Últimamente me faltan las
ideas. Pienso, muy en serio, en el “problema” que representa “seguir” con la
vida cuando los días transcurren y parece alejarse cada vez más la posibilidad
de un verdadero cambio. Entre todas las actividades que deben realizarse, ¿qué tiempo
queda para pensar en política, en bienestar social, en la crítica como un
ejercicio de humanización, de búsqueda de justicia? La verdad estoy exhausta,
muerta de cansancio, fatigada de tanto indagar sin encontrar; me considero un
ser humano no preparado para pensar y reflexionar públicamente. Me considero
simplemente un ser humano, así, de a pie; sin demasiadas posibilidades de hacer
una diferencia, de encontrar la justicia para mí misma.
¿Qué
solución hay entonces?, ¿cuál es la solución para los seres humanos frustrados
en sus derechos y abarcados enteramente por sus deberes?, ¿cómo creamos la
justicia social? Entre la aprobación exprés de las reformas laboral y
educativa, la caída inesperada de un meteorito, la detención del niño verde por
conducir en estado de embriaguez y el último partido del América, se queda
corta la capacidad del mexicano para no ser apabullado, para poseer la visión
suficiente y demandarse a sí mismo una coherencia entre pensamiento y acto; nos
quedamos cortos cuando queremos pensar antes de existir.
Sin
embargo, puedo algunas veces mirar alrededor para percatarme de que hay una
gran cantidad de seres humanos que siguen en la lucha día a día. ¿Con qué
objeto?, han de preguntarse muchos ―me lo pregunto yo misma, muchas veces―. Con
la finalidad, concluyo, de que no vuelva a pasar, de no volver a repetir la
historia de cada seis años. ¿Por qué hacen fraude los que lo hacen?, cuestiona
alguna parte de la conciencia. Hacen fraude para mover las leyes y las
instituciones a conveniencia de los potentados, de los dueños del capital, de
los secuestradores del trabajo humano. Somos, en este sentido, capaces de
discernir bajo qué demandas operan los perpetradores del fraude. Somos capaces
de prever hasta cierto punto a dónde van; luego, somos también aplastados por
la realidad que nos rebasa.
Luego,
somos ante todo ciudadanos y hay muchos, ciudadanos también, que dedican sus
vidas y sus fuerzas a buscar la justicia, la utopía, el bien común repartido
equitativamente. Podemos, por ello, contar con que no estamos solos. La soledad
se crea en tanto nosotros mismos formamos barreras impenetrables, en tanto que
no concedemos ni cinco minutos al día al ejercicio de la ciudadanía. No en pro
de un partido político o de una organización o institución social, sino de
nosotros mismos, de los intereses nuestros y de nuestras comunidades.
¿Qué
hago yo que llego tarde a casa, cansada, a enfrentar los problemas diarios de
familia, para remediar aquello que ha orquestado un aparato poderosísimo en
todos los sentidos?, ¿quién da poder al aparato y qué tengo que ver con eso? Ni
siquiera puedo remediar el pensamiento “alineado” y servil de muchas personas
que están a mi lado, ni siquiera puedo a ellos explicarles la necesidad que
tenemos como pueblo de unirnos para enfrentar los problemas que como sociedad
nos aquejan. Medito mucho, leo sobre las grandes revoluciones, sobre los
movimientos de 1968, sobre las noticias de cada día; leo cuanto puedo y quedo
inerte, sin mucho qué proponer. Mi voz, por otra parte, se diluye entre
millones de voces que quisieran decir algo, ser escuchadas.
Todos
pertenecemos a algún lado, a algún interés, a algún oficio, y creemos que lo
que “yo pienso, hago y digo” es mejor y más importante que lo que dicen los
demás. Somos músicos que sólo ven su música, maestros que sólo ven sus clases,
poetas que sólo ven sus versos, ingenieros que sólo ven sus proyectos,
etcétera. Somos incapaces de volvernos a ver los problemas de todos como un problema
en común. Nos hemos dedicado a enemistarnos unos con otros, a pretender que “mis
asuntos son míos y los tuyos no me importan”; a pretender que “mi causa sí es
legítima y la tuya no es importante y no vale”.
¿A dónde vamos a llegar con ello?
Estamos
a merced de lo que durante años nos ha enseñado un voraz capitalismo por demás
engañador; buscando sin encontrar la panacea del que llega más “alto”, del que
ha “sobresalido”, del más “listo”. ¿Qué vamos a hacer en los próximos cinco
años para evitar un fraude?, ¿qué haremos con nuestro petróleo que tan
empecinadamente nos quieren arrebatar? Hay que pensar que mientras los “potentados”,
los capitalistas, los “todopoderosos”, actúan sistemática y organizadamente;
mientras ellos invierten cada día en la explotación y sobreexplotación del ser
humano, del hombre de a pie, nosotros nos dejamos llevar por nuestros propios
egos y por la realidad que nos rebasa.
La
unión hace la fuerza, mientras nos juntemos más de uno, mientras podamos llegar
a acuerdos y concertar acciones concretas, mientras hallemos una dirección
precisa: la de la justicia; mientras extendamos redes que rebasen en tamaño y
voluntad a cualquier poder egoísta, mientras luchemos por las causas justas
asumiéndolas como personales, como directamente de nuestra competencia, habrá
esperanza. Hay que prepararnos mientras luchamos. No podemos permitir que nos
sigan arrebatando derechos laborales y sociales, garantías individuales,
recursos nacionales. Es preciso concertar y ejecutar acciones concretas,
organizarnos como pueblo y aprender a convivir con el otro, porque el otro es
tan entero, tan ciudadano y humano como yo. Como entes sociales nos afecta el
bienestar de los otros, es preciso romper los cercos de aislamiento, los
monólogos, los silencios.
Des Consuelo.
¡Fantástico! Tiene usted toda la razón, su texto ha sido muy edificante para mí, me inyectó mucha pasión. Gracias, de verdad muchas gracias Des Consuelo.
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