Parte
imprescindible de nuestro deber social es analizar lo que acontece a nuestro
alrededor, la forma en que las cosas suceden y en que los seres humanos nos
desarrollamos. Nuestro país y el mundo viven sucesos que día a día nos fuerzan
a mirar con una mirada crítica cada aspecto de nuestra vida social, por inocuo
que parezca. Ante ello, esta semana decidí atender a la lectura de una forma
especial y buscar en otras voces esas respuestas y
también esa curiosidad para seguir interrogándome. Comparto hoy con ustedes
parte de ese hallazgo.
El siguiente fragmento
ha sido tomado del libro El hombre
postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, de Paula Sibila
publicado por el Fondo de Cultura Económica en el año 2005.
Aprovechando esa
decadencia [ la de los Estados nacionales y las instituciones de encierro], se
esparce por doquier el modelo omnipresente de la empresa, que, como diría
Deleuze, "es un alma, un gas". Las compañías privadas hoy cumplen un
papel fundamental en la construcción biopolítica de cuerpos y modos de ser,
desplazando la antigua primacía de los Estados y sus instituciones de
secuestro. Como afirman Negri y Hardt, en la nueva configuración global
"las coorporaciones trasnacionales construyen el tejido fundamental del
mundo biopolítico". A las empresas les corresponde organizar y articular
territorios, poblaciones, cuerpos y subjetividades, desplegando su accionar
sobre toda la superficie del planeta. Por eso, en el nuevo contexto sociopolítico
y económico, los Estados pueden parecer reliquias de otras épocas, convertidos
en meros instrumentos de registro burocrático de los flujos globales de
comunicación, mercaderías, gente y dinero, que las mismas corporaciones ponen
en movimiento a toda velocidad. Ya sea acatando como propulsando la dinámica
contemporánea del bipoder, las empresas asumen ciertas funciones de importancia
vital que antes eran responsabilidad exclusiva de las instancias públicas:
interpelan cuerpos y subjetividades con el lenguaje flexible -aunque muy
efectivo- del mercado, y contribuyen a producirlos. Así, los tentáculos del
biopoder se amplían y traspasan las instituciones y áreas antes específicas
para extenderse por todos los espacios, todos los tiempos, todas las vidas, durante
toda la vida. El soporte ideal para canalizar ese control disperso y total es
una institución omnipresente en el mundo actual: el mercado.
Producir sujetos
consumidores: tal es el interés primordial del nuevo capitalismo postindustrial
de alcance global. Por eso, las biopolíticas privatizadas (y privatizantes) de
este siglo apelan ostensiblemente a las "maravillas del marketing" en
su misión de construir cuerpos y modos de ser adecuados a una sociedad en la
cual la demanda de mano de obra obrera se ha derrumbado. Gracias a la
automatización de las fábricas, el trabajador ha perdido buena parte de su
condición heroica, junto con el papel protagónico que supo desempeñar durante
el apogeo industrial. El trabajo se ha vuelto cada vez menos mecánico y más informatizado,
dependiendo de las tecnologías digitales de base inmaterial. Por eso, más que
los cuerpos adiestrados de la era industrial como fuerza mecánica de trabajo
corporal, hoy el privilegio del empleo se les ofrece a las almas capacitadas.
Es decir, aquellas subjetividades equipadas con las cualidades volátiles más
cotizadas en el mercado laboral contemporáneo, tales como la creatividad, la
inteligencia y las flexibles habilidades comunicativas (sobre todo estas
últimas). En sintonía con esas mutaciones, las artes del consumo y el
fetichismo de las mercancías se expandieron de una manera que habría sido
impensable algunas décadas atrás.
Damiana
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