martes, 22 de enero de 2013

Negación sistemática de la realidad, la forma de construir la realidad



Si bien es cierto que el pensamiento es la semilla de la existencia, “cogito ergo sum”, lo es también que la realidad es la suma de percepciones colectivas. Yo puedo ver lo que se me dé mi regalada gana ver, y puedo darle valor y existencia sólo a determinadas situaciones, de acuerdo con mi parecer y mi esquema de percepción que —ya sabemos todos— se forma a partir de paradigmas y de la observación. De cualquier forma, al vivir en sociedad, construiré mi realidad a razón de la convivencia y de las percepciones y pensamientos de otros, eso es irremediable, aunque no la postura que yo pueda tomar, pues esa dependerá siempre de mis decisiones. Por eso, aunque el pensamiento sea el origen de todo, ese pensamiento toma en cuenta la visión colectiva y es así como la realidad individual se construye: a partir de las visiones generales y su influencia en la visión personal.

Traigo todo esto a colación porque desde el fraude electoral he visto un fenómeno sociológico interesantísimo: la construcción intencional y sistemática de una realidad. Si bien es cierto que la mercadotecnia —y sobre todo la mercadotecnia política— sirve para transmitir un estilo de vida y una filosofía que invite a la compra o adquisición de un producto, servicio o personalidad, también es verdad que no todo lo crea la mercadotecnia. Para que se pueda lograr lo que ya casi es un éxito entre la ciudadanía —legitimar un fraude—, hace falta un plan prolongado, una visión a largo plazo, que sirva para definir un rumbo y un destino común. Sabemos cuáles han sido las armas de este gobierno de fraude: exaltación de los más arraigados valores, estereotipos y prejuicios familiares de los mexicanos; una estrategia mediática que defina la realidad a su manera, una política que concilie —usando lo que sea para lograrlo— las diferentes fuerzas en una sola y, por supuesto, una figura política más parecida a una estrella más del canal de las estrellas que a un líder nacional. Pero lo que salta mucho más a la vista entre los ingredientes de esta fórmula tan exitosa es la negación: sí, ante el cúmulo de protestas la negación fue y aún sigue siendo la mejor respuesta; ante los problemas sociales del país, la negación es la solución y ante la realidad que aqueja a México, la negación es la mejor salida. “Si no lo miro, si no le hago caso, seguro desaparece”, pensarán quienes orquestan, dirigen y dan sinsentido a todo esto… ¿Ha visto últimamente los noticieros, lector? Yo no sé usted, pero a mí me parece que, según su realidad, a raíz de la toma de posesión de Enrique Peña, la realidad se ha transformado por completo. Lo que antes era un tema de todos los días entre los mexicanos, el narcotráfico y la violencia, cada vez se siente más y más atenuado. Es una visión bonita esa que nos venden: un país que poco a poco comienza a salir adelante después de la pesadilla, liderado por un hombre humanitario y sobre todo guapo —y bien, pero bien ocurrente y hasta chistoso—, quien con su hermosa familia de película gringa, enaltece lo más destacado de la cultura mexicana de siempre.

A mí esa realidad no me cuadra, simplemente no me parece digna de  ser vivida, porque no existe. Esa realidad que se empeñan en imponernos no es más que una falsedad, un timo. Yo no puedo traicionar de ese modo a mi sentido común, a mi percepción de la realidad. Sé que a medida que el tiempo pase, posiblemente lograrán su objetivo de legitimización porque, tristemente, la mayoría quiere creer eso que dicen y está feliz con su presidente de novela, pero aun así sé que siempre habrá esperanza y estará en las personas capaces de dar una visión distinta, de crear puntos de divergencia y visiones opuestas al común.

Damiana

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