miércoles, 13 de febrero de 2013

45 años de mutismo


Hace menos de una semana, estudiantes, profesores y trabajadores de diversos planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades de la U.N.A.M. realizaron movilizaciones, paros parciales y tomas simbólicas de algunas de las instalaciones de esta institución de educación media superior. ¿El motivo? Ejercer un contrapeso que presione a las autoridades universitarias a suspender, temporalmente, las reformas a los planes de estudios y a diversos estatutos orgánicos del colegio que, según el sentir de los manifestantes, lesionarían severamente la vena humanística, científica, crítica y popular de los CCH’s.
Insisto en que la petición de los inconformes únicamente pretendía suspender momentáneamente la instauración de estas reformas a fin de evidenciar si efectivamente las modificaciones a los planes de estudios contaban con la aprobación de los académicos y sobre todo con el beneplácito y respaldo de los estudiantes que a fin de cuentas serán los portadores de las instrucciones y enseñanzas que se les brinden durante su formación; y que a la postre, habrán de echar mano de todo lo aprendido para enfrentarse al mundo laboral que cada día es más salvaje, competido y despiadado.
Para ello, los estudiantes, académicos y trabajadores de los planteles de los colegios se organizaron en asambleas informativas y resolutivas en las que se determinó que la reforma a los mapas curriculares de la institución empobrecía la preparación de los estudiantes, que los privaba de una educación integral con tintes humanistas y científicos, y que sólo “tecnificaba” a los estudiantes convirtiéndolos en obreros técnico-profesionales listos para ingresar al campo laboral pero amputados de toda cosmovisión crítica, socialmente responsable y con un enfoque humano.
Ante la loable organización de la comunidad ceceachera, las autoridades sintieron venirse abajo su proyecto reformista y por lo tanto, consideraron necesario tomar medidas de fuerza para en primer lugar garantizar las modificaciones a los mapas curriculares y en segundo lugar, desprestigiar a la disidencia universitaria.
Entonces utilizaron una estrategia muy vista en los regímenes priistas, la represión encubierta. Exactamente la misma estratagema utilizada en el 68, en el 71, en Acteal, en Aguas Blancas, en el 99, y hace muy poco, en el 1DMx.
Dicha práctica consiste en la utilización de grupos porriles, de choque urbano, paramilitares, parapoliciales o delincuenciales; se les infiltra en el movimiento, se les mezcla a tal punto con las organizaciones disidentes que incluso, en ocasiones, a los mismos disidentes les resulta complicado identificar quien se encuentra en el movimiento de manera legítima y quien desempeña funciones de espionaje; cuando eventualmente el movimiento toma fuerza,  popularidad y empieza a ganarse el beneplácito y apoyo de la sociedad civil, es entonces cuando se origina un enfrentamiento desde adentro a fin de desestabilizarlo y aparentar una procedencia violenta y temeraria que de inmediato es repudiada por la población.
A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, la mayor parte de los movimientos populares se han gestado en el seno de la juventud mexicana; un hermoso rasgo de los jóvenes es la rebeldía; por ello no es gratuito que aunado al brío tan característico de esa edad, los muchachos y muchachas tengan unas ganas terribles de cambiar al mundo, un hambre insondable de participación y equidad y una sed incesante de justicia.
Pero para ser más justos, la juventud no es el único ingrediente que ha sido necesario para gestar un movimiento subversivo, la mayoría de las veces, es necesario que esté alimentado por una visión de clase, por ideales más altos, fundada en principios filosóficos y sociales que a menudo brotan del bagaje académico de muchos jóvenes.
Las organizaciones estudiantiles han sido las portadoras de las demandas más justas, más necesarias, más puras de nuestra nación mexicana. Los estudiantes han sido la inspiración de movimientos sindicales, obreros, y sociales. Y durante más de cien años los jóvenes han defendido los principios más nobles de justicia e igualdad, inclusive con sus propias vidas.
Antaño, las instituciones de educación pública eran las que mayormente alimentaban los movimientos estudiantiles, hoy tras el surgimiento del #YoSoy132 observamos con mucha fruición que la necesidad de justicia ya no es una demanda exclusiva de los más necesitados.
A pesar de que en el 68 y en el 71, se criminalizó el hecho de ser joven, de ser universitario, y de ser estudiante; a la distancia la mayoría de nosotros podemos ver quiénes fueron los verdaderos responsables de las masacres, detenciones y represiones. Hoy sabemos que Díaz Ordaz y Echeverría fueron los únicos instigadores de la violencia y que a pesar del discurso oficialista, mediático y propagandístico, tenemos la certeza de que nunca existió eco alguno de violencia entre el estudiantado de esos años, ni de ninguna otra generación.
Fue el ejército el que derribo con un bazucazo la puerta de la prepa 1 en 1968, fue el batallón Olimpia y el ejercito los responsables del plomo y la sangre en Tlatelolco. Nunca los estudiantes.
Han transcurrido casi 45 años desde esos hechos, han aparecido numerosos grupos estudiantiles que manifiestan sus múltiples inconformidades contra los gobiernos de todos estos años. A todos se les ha acallado a través de la represión; ciertamente mucho más leve que entonces, pero igual de preocupante. En contraste con los gritos desaforados de los estudiantes, resalta el mutismo de un pueblo que mira y calla, que sabe y sufre los embates neoliberalistas pero que descarga muchas veces su impotencia, coraje y miedo en contra de esos mismos jóvenes que a veces son sus hijos, sus alumnos, sus nietos; en contra de esos jóvenes que han enarbolado los afanes más altos de justicia.
Durante el movimiento estudiantil del 99, escuché a un personaje cercano al Comité de Huelga del 68 decirnos que nuestras demandas eran irrisorias, innecesarias, que ya no eran los mismos tiempos, que nosotros lo teníamos todo, que teníamos muchas más libertades, que “nuestro” gobierno nos privilegiaba y protegía en todas las condiciones. Nueve meses después ese mismo gobierno “protector” nos golpeó y encarceló a muchos de mis compañeros por ser jóvenes y por estar inconformes… por soñar con una patria mejor.
El primero de diciembre sucedió algo similar, sin embargo se demostró la existencia de grupos de choque infiltrados en las manifestaciones, al punto que rápidamente los presos políticos se convirtieron en un verdadero dolor de cabeza para los gobernantes y se vieron obligados a soltarlos en primer lugar por falta de pruebas y en segundo término, por el clamor popular y el descontento social.
Hoy nuevamente los medios como Televisa y TV Azteca difaman de violentos e intransigentes a los estudiantes, maestros y trabajadores del CCH, instan a la población a mostrar su repudio en contra de estos jóvenes mexicanos a quienes ellos llaman “vándalos”. Y mucha gente cae en el juego, adelantan sus juicios y descalificaciones sin siquiera apegarse a una fuente informativa confiable para respaldar lo que denostan.
Era necesario aprender del 68, y desconfiar… desconfiar del régimen, de las televisoras y de los periódicos. Sin embargo he atestiguado como muchos mexicanos creen ciegamente en las “noticias” y refunfuñan con odio voraz: “¡Pinches chamacos pendejos! ¡Si en verdad aman a su país, pónganse a trabaja! Lo que inevitablemente me trae a la mente una palabras del asesino y represor Díaz Ordaz:
“¿Quieren emprender un gran aventura, ser verdadera, elevadamente heroicos? Tienen entonces la gran oportunidad de participar en la aventura fascinante de construir un México cada día mejor.” ¿Cómo? Trabajando “para bien propio y para enaltecer a la patria” (Musacchhio).
No creo que sea necesario destacar la calidad moral de este hombre que más allá de ser recordado por cualquier otra cosa, es recordado por la monstruosa masacre del 68. Por ello me gustaría prevenir a todos aquellos que alguna vez han formulado un juicio similar.  ¡Aguas! No vayan a resultar tan defenestrables como este sujeto. México requiere que hagamos mucho más de lo que nos toca a cada uno para sacarlo de este foso en que nos lo han metido. ¡Ya basta de tanto silencio, ya basta de tanta indiferencia, ya basta de conformismo, ya basta de egoísmos! Pues es a todas estas cosas a lo que le apuesta este régimen represor.
Ptolomeo.

 

Musacchhio, Humberto. 68: Gesta, fiesta y protesta. México: Rosa Luxemburgo Stiftung / Para leer en libertad, 2012. 

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