He leído recientemente un
artículo que data del año 2005 y versa sobre las Reformas estructurales. En tal, Eduardo García Gaspar argumenta que
dichas reformas son necesarias para “poner al día a las leyes y a las
instituciones para adecuarlas a la situación actual y futura” y, según él,
éstas se justifican “debido a la gran diferencia que existe entre las
condiciones del pasado, con una economía cerrada, no competitiva, intervenida
por el gobierno, corporativista y demás, a las condiciones del presente, con
una economía abierta, competitiva, libre, democrática”. Es claro el sesgo neoliberal de estas
primeras afirmaciones y, en principio de cuentas, resulta también visible la
discrepancia que tenemos al respecto.
No
obstante, viene al caso el artículo mencionado a propósito de las convicciones
y argumentos de quienes sí están de acuerdo con este tipo de sistema. Entre
ellos muchos quizá tienen muy claro el porqué, pero otros se han dejado llevar,
muy posiblemente, por una estrategia sistemática de los medios al servicio de
los grandes beneficiados, explotadores de masas y demagogos; estrategia que
busca la pasividad crítica del ciudadano trabajador de a pie y que ha permitido
hasta ahora que aquellos, los grandes inversionistas neoliberales, se sigan
beneficiando a costa del trabajo de otros. Estas reflexiones son para aquellos
que no están muy seguros de por qué les parece tan bien el sistema bajo el cual
vivimos los mexicanos. Hacemos un ejercicio de reflexión sin especiales dotes
de formación, de ciudadano a ciudadano, con temor al error pero dispuestos al
diálogo.
Viene
al caso, sobre todo, porque se han dejado caer en cascada las reformas exprés
en estos primeros poco más de cien días de gobierno de Enrique Peña Nieto y
porque lo que a unos parece una luz esperanzadora, que traerá prosperidad y
empleos al por mayor, es quizá una oscuridad más densa que se suma a la que se
ha ido apropiando de nuestros país desde hace ya tanto. En la medida en que
estemos conscientes de los problemas que nos amenazan seremos capaces de
organizarnos para crear las soluciones. Y en esta tónica, una economía
“abierta, competitiva, libre, democrática” es quizá sólo un mote que se da a un
sistema pútrido, cerrado, esclavizador y vertical y que se esconde bajo los preceptos
de la libertad y en nombre de ella pervierte la honestidad y corrompe el
trabajo, los ideales y las buenas voluntades.
Entre
otras cosas, dice el autor que “las leyes laborales de antes encarecen el
trabajo, producen desempleo, elevan precios”. Me recuerda esta afirmación a
alguien que decía que las reformas del actual gobierno sí que van a traer
empleos al país, pues nuestro México será ahora más atractivo para los
inversionistas extranjeros. Lo que no consideraba esta persona es en qué radica
el atractivo de la nación para que los inversionistas de otros países del
primer mundo vengan a “darnos empleo”.
Estas buenas personas hacen negocios, más claro ni el agua, y en la
medida que pueden incrementar sus ganancias con menos recursos un país les resulta
jugoso y atractivo para invertir en él. Aquí podrán encontrar mano de obra
barata y pues, sí, García Gaspar, el articulista, tiene razón, las leyes
laborales “encarecen el trabajo”, por ello se busca la flexibilización de estas
leyes para abaratarlo. El trabajo reditúa menos al trabajador y eleva las
ganancias de un inversionista que puede vender productos caros manufacturados
con trabajo barato.
Des
Consuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario