martes, 5 de febrero de 2013

Historias sin respeto



Después de los perros de Iztapalapa, uno pensaría que ya lo ha visto todo o, por lo menos, lo más rudo del segundo mes de la administración entrante, si de ridículos, farsas y estupideces hablamos. Es difícil no ponerse “sospechosista” con las cosas que pasan. Resulta que la explosión del edificio de PEMEX se debió a una fuga de gas que, combinada con una chispa eléctrica, provocó que 37 personas perdieran la vida y muchas más resultaran heridas. No soy un experto con la capacidad de poner en tela de juicio las declaraciones de los que sí lo son, por ello, me limito simplemente a expresar mi ánimo como ciudadana.

Y es que uno ya no sabe ni qué pensar. Lo peor es que ya no se necesita tener una imaginación muy desarrollada ni ponerse muy creativo para inventar conspiraciones y teorías psicodélicas que den forma y cauce al caos en que vivimos. No, las conspiraciones y los horrores nos saltan a todos a la vista. ¿Quién lo hubiera imaginado? No había pasado una semana completa desde que el presidente declarara que la inversión y la colaboración con otras organizaciones internacionales podría ser benéfica para la hoy trágica paraestatal cuando en sus oficinas se registraba una explosión de la magnitud de la que estamos viendo.

Yo no sé usted, pero a mí de pronto las noticias ya me cansan. Me cansan porque ni en la historia de ficción más chafa podría encontrármelas. Pero ese no es el problema, el problema es que, dejando aparte el pesar que provoca que seres humanos sufran —porque eso es algo para lo cual no me considero con derecho a expresarme—, la novela esta que nos están contando de verdad está chafísima. Le pesa a uno en el sentido común. Si de verosimilitud hablamos, no tiene la más mínima. Todos los hilos conductores que la sostienen están cortados, mochos, no son capaces de sostener ni el más mínimo argumento. Por donde se le vea, la historia carece del más mínimo respeto para la inteligencia del espectador. Pero lo que es más cómico —si no fuera tan trágico—, es ver al presidente posando, ensayando su cara de tristeza en su página de Facebook. Una toma con los heridos, otra en los escombros, otra en la oficina… todas, eso sí, con una imagen impecable. Que no se note por favor que se trata de trabajar y hacer algo. El señor no puede perder el estilo. Es más, la práctica lo ha convertido en un actor tan bueno que ya hasta nos resulta mejor que su mujer cuando de actuar y posar se trata.

Pero, ¿qué se puede esperar si durante la campaña, cuando había que “quedar bien”, las señoras se le lanzaban desesperadas, como si hubieran visto al mismo Dios? ¿Qué se puede esperar si a los 2 sexenios de haber salido del poder ya los tenemos de regreso? Lo que está pasando no es para menos. Es exactamente lo mismo que pasa con la televisión mexicana y que Azcárraga ha descrito muy bien: lo que nos dan es lo que pedimos. ¿Para qué van a esforzarse ya no digamos por gobernar bien, por inventar argumentos mínimamente válidos, si lo que la mayoría declara que quiere es lo mismo de siempre? Bien, pues entonces, lector, si a usted como a mí no le gusta la historia que nos están contando, yo le recomiendo entonces que dedique más tiempo a refugiarse en la lectura y que por nada del mundo deje de trabajar en favor de lo que sabe que necesitamos. En estos días se requiere más que nunca.

Mis condolencias a los deudos de los fallecidos.

Damiana.

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