por
era-del-Ser.
A lo largo de muchos años —ya casi cien— nuestro país ha
permanecido inamovible e inalterable. Las condiciones sociales y económicas y
el distanciamiento entre las clases privilegiadas y el enormísimo resto de la
población casi no han cambiado desde entonces. Así, una buena parte de la
población mexicana simplemente “ya no cree”. Ya no cree en el gobierno. Ya no
cree en las instituciones. Ya no cree en la policía. Ya no cree en la economía
nacional. Ya no cree en los funcionarios públicos. Ya no cree en la educación.
Bueno, hasta hemos ido dejando de creer en la veracidad de nuestra historia, en
esa fábula creada por la educación pública que permitió, y más que eso,
propicio el encumbramiento a categoría de semidioses a personajes que no son
más que humanos, con errores y defectos pero también con virtudes y anhelos.
A lo largo de la últimas
ocho décadas los mexicanos hemos conocido únicamente un sartal de gobiernos
priistas: Pascual Ortiz Rubio (1929), Lázaro Cárdenas del Río (1934), Manuel
Ávila Camacho (1940), Miguel Alemán Valdés (1946), Adolfo Ruiz Cortines (1952),
Adolfo López Mateos (1958), Gustavo Díaz Ordaz (1964), Luis Echeverría Álvarez
(1970), José López Portillo (1976), Miguel de la Madrid Hurtado (1982), Carlos
Salinas de Gortari (1988) y Ernesto Zedillo Ponce de León (1994); algunos malos
y otros peores. Seguidos de dos desastrosos gobiernos panistas: Vicente Fox
Quezada (2000) que fue la gran esperanza de la nación por un mejor gobierno y
resultó ser un bufón divertido pero totalmente inútil, y el infausto Felipe
Calderón Hinojosa (2006) que, aparte de sumir más al país en la pobreza y la
ignorancia nos dejó como herencia los catastróficos resultados de su funesta “Guerra
Contra el Narco” y en el 2012, la joya de la corona priista, Enrique Peña Nieto,
con quien de manera totalmente impensable hace doce años, el PRI (el viejo
“partido aplanadora”) vuelve al Poder, quizá para detentarlo los siguientes
setenta años.
Resulta increíble, pero
sobre todo desconsolador, que no exista en nuestro país una sola generación
exitosa de mexicanos a lo largo de tantos años. Nuestro país se convirtió en la
nación de los problemas sempiternos, permanentemente en análisis para su solución,
pero que jamás son resueltos. La pobreza, la ignorancia, el hambre, el
desempleo, la migración, la marginación, el abandono del campo son problemas
dictaminados una y otra vez periodo tras periodo, sexenio tras sexenio,
analizados hasta la saciedad, atacados para su solución en forma recurrente,
pero jamás solucionados.
Resulta preocupantemente
sintomático de nuestra sociedad que 10 mexicanos se encuentren dentro de la
lista de los hombres más ricos del planeta mientras que el 46% de la población
mexicana vive en la pobreza y mientras el 25% de los mexicanos viva en “pobreza
alimentaria”, pomposo término que se inventaron para clasificar a aquellos
hombres, mujeres y niños que no ganan lo suficiente ni para comer, que viven
con hambre permanente.
Resulta ya típico en nuestro
país que, mientras las cúpulas del poder político anuncien una Cruzada Contra
El Hambre, al mismo tiempo los diputados federales se gastan 1.6 millones de
pesos en pines de oro de 14 quilates,
simplemente porque no les gustaron los de latón que les proporcionaron al
inicio de la actual legislatura. ¡Hágame usted el chingado favor!
Y es que en México las
energías políticas no se enfocan en construir un sistema político y económico
cada vez más representativo, equitativo y eficaz, sino que se enfocan en
mantener el control de cotos de poder y mayores partidas presupuestales junto
con las prerrogativas y privilegios que estos otorgan. El sistema político está
diseñado para proteger sus propios intereses y privilegios aun a costa de los
ciudadanos que dice representar y se ha ido volviendo cada vez más voraz y
desfachatado.
Es la propia sociedad
mexicana, los ciudadanos de a pie, usted, yo, el vecino, el tendero, el
taxista, la ama de casa, el estudiante de escuela pública, los que tendremos
que provocar el ansiado cambio, pues la clase política, los privilegiados, los
eternamente impunes y poderosos están, evidentemente, demasiado cómodos como
para intentar cambiar.
¿Qué
tal durmió FCH?
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