viernes, 5 de abril de 2013

Democracia a la mexicana



por era-del-Ser.

A lo largo de muchos años —ya casi cien— nuestro país ha permanecido inamovible e inalterable. Las condiciones sociales y económicas y el distanciamiento entre las clases privilegiadas y el enormísimo resto de la población casi no han cambiado desde entonces. Así, una buena parte de la población mexicana simplemente “ya no cree”. Ya no cree en el gobierno. Ya no cree en las instituciones. Ya no cree en la policía. Ya no cree en la economía nacional. Ya no cree en los funcionarios públicos. Ya no cree en la educación. Bueno, hasta hemos ido dejando de creer en la veracidad de nuestra historia, en esa fábula creada por la educación pública que permitió, y más que eso, propicio el encumbramiento a categoría de semidioses a personajes que no son más que humanos, con errores y defectos pero también con virtudes y anhelos.

A lo largo de la últimas ocho décadas los mexicanos hemos conocido únicamente un sartal de gobiernos priistas: Pascual Ortiz Rubio (1929), Lázaro Cárdenas del Río (1934), Manuel Ávila Camacho (1940), Miguel Alemán Valdés (1946), Adolfo Ruiz Cortines (1952), Adolfo López Mateos (1958), Gustavo Díaz Ordaz (1964), Luis Echeverría Álvarez (1970), José López Portillo (1976), Miguel de la Madrid Hurtado (1982), Carlos Salinas de Gortari (1988) y Ernesto Zedillo Ponce de León (1994); algunos malos y otros peores. Seguidos de dos desastrosos gobiernos panistas: Vicente Fox Quezada (2000) que fue la gran esperanza de la nación por un mejor gobierno y resultó ser un bufón divertido pero totalmente inútil, y el infausto Felipe Calderón Hinojosa (2006) que, aparte de sumir más al país en la pobreza y la ignorancia nos dejó como herencia los catastróficos resultados de su funesta “Guerra Contra el Narco” y en el 2012, la joya de la corona priista, Enrique Peña Nieto, con quien de manera totalmente impensable hace doce años, el PRI (el viejo “partido aplanadora”) vuelve al Poder, quizá para detentarlo los siguientes setenta años.

Resulta increíble, pero sobre todo desconsolador, que no exista en nuestro país una sola generación exitosa de mexicanos a lo largo de tantos años. Nuestro país se convirtió en la nación de los problemas sempiternos, permanentemente en análisis para su solución, pero que jamás son resueltos. La pobreza, la ignorancia, el hambre, el desempleo, la migración, la marginación, el abandono del campo son problemas dictaminados una y otra vez periodo tras periodo, sexenio tras sexenio, analizados hasta la saciedad, atacados para su solución en forma recurrente, pero jamás solucionados.

Resulta preocupantemente sintomático de nuestra sociedad que 10 mexicanos se encuentren dentro de la lista de los hombres más ricos del planeta mientras que el 46% de la población mexicana vive en la pobreza y mientras el 25% de los mexicanos viva en “pobreza alimentaria”, pomposo término que se inventaron para clasificar a aquellos hombres, mujeres y niños que no ganan lo suficiente ni para comer, que viven con hambre permanente.

Resulta ya típico en nuestro país que, mientras las cúpulas del poder político anuncien una Cruzada Contra El Hambre, al mismo tiempo los diputados federales se gastan 1.6 millones de pesos en pines de oro de 14 quilates, simplemente porque no les gustaron los de latón que les proporcionaron al inicio de la actual legislatura. ¡Hágame usted el chingado favor!

Y es que en México las energías políticas no se enfocan en construir un sistema político y económico cada vez más representativo, equitativo y eficaz, sino que se enfocan en mantener el control de cotos de poder y mayores partidas presupuestales junto con las prerrogativas y privilegios que estos otorgan. El sistema político está diseñado para proteger sus propios intereses y privilegios aun a costa de los ciudadanos que dice representar y se ha ido volviendo cada vez más voraz y desfachatado.

Es la propia sociedad mexicana, los ciudadanos de a pie, usted, yo, el vecino, el tendero, el taxista, la ama de casa, el estudiante de escuela pública, los que tendremos que provocar el ansiado cambio, pues la clase política, los privilegiados, los eternamente impunes y poderosos están, evidentemente, demasiado cómodos como para intentar cambiar.

¿Qué tal durmió FCH?

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