente la agresión a
esta chica, no han cesado; la represión, respuesta inicial del gobierno frente
a las masivas protestas, no lograron silenciar los reclamos de la gente, sobre
todo de clase media, lo que dio lugar a una inusualmente efectiva investigación
por parte de la policía que, a su vez, ha derivado en el juicio de sus
agresores, mismo que comenzó el pasado 3 de enero.
Como parte de la información emanada en torno a esta
noticia han surgido datos alarmantes: según datos de la Oficina Nacional de
Registro de Crímenes de aquella Nación, cada 20 minutos es violada una mujer y
sólo uno de cada cuatro violadores es condenado; entre una población de 1.300
millones de habitantes, se registraron casi 25 mil casos de violación en 2011.
El caso ha dado pie también a análisis profundos sobre el contexto
sociocultural en el que esto ha sucedido; lo que evidencias estas
“radiografías” es la prevalencia de una sociedad terriblemente machista, donde
las mujeres son despreciadas, incluso antes de nacer: de acuerdo a un censo
local, seis millones de niñas fueron abortadas en la última década y las niñas
tienen menos posibilidad de sobrevivir hasta los cinco años en comparación con
los varones a quienes se brindan mejor alimentación y mayores cuidados médicos.
Como dice el psicólogo Sudhir Kakar: En India las hijas son caras (cuesta una
fortuna el pago de la dote) y no valen nada, pues no perpetúan el linaje
familiar y, una vez casadas, son propiedad de su marido.
Y en México, ¿cómo andamos? Un reciente artículo de Inés
Santaeulalia en el periódico El País (12 de enero de 2013) da cuenta de las
malas noticias: nuestro país es uno de los peores para las mujeres entre los
que integran el G-20, sólo superado por Sudáfrica, Indonesia, Arabia Saudí e
India. Aún así, ¿le parece una excentricidad eso de que en India el matrimonio
de una mujer signifique pasar del control de los padres a la absoluta posesión
de su esposo?, pues se estima que en México el 20% de las mujeres casadas piden
permiso a su cónyuge para salir solas… Consigna un reporte de ONU Mujeres (ver
http://www.animalpolitico.com/2012/12/un-cuarto-de-siglo-de-violencia-contra-la-mujer/)
que en nuestro país “el ambiente de impunidad, sumado a insensibilidad y
ausencia en la rendición de cuentas por parte de un sector considerable de
autoridades de impartición de justicia, hace sinergia con la violencia y la
discriminación sistemática hacia las mujeres, la cual se deriva de estructuras
patriarcales y machistas todavía muy asentadas en prácticas, valores, normas y
aun disposiciones jurídicas del país”.
Y eso de que haya mujeres violadas y torturadas por grupos
de hombres que se reúnen para cazarlas, se escucha terrible, ¿verdad?, pues
parece que eso es exactamente lo que sucede desde hace años en Ciudad Juárez,
situación que podría explicar también buena parte de los feminicidios, cada vez
más frecuentes, en otras partes del país: chicas jóvenes secuestradas que son
torturadas y violadas hasta matarlas en el marco de una verdadera cacería que
se sirve de los tres rasgos identificados por la Organización de Naciones
Unidas como características de la violencia a las mujeres: invisibilidad,
normalidad e impunidad, tres factores en los que está inmersa la sociedad en su
conjunto y ante los cuales guardar silencio nos convierte en cómplices. Sólo
como ejemplo, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio registró en un
periodo menor a dos años, entre 2009 y junio de 2010, ¡más de mil setecientos
homicidios dolosos en 18 entidades de la República Mexicana. En India ya
protestan; acá, ¿cuándo?
Antídoto
Amor
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