martes, 12 de febrero de 2013

El espejismo consumista y laboral



Parte imprescindible de nuestro deber social es analizar lo que acontece a nuestro alrededor, la forma en que las cosas suceden y en que los seres humanos nos desarrollamos. Nuestro país y el mundo viven sucesos que día a día nos fuerzan a mirar con una mirada crítica cada aspecto de nuestra vida social, por inocuo que parezca. Ante ello, esta semana decidí atender a la lectura de una forma especial y buscar en otras voces esas respuestas y también esa curiosidad para seguir interrogándome. Comparto hoy con ustedes parte de ese hallazgo.

El siguiente fragmento ha sido tomado del libro El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, de Paula Sibila publicado por el Fondo de Cultura Económica en el año 2005.

Aprovechando esa decadencia [ la de los Estados nacionales y las instituciones de encierro], se esparce por doquier el modelo omnipresente de la empresa, que, como diría Deleuze, "es un alma, un gas". Las compañías privadas hoy cumplen un papel fundamental en la construcción biopolítica de cuerpos y modos de ser, desplazando la antigua primacía de los Estados y sus instituciones de secuestro. Como afirman Negri y Hardt, en la nueva configuración global "las coorporaciones trasnacionales construyen el tejido fundamental del mundo biopolítico". A las empresas les corresponde organizar y articular territorios, poblaciones, cuerpos y subjetividades, desplegando su accionar sobre toda la superficie del planeta. Por eso, en el nuevo contexto sociopolítico y económico, los Estados pueden parecer reliquias de otras épocas, convertidos en meros instrumentos de registro burocrático de los flujos globales de comunicación, mercaderías, gente y dinero, que las mismas corporaciones ponen en movimiento a toda velocidad. Ya sea acatando como propulsando la dinámica contemporánea del bipoder, las empresas asumen ciertas funciones de importancia vital que antes eran responsabilidad exclusiva de las instancias públicas: interpelan cuerpos y subjetividades con el lenguaje flexible -aunque muy efectivo- del mercado, y contribuyen a producirlos. Así, los tentáculos del biopoder se amplían y traspasan las instituciones y áreas antes específicas para extenderse por todos los espacios, todos los tiempos, todas las vidas, durante toda la vida. El soporte ideal para canalizar ese control disperso y total es una institución omnipresente en el mundo actual: el mercado.

Producir sujetos consumidores: tal es el interés primordial del nuevo capitalismo postindustrial de alcance global. Por eso, las biopolíticas privatizadas (y privatizantes) de este siglo apelan ostensiblemente a las "maravillas del marketing" en su misión de construir cuerpos y modos de ser adecuados a una sociedad en la cual la demanda de mano de obra obrera se ha derrumbado. Gracias a la automatización de las fábricas, el trabajador ha perdido buena parte de su condición heroica, junto con el papel protagónico que supo desempeñar durante el apogeo industrial. El trabajo se ha vuelto cada vez menos mecánico y más informatizado, dependiendo de las tecnologías digitales de base inmaterial. Por eso, más que los cuerpos adiestrados de la era industrial como fuerza mecánica de trabajo corporal, hoy el privilegio del empleo se les ofrece a las almas capacitadas. Es decir, aquellas subjetividades equipadas con las cualidades volátiles más cotizadas en el mercado laboral contemporáneo, tales como la creatividad, la inteligencia y las flexibles habilidades comunicativas (sobre todo estas últimas). En sintonía con esas mutaciones, las artes del consumo y el fetichismo de las mercancías se expandieron de una manera que habría sido impensable algunas décadas atrás.

Damiana

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