El
domingo por la noche, después de un largo y ajetreado fin
de semana, decidí sentarme a ver la famosa entrega de los Oscar. Más por morbo
que por gusto, y también por las ganas de ver cantar a la famosa señora Adele,
me senté cómodamente en el sillón a cenar y ver el show. Confieso que la
televisión me atrae de vez en vez y que considero muy sano que así sea, pues me
permite estar muy consciente de su lado negativo. Desde que prendí la
televisión me acordé de aquellos viejos tiempos del cine americano, cuando sirvió
como un arma más para combatir a los malvados nazis y evitar que conquistaran
al mundo.
Como el lector recordará, el cine se desarrolló entre
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, gracias al desarrollo mismo de
la fotografía. En aquel entonces, el cinematógrafo mudo de los hermanos Lumiére
revolucionó la vida de muchísimas personas alrededor del mundo. A principios
del siglo XIX, apenas se podía sospechar el alcance que el invento tendría. Sus
primeros años los dedicó a andar presentando peliculitas en carpas itinerantes;
posteriormente, la industria del teatro vio allí una oportunidad para
desarrollarse y fue entonces que actores y directores comenzaron a surgir. En
Estados Unidos, el invento tuvo una acogida fabulosa debido principalmente a que
rompió las barreras idiomáticas entre los inmigrantes, por su naturaleza muda.
Hollywood nació cuando Thomas Alva Edison trató de tomar
el control de patente del invento y controlar así la industria —Edison poseía
la patente del kinetoscopio, un antecesor muy rudimentario del cinetoscopio—.
Perseguidos por Edison y su furia, algunos productores independientes
decidieron trasladar su sede de operaciones de Nueva York a la costa oeste. Encontraron
Hollywood un lugar con las condiciones geográficas ideales para filmar. En
pocos años, el sitio se transformó en la meca del cine. Pero no sólo eso,
surgió el famoso “starsistem”, que
nació a partir de la mercanitilización de actores y directores entre las casa
productoras que los contrataban como meros empleados a los que podían “rentar”
a otras productoras. Por otro lado, estas productoras —Fox, Universal, Paramount—, controlaban además los canales de distribución, por
lo que el negocio se volvió redondo y empezó a atraer cada vez con más fuerza
el interés de los inversionistas.
Como ya mencioné, el cine comenzó mudo, aunque hablando
el lenguaje teatral. Sin embargo, poco a poco se desarrolló de manera
independiente, creando un lenguaje que iba mucho más allá de la adaptación
dramática convencional —la cámara se transformó en sí misma en una voz—. Debido
a la industrialización que comenzó a vivir, el cine acaparó muchos de los
desarrollos tecnológicos de su época. Los científicos y tecnólogos vieron en
este una oportunidad y fue así como lograron darle sonido. Después de muchos
adelantos, el cine comenzó a hablar con voz propia en 1923, gracias al trabajo
de Lee de Forest.
A partir de entonces, el cine se desarrolló de manera
vertiginosa, su lenguaje, su industria, su técnica y la sociedad misma
cambiaron. Surgieron géneros que retrataban el sentir y deseos de la sociedad y
cada vez cobró mayor fuerza como un elemento de comunicación de masas, por lo
que para 1930, con el auge del nazismo y la Gran depresión, su presencia
comenzó a ser vista con ojos nuevos.
Hablando de géneros cinematográficos, es necesario
destacar el papel de los westerns
norteamericanos y su capacidad para permear y absorber ideales políticos. El western llegó a ser tan importante para
Norteamérica que sus personajes se convirtieron en símbolos que lograron crear
una mitología. Mitología maníquea que retrata los valores de la cultura
norteamericana y justifica la violenta colonización de territorios.
Pues bien, para la Segunda Guerra Mundial, el cine se
había desarrollado tan bien, que no sólo los americanos, sino también los
alemanes vieron en éste un arma fabulosa. La capacidad del cine para permear en
la conciencia y la opinión pública fue tal, que no por casualidad Hitler,
asesorado por el genialmente macabro Joseph Goebbels, puso en el cine un
interés particular y lo vio como el medio idóneo para diseminar los valores del
nacionalsocialismo y dar cauce a la propaganda de su Tercer Reich. Los
estadounidenses no se quedaron atrás y emplearon todo el conocimiento y el
desarrollo industrial adquirido para promover los ideales del pueblo americano
y contrarrestar la funesta influencia que Hitler comenzaba a ejercer. Así, el
cine alcanzó uno de sus puntos máximos de desarrollo propagandístico y dio
lecciones tan valiosas a unos y otros que hoy podemos ver como siguen rindiendo
frutos.
En el caso de Estados Unidos, es por demás hablar sobre
la producción que, año con año, se realiza para promover ideales, así como usos
y costumbres. Películas como El día de la
independencia, Armagedon, Rambo, El capitán América, Ironman, y más
recientemente Lincoln y Argo, son sólo los ejemplos más a la
mano de este fenómeno. En realidad, casi toda la industria cinematrográfica
estadounidense se dedica justamente, en mayor o menor medida, a sostener y
promover el “americanway of life” y es el semillero perfecto para insuflar de
nacionalismo a sus ciudadanos.
Por eso, aunque parecía el más sano entretenimiento, la
entrega de los Oscar, año con año, tiene todo menos ser un entretenimiento
innocuo. Y no es que me esté dando por ponerme “antiimperialista”, en realidad
este texto es simplemente un llamado a la conciencia y la libre elección. El
caso es que en cuanto comencé a ver la famosa entrega de premios, recordé por
qué tenía tanto tiempo sin acercarme. Empezando por los estereotipos femeninos
que se exhiben durante la ceremonia: mujeres delgadísimas que luchan por
retener la juventud a toda costa, hombres varoniles y fuertes, capaces de seducir
a cualquiera, luciendo y dictando códigos de vestimenta que son también
dictados sociales y estereotipos que sostienen un stablishment.
Ya desde ahí, uno sabe con qué se enfrenta, pero llegar
al final para darte cuenta de que no sólo sostienen lo que ya desde antes
sostenían, sino que ahora emplean a todas luces y ante la vista de todos al
cine para legitimar las acciones políticas del gobierno en turno, es ya un
asunto surrealista. El final de la noche, coronado por la primera dama desde la
Casa Blanca, abriendo el sobre con la película ganadora fue “de película”:
Argo, una cinta de Ben Affleck, producida por George Clooney, que versa sobre
los problemas sociopolíticos iraníes de los últimos años y cuya retórica
justifica la política exterior invasiva norteamericana. Sobre este tema, los
invito a que le den unos minutos a NazanínArmanian, del
blog Punto y seguido, el artículo: Argo: Hollywood con la CIA.
Lo que era un domingo innocuo, terminó en un domingo de
análisis. Uno ya no puede echarse a ver la tele así como así y comerse su cena.
¿Hasta dónde llegaremos?
Damiana.
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