Si bien
es cierto que el pensamiento es la semilla de la existencia, “cogito ergo sum”, lo es también que la
realidad es la suma de percepciones colectivas. Yo puedo ver lo que se me dé mi
regalada gana ver, y puedo darle valor y existencia sólo a determinadas
situaciones, de acuerdo con mi parecer y mi esquema de percepción que —ya
sabemos todos— se forma a partir de paradigmas y de la observación. De
cualquier forma, al vivir en sociedad, construiré mi realidad a razón de la
convivencia y de las percepciones y pensamientos de otros, eso es irremediable,
aunque no la postura que yo pueda tomar, pues esa dependerá siempre de mis
decisiones. Por eso, aunque el pensamiento sea el origen de todo, ese
pensamiento toma en cuenta la visión colectiva y es así como la realidad
individual se construye: a partir de las visiones generales y su influencia en
la visión personal.
Traigo todo esto a colación porque desde el fraude
electoral he visto un fenómeno sociológico interesantísimo: la construcción
intencional y sistemática de una realidad. Si bien es cierto que la
mercadotecnia —y sobre todo la mercadotecnia política— sirve para transmitir un
estilo de vida y una filosofía que invite a la compra o adquisición de un
producto, servicio o personalidad, también es verdad que no todo lo crea la
mercadotecnia. Para que se pueda lograr lo que ya casi es un éxito entre la
ciudadanía —legitimar un fraude—, hace falta un plan prolongado, una visión a
largo plazo, que sirva para definir un rumbo y un destino común. Sabemos cuáles
han sido las armas de este gobierno de fraude: exaltación de los más arraigados
valores, estereotipos y prejuicios familiares de los mexicanos; una estrategia
mediática que defina la realidad a su manera, una política que concilie —usando
lo que sea para lograrlo— las diferentes fuerzas en una sola y, por supuesto,
una figura política más parecida a una estrella más del canal de las estrellas
que a un líder nacional. Pero lo que salta mucho más a la vista entre los
ingredientes de esta fórmula tan exitosa es la negación: sí, ante el cúmulo de
protestas la negación fue y aún sigue siendo la mejor respuesta; ante los
problemas sociales del país, la negación es la solución y ante la realidad que
aqueja a México, la negación es la mejor salida. “Si no lo miro, si no le hago
caso, seguro desaparece”, pensarán quienes orquestan, dirigen y dan sinsentido
a todo esto… ¿Ha visto últimamente los noticieros, lector? Yo no sé usted, pero
a mí me parece que, según su realidad, a raíz de la toma de posesión de Enrique
Peña, la realidad se ha transformado por completo. Lo que antes era un tema de
todos los días entre los mexicanos, el narcotráfico y la violencia, cada vez se
siente más y más atenuado. Es una visión bonita esa que nos venden: un país que
poco a poco comienza a salir adelante después de la pesadilla, liderado por un
hombre humanitario y sobre todo guapo —y bien, pero bien ocurrente y hasta
chistoso—, quien con su hermosa familia de película gringa, enaltece lo más
destacado de la cultura mexicana de siempre.
A mí esa realidad no me cuadra, simplemente no me parece
digna de ser vivida, porque no existe.
Esa realidad que se empeñan en imponernos no es más que una falsedad, un timo.
Yo no puedo traicionar de ese modo a mi sentido común, a mi percepción de la
realidad. Sé que a medida que el tiempo pase, posiblemente lograrán su objetivo
de legitimización porque, tristemente, la mayoría quiere creer eso que dicen y
está feliz con su presidente de novela, pero aun así sé que siempre habrá
esperanza y estará en las personas capaces de dar una visión distinta, de crear
puntos de divergencia y visiones opuestas al común.
Damiana
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