Hace menos de una semana,
estudiantes, profesores y trabajadores de diversos planteles del Colegio de
Ciencias y Humanidades de la U.N.A.M. realizaron movilizaciones, paros
parciales y tomas simbólicas de algunas de las instalaciones de esta
institución de educación media superior. ¿El motivo? Ejercer un contrapeso que
presione a las autoridades universitarias a suspender, temporalmente, las
reformas a los planes de estudios y a diversos estatutos orgánicos del colegio
que, según el sentir de los manifestantes, lesionarían severamente la vena
humanística, científica, crítica y popular de los CCH’s.
Insisto
en que la petición de los inconformes únicamente pretendía suspender
momentáneamente la instauración de estas reformas a fin de evidenciar si
efectivamente las modificaciones a los planes de estudios contaban con la
aprobación de los académicos y sobre todo con el beneplácito y respaldo de los
estudiantes que a fin de cuentas serán los portadores de las instrucciones y
enseñanzas que se les brinden durante su formación; y que a la postre, habrán
de echar mano de todo lo aprendido para enfrentarse al mundo laboral que cada
día es más salvaje, competido y despiadado.
Para
ello, los estudiantes, académicos y trabajadores de los planteles de los
colegios se organizaron en asambleas informativas y resolutivas en las que se
determinó que la reforma a los mapas curriculares de la institución empobrecía
la preparación de los estudiantes, que los privaba de una educación integral
con tintes humanistas y científicos, y que sólo “tecnificaba” a los estudiantes
convirtiéndolos en obreros técnico-profesionales listos para ingresar al campo
laboral pero amputados de toda cosmovisión crítica, socialmente responsable y
con un enfoque humano.
Ante
la loable organización de la comunidad ceceachera, las autoridades sintieron
venirse abajo su proyecto reformista y por lo tanto, consideraron necesario
tomar medidas de fuerza para en primer lugar garantizar las modificaciones a
los mapas curriculares y en segundo lugar, desprestigiar a la disidencia
universitaria.
Entonces
utilizaron una estrategia muy vista en los regímenes priistas, la represión
encubierta. Exactamente la misma estratagema utilizada en el 68, en el 71, en Acteal,
en Aguas Blancas, en el 99, y hace muy poco, en el 1DMx.
Dicha
práctica consiste en la utilización de grupos porriles, de choque urbano,
paramilitares, parapoliciales o delincuenciales; se les infiltra en el
movimiento, se les mezcla a tal punto con las organizaciones disidentes que
incluso, en ocasiones, a los mismos disidentes les resulta complicado
identificar quien se encuentra en el movimiento de manera legítima y quien
desempeña funciones de espionaje; cuando eventualmente el movimiento toma
fuerza, popularidad y empieza a ganarse
el beneplácito y apoyo de la sociedad civil, es entonces cuando se origina un
enfrentamiento desde adentro a fin de desestabilizarlo y aparentar una procedencia
violenta y temeraria que de inmediato es repudiada por la población.
A lo
largo del siglo XX y lo que va del XXI, la mayor parte de los movimientos
populares se han gestado en el seno de la juventud mexicana; un hermoso rasgo
de los jóvenes es la rebeldía; por ello no es gratuito que aunado al brío tan
característico de esa edad, los muchachos y muchachas tengan unas ganas
terribles de cambiar al mundo, un hambre insondable de participación y equidad
y una sed incesante de justicia.
Pero
para ser más justos, la juventud no es el único ingrediente que ha sido
necesario para gestar un movimiento subversivo, la mayoría de las veces, es
necesario que esté alimentado por una visión de clase, por ideales más altos,
fundada en principios filosóficos y sociales que a menudo brotan del bagaje
académico de muchos jóvenes.
Las
organizaciones estudiantiles han sido las portadoras de las demandas más
justas, más necesarias, más puras de nuestra nación mexicana. Los estudiantes
han sido la inspiración de movimientos sindicales, obreros, y sociales. Y
durante más de cien años los jóvenes han defendido los principios más nobles de
justicia e igualdad, inclusive con sus propias vidas.
Antaño,
las instituciones de educación pública eran las que mayormente alimentaban los
movimientos estudiantiles, hoy tras el surgimiento del #YoSoy132 observamos con
mucha fruición que la necesidad de justicia ya no es una demanda exclusiva de
los más necesitados.
A
pesar de que en el 68 y en el 71, se criminalizó el hecho de ser joven, de ser
universitario, y de ser estudiante; a la distancia la mayoría de nosotros
podemos ver quiénes fueron los verdaderos responsables de las masacres,
detenciones y represiones. Hoy sabemos que Díaz Ordaz y Echeverría fueron los
únicos instigadores de la violencia y que a pesar del discurso oficialista,
mediático y propagandístico, tenemos la certeza de que nunca existió eco alguno
de violencia entre el estudiantado de esos años, ni de ninguna otra generación.
Fue
el ejército el que derribo con un bazucazo la puerta de la prepa 1 en 1968, fue
el batallón Olimpia y el ejercito los responsables del plomo y la sangre en Tlatelolco.
Nunca los estudiantes.
Han
transcurrido casi 45 años desde esos hechos, han aparecido numerosos grupos
estudiantiles que manifiestan sus múltiples inconformidades contra los
gobiernos de todos estos años. A todos se les ha acallado a través de la
represión; ciertamente mucho más leve que entonces, pero igual de preocupante.
En contraste con los gritos desaforados de los estudiantes, resalta el mutismo
de un pueblo que mira y calla, que sabe y sufre los embates neoliberalistas
pero que descarga muchas veces su impotencia, coraje y miedo en contra de esos
mismos jóvenes que a veces son sus hijos, sus alumnos, sus nietos; en contra de
esos jóvenes que han enarbolado los afanes más altos de justicia.
Durante
el movimiento estudiantil del 99, escuché a un personaje cercano al Comité de
Huelga del 68 decirnos que nuestras demandas eran irrisorias, innecesarias, que
ya no eran los mismos tiempos, que nosotros lo teníamos todo, que teníamos
muchas más libertades, que “nuestro” gobierno nos privilegiaba y protegía en
todas las condiciones. Nueve meses después ese mismo gobierno “protector” nos
golpeó y encarceló a muchos de mis compañeros por ser jóvenes y por estar
inconformes… por soñar con una patria mejor.
El
primero de diciembre sucedió algo similar, sin embargo se demostró la
existencia de grupos de choque infiltrados en las manifestaciones, al punto que
rápidamente los presos políticos se convirtieron en un verdadero dolor de
cabeza para los gobernantes y se vieron obligados a soltarlos en primer lugar
por falta de pruebas y en segundo término, por el clamor popular y el
descontento social.
Hoy
nuevamente los medios como Televisa y TV Azteca difaman de violentos e
intransigentes a los estudiantes, maestros y trabajadores del CCH, instan a la
población a mostrar su repudio en contra de estos jóvenes mexicanos a quienes
ellos llaman “vándalos”. Y mucha gente cae en el juego, adelantan sus juicios y
descalificaciones sin siquiera apegarse a una fuente informativa confiable para
respaldar lo que denostan.
Era
necesario aprender del 68, y desconfiar… desconfiar del régimen, de las
televisoras y de los periódicos. Sin embargo he atestiguado como muchos
mexicanos creen ciegamente en las “noticias” y refunfuñan con odio voraz:
“¡Pinches chamacos pendejos! ¡Si en verdad aman a su país, pónganse a trabaja!
Lo que inevitablemente me trae a la mente una palabras del asesino y represor
Díaz Ordaz:
“¿Quieren
emprender un gran aventura, ser verdadera, elevadamente heroicos? Tienen
entonces la gran oportunidad de participar en la aventura fascinante de
construir un México cada día mejor.” ¿Cómo? Trabajando “para bien propio y para
enaltecer a la patria” (Musacchhio) .
No
creo que sea necesario destacar la calidad moral de este hombre que más allá de
ser recordado por cualquier otra cosa, es recordado por la monstruosa masacre
del 68. Por ello me gustaría prevenir a todos aquellos que alguna vez han
formulado un juicio similar. ¡Aguas! No
vayan a resultar tan defenestrables como este sujeto. México requiere que
hagamos mucho más de lo que nos toca a cada uno para sacarlo de este foso en
que nos lo han metido. ¡Ya basta de tanto silencio, ya basta de tanta
indiferencia, ya basta de conformismo, ya basta de egoísmos! Pues es a todas
estas cosas a lo que le apuesta este régimen represor.
Ptolomeo.
Musacchhio, Humberto. 68: Gesta, fiesta y protesta. México: Rosa Luxemburgo Stiftung / Para leer en libertad, 2012.
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