martes, 26 de febrero de 2013

Un domingo de “sano” entretenimiento familiar



El domingo por la noche, después de un largo y ajetreado fin de semana, decidí sentarme a ver la famosa entrega de los Oscar. Más por morbo que por gusto, y también por las ganas de ver cantar a la famosa señora Adele, me senté cómodamente en el sillón a cenar y ver el show. Confieso que la televisión me atrae de vez en vez y que considero muy sano que así sea, pues me permite estar muy consciente de su lado negativo. Desde que prendí la televisión me acordé de aquellos viejos tiempos del cine americano, cuando sirvió como un arma más para combatir a los malvados nazis y evitar que conquistaran al mundo.

Como el lector recordará, el cine se desarrolló entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, gracias al desarrollo mismo de la fotografía. En aquel entonces, el cinematógrafo mudo de los hermanos Lumiére revolucionó la vida de muchísimas personas alrededor del mundo. A principios del siglo XIX, apenas se podía sospechar el alcance que el invento tendría. Sus primeros años los dedicó a andar presentando peliculitas en carpas itinerantes; posteriormente, la industria del teatro vio allí una oportunidad para desarrollarse y fue entonces que actores y directores comenzaron a surgir. En Estados Unidos, el invento tuvo una acogida fabulosa debido principalmente a que rompió las barreras idiomáticas entre los inmigrantes, por su naturaleza muda.

Hollywood nació cuando Thomas Alva Edison trató de tomar el control de patente del invento y controlar así la industria —Edison poseía la patente del kinetoscopio, un antecesor muy rudimentario del cinetoscopio—. Perseguidos por Edison y su furia, algunos productores independientes decidieron trasladar su sede de operaciones de Nueva York a la costa oeste. Encontraron Hollywood un lugar con las condiciones geográficas ideales para filmar. En pocos años, el sitio se transformó en la meca del cine. Pero no sólo eso, surgió el famoso “starsistem”, que nació a partir de la mercanitilización de actores y directores entre las casa productoras que los contrataban como meros empleados a los que podían “rentar” a otras productoras. Por otro lado, estas productoras —Fox, Universal, Paramount—, controlaban además los canales de distribución, por lo que el negocio se volvió redondo y empezó a atraer cada vez con más fuerza el interés de los inversionistas.

Como ya mencioné, el cine comenzó mudo, aunque hablando el lenguaje teatral. Sin embargo, poco a poco se desarrolló de manera independiente, creando un lenguaje que iba mucho más allá de la adaptación dramática convencional —la cámara se transformó en sí misma en una voz—. Debido a la industrialización que comenzó a vivir, el cine acaparó muchos de los desarrollos tecnológicos de su época. Los científicos y tecnólogos vieron en este una oportunidad y fue así como lograron darle sonido. Después de muchos adelantos, el cine comenzó a hablar con voz propia en 1923, gracias al trabajo de Lee de Forest.

A partir de entonces, el cine se desarrolló de manera vertiginosa, su lenguaje, su industria, su técnica y la sociedad misma cambiaron. Surgieron géneros que retrataban el sentir y deseos de la sociedad y cada vez cobró mayor fuerza como un elemento de comunicación de masas, por lo que para 1930, con el auge del nazismo y la Gran depresión, su presencia comenzó a ser vista con ojos nuevos.

Hablando de géneros cinematográficos, es necesario destacar el papel de los westerns norteamericanos y su capacidad para permear y absorber ideales políticos. El western llegó a ser tan importante para Norteamérica que sus personajes se convirtieron en símbolos que lograron crear una mitología. Mitología maníquea que retrata los valores de la cultura norteamericana y justifica la violenta colonización de territorios.

Pues bien, para la Segunda Guerra Mundial, el cine se había desarrollado tan bien, que no sólo los americanos, sino también los alemanes vieron en éste un arma fabulosa. La capacidad del cine para permear en la conciencia y la opinión pública fue tal, que no por casualidad Hitler, asesorado por el genialmente macabro Joseph Goebbels, puso en el cine un interés particular y lo vio como el medio idóneo para diseminar los valores del nacionalsocialismo y dar cauce a la propaganda de su Tercer Reich. Los estadounidenses no se quedaron atrás y emplearon todo el conocimiento y el desarrollo industrial adquirido para promover los ideales del pueblo americano y contrarrestar la funesta influencia que Hitler comenzaba a ejercer. Así, el cine alcanzó uno de sus puntos máximos de desarrollo propagandístico y dio lecciones tan valiosas a unos y otros que hoy podemos ver como siguen rindiendo frutos.

En el caso de Estados Unidos, es por demás hablar sobre la producción que, año con año, se realiza para promover ideales, así como usos y costumbres. Películas como El día de la independencia, Armagedon, Rambo, El capitán América, Ironman, y más recientemente Lincoln y Argo, son sólo los ejemplos más a la mano de este fenómeno. En realidad, casi toda la industria cinematrográfica estadounidense se dedica justamente, en mayor o menor medida, a sostener y promover el “americanway of life” y es el semillero perfecto para insuflar de nacionalismo a sus ciudadanos.

Por eso, aunque parecía el más sano entretenimiento, la entrega de los Oscar, año con año, tiene todo menos ser un entretenimiento innocuo. Y no es que me esté dando por ponerme “antiimperialista”, en realidad este texto es simplemente un llamado a la conciencia y la libre elección. El caso es que en cuanto comencé a ver la famosa entrega de premios, recordé por qué tenía tanto tiempo sin acercarme. Empezando por los estereotipos femeninos que se exhiben durante la ceremonia: mujeres delgadísimas que luchan por retener la juventud a toda costa, hombres varoniles y fuertes, capaces de seducir a cualquiera, luciendo y dictando códigos de vestimenta que son también dictados sociales y estereotipos que sostienen un stablishment.

Ya desde ahí, uno sabe con qué se enfrenta, pero llegar al final para darte cuenta de que no sólo sostienen lo que ya desde antes sostenían, sino que ahora emplean a todas luces y ante la vista de todos al cine para legitimar las acciones políticas del gobierno en turno, es ya un asunto surrealista. El final de la noche, coronado por la primera dama desde la Casa Blanca, abriendo el sobre con la película ganadora fue “de película”: Argo, una cinta de Ben Affleck, producida por George Clooney, que versa sobre los problemas sociopolíticos iraníes de los últimos años y cuya retórica justifica la política exterior invasiva norteamericana. Sobre este tema, los invito a que le den unos minutos a NazanínArmanian, del blog Punto y seguido, el artículo: Argo: Hollywood con la CIA.

Lo que era un domingo innocuo, terminó en un domingo de análisis. Uno ya no puede echarse a ver la tele así como así y comerse su cena. ¿Hasta dónde llegaremos?

Damiana.

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