miércoles, 6 de febrero de 2013

Indolencia


Todavía no se habían removido bien todos los escombros en la Torre de PEMEX y ni siquiera los rescatistas habían podido asegurarse de que ya no existía ninguna víctima humana, viva o muerta, debajo de las ruinas del edificio derruido, cuando el “presidente” Enrique Peña ya estaba con un pié en el avión presidencial rumbo a Nayarit para disfrutar sus “tan merecidas” vacaciones tras dos larguísimos meses de “arduo y asolador” trabajo. Por ello, ¿por qué no había de aprovechar el primer puente vacacional del año para pasar tres días enteros en una de las zonas turísticas más exclusivas y caras del país?
Sí, es cierto, Peña hizo acto de presencia en la zona del desastre, implementó sin tardanza el plan DNIII, visitó a los lesionados en los hospitales y pasó más de tres horas en la zona de la “implosión” tomándose muy orondo fotos con los rescatistas; eso sí, siempre luciendo su mejor sonrisa, bien peinado, descansado, limpio y terriblemente impasible y tranquilo. Fue notorio que a Enrique Peña se le olvidó que aquella escena estaba aún fresca de sangre, de dolor y todavía se hallaba impregnada de la fatídica pestilencia que brota de la sospecha.
Pero vamos aclarando las cosas, para que nos entendamos mejor, señor lector, Enrique Peña no hizo nada extraordinario, en ningún momento, a pesar de lo delicado de la situación; el usurpador no dio muestra de la más mínima sensibilidad, humanidad, ni mucho menos fue capaz de demostrar, siquiera, un poco de solidaridad.
Las “labores” que instrumentó la “presidencia” tras el siniestro de la semana pasada en la torre de PEMEX, siempre estuvieron sujetas al guión protocolario del Ejecutivo Federal para estos menesteres; era su responsabilidad activar el plan de desastres y, de igual forma, estaba obligado a apersonarse en el lugar para hacer todas las diligencias necesarias para facilitar las labores de rescate y de investigación.
Sin embargo, lo que nunca hizo Enrique Peña, fue, en primera instancia, sosegar a esta nación, que ya de por sí está cruzada por la zozobra y la violencia; la gente se ha quedado esperando un gesto de solidaridad verdadera, pero ni siquiera hubo un discurso vacío, de esos que se le dan tanto a este señor; eso sí, lo vimos tan sonriente, tan compuesto, tan sereno, posando para las fotos como las que se tomaba en aquellos días de su campaña junto a sus “seguidores”.
¿Por qué es tan malo esto? ¿Por qué tanto escándalo? Sencillo,  Enrique Peña es una persona a quien no le importa en lo más mínimo el dolor humano; es un ser tan ególatra y tan despreciable que prefiere privilegiar unas vacaciones con su familia en vez de quedarse a atender una situación que es gravísima. ¿O acaso el estallido de PEMEX al igual que sus vacaciones eran eventos que ya tenía previamente agendados?
Una persona que no tiene el más mínimo respeto por el duelo y el dolor de sus compatriotas, un sujeto que se asume como “presidente” y que no tiene la menor voluntad de sacrificar su bienestar propio en aras del bien de la comunidad es un lastre social que evidentemente no se tocará el corazón al desmantelar a las instituciones que tanto tiempo y trabajo han costado instaurar… En fin, está de más seguir escribiendo sobre la calidad humana y moral de un monstruo al que le valieron un comino las vidas, los derechos, el bienestar y el trabajo de los campesinos de San Salvador Atenco, el resto es pura repetición.
Ptolomeo.

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