No es de extrañar que muchos de los nombramientos para altos cargos públicos, desde antes de la toma de posesión del hoy impuesto presidente Peña y hasta la fecha, vayan por la tónica de los viejos conocidos. Los más recientes, en materia cultural, privilegian a ex funcionarios del aún no olvidado salinismo; y digo no olvidado, en el sentido en que aún recordemos el año amargo de 1994, desde el que México ya nunca fue el mismo. ¿Hemos retrocedido 24 años?, se pregunta uno cuando las dirigencias se ven plagadas de herrumbrosos espectros del mal recordado sexenio de Carolos Salinas de Gortari. Se ve en seguida hacia dónde vamos, asoman viejas tácticas y maneras de gobernar. Un personaje siniestro va emergiendo lentamente de las sombras.
Pero esas son minucias que ya todos sabíamos. Sólo algún incauto pro Peña, alguna mujer de aquellas que gritaban ¡Peña hazme un hijo!, creían, seguramente, en la hermosa república de telenovela vendida por la poderosa narco-televisora. Insisto asiduamente en que no hubo caretas. Peña se asume con orgullo como el autor ¿intelectual? de la represión en Atenco; la de las violaciones, golpizas y quebrantamiento a todas luces de derechos humanos. Peña no sabe dar los títulos de tres libros ni para salir del paso. Peña no sabe cuánto cuestan las tortillas que todos los mexicanos nos llevamos diario a la boca. Peña no está muy seguro de qué murió su esposa. Peña, en fin, da pena.
Lo malo es que nada es nuevo. Éste es el inicio de una tragedia anunciada. Comenzó la era del terror; o más bien, recomenzó. No suelo ser dramática pero me parece que Calderón se quedaba blando frente a un hombre no sólo misógino, asesino y represor, sino además, sobradamente ignorante. Y vea, usted, señor lector, cómo se las gasta nuestro flamante primer mandatario con su declaración patrimonial: 4 casas, 4 terrenos y 1 departamento; 9 bienes en total, de los cuales —según sus propios datos— compró 2, recibió uno en herencia y seis más le fueron donados por gente caritativa y bienintencionada. Su inmueble más pequeño es el departamento de 211 m2, el más grande un terrenito de 58,657 m2. Hay que ver en qué zonas tiene sus tierritas. Apuesto a que ni las señoras a quienes encantaba el encanto de su cabellera se tragan eso. Se preguntarán muchos, irónicamente, dónde es la fila de los donativos. Pensando, claro, en la cantidad de mexicanos que no cuentan con una vivienda digna de su propiedad; algo así como el 52% de la población mexicana, la que vive en pobreza.
Pero volviendo a los viejos conocidos. No sólo los “nuevos” funcionarios de los altos cargo públicos son ya veteranos; lo son también el modus operandi y el modus vivendi. Es que México, señores, es un país que no ha cambiado, que nunca cambió, que va de mal en peor. Una serie de reformas nos anuncia, temiblemente, que el PRI omnipotente y omnipresente pretende acaparar ahora todas las ventajas, todas las puertas, todos los medios. Piénsese que el sindicalismo agoniza y la ya aprobada reforma laboral maniata a los trabajadores en todos los sentidos.
El trabajador ya no puede darse el lujo de vivir como ser humano; es ya una máquina desechable y mal pagada, una maquina mal alimentada, mal vestida, que no tiene derecho a vivir dignamente, ni a tener una familia, ni al descanso. Es un servidor que no trabaja en horario fijo, va el martes a laborar de 7 de la mañana a 5 de la tarde, el miércoles se queda dos horas más que le pagaran a 7 pesos y el jueves hará turno nocturno para presentarse el viernes en la tarde; es, en fin, un señor, una máquina que no tendrá tiempo de leer el periódico o algún libro, no podrá recrearse de ninguna mera. Ha de llegar embrutecido a cenar cualquier cosa mientras mira la televisión para embrutecerse más y olvidar el dolor que trae en el cuerpo, el sueño atrasado, las esperanzas muertas de una mejor vida, la dignidad olvidada.
Eso sí, los altos cargos públicos tienen todo el derecho a presentar en su declaración patrimonial sus lujosas residencias en costosas zonas; pueden, sin más explicación, decir que se trata de donaciones, pueden reírse del pobre a carcajadas, decir estupideces en plena tribuna; cosas tales como “IFAI: Instituto de Información y de Acceso a la Opinión Pública de Toda la Información Disponible para la Ciudadanía desde el Gobierno”. Aunque —reflexión aparte— es claro que un órgano que no sirve para pedir que el presidente explique de dónde sacó sus bienes, pues, no ha de servir mucho, y da igual cómo se llame, y da igual si existe o no. ¿Qué nuevas viejas prácticas re traerá este régimen? ¿A cuáles otros viejos conocidos nos encontraremos de nuevo?
Des Consuelo.
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