Soñó que
cada día podría inventar un mundo nuevo, que de su alma nacerían las ramas, las
semillas, y que el agua se desbocaría para dar cauce a un nuevo río, un río que
cruzara airoso las simas, y los montes de un naciente universo. Así, entre sus manos,
sería capaz de albergar la vida. No nacieron de sus manos mundos nuevos, su
alma no fue la tierra que diera a luz a ningún árbol, flor o arbusto. Sus
pensamientos nunca fueron capaces de transformarse en ríos, porque entre sus
horas se colaron los deseos, las ansias, la desesperanza, la incansable fatiga
que acontece cada día, que es una dura pausa entre un sueño y otro y que evita
que los sueños se puedan vivir como se debe: de manera ininterrumpida.
Celia tomó la plancha para alisar las camisas. Hoy habían
salido más que ningún otro día, ella esperaba salir temprano, pero al parecer
no habría manera. Había hecho todo lo posible porque así fuera, había dejado un
par de cositas por aquí y por allá, botadas, nada que de verdad fuera tan
importante. La muchacha se había dado cuenta y la había obligado a hacerlo
bien. Ni modo, tendría que llegar más tarde. Salió como a eso de las 6 de la
tarde. Desde Naucalpan hasta Toluca se hacían como 3 horas, lo difícil no era
eso, sino tener que caminar un montón para llegar al pueblo, como una hora o
más. Ni modo, llegaría hasta las 10. Ojalá que para esa hora su marido ya
hubiera cenado algo, porque si no lo encontraría con hambre y seguro estaría
enojado. Después de tomar la segunda combi, Celia se bajó en la parada
dispuesta a caminar para llegar al pueblo, a su casa. Como había hecho calor,
no se molestó en llevar otra cosa más para taparse que el rebozo y el mandil,
esa lluvia de abril había enfriado un poquito el ambiente y ahora tenía algo de
frío. Pensó en apurarse para llegar rápido y no pasar angustias. Ya estaba bien
oscuro y la verdad le daba miedo atravesar el camino solita. Ni un perro veía
por ahí. Un ser vivo, algo que la sacara de ese ambiente enrarecido,
terrorífico de la oscuridad. Se envalentonó, ¿cuándo había ella tenido miedo?
¡No señor, ella no era de conciencia cochina como para andar teniendo miedo! La
prisa hizo que se tropezara y se cayera. Se levantó lo más rápido que pudo y
siguió caminando, fue entonces cuando se le apareció Yolanda. Le puso el susto
de su vida, Celia casi se muere del infarto ahí mismo. Se cayó y se golpeó las
rodillas de la impresión, cayó hincada. Yolanda tuvo que acercársele despacito,
pedirle por favor que no gritara, que no tuviera miedo, que necesitaba que la
ayudara, que por favor no se asustara. Poco a poco la calma le regresó al
cuerpo a Celia. No sabía con quién estaba hablando, no tenía ni idea. La
muchacha esa le hablaba distinto, como la otra, con la que trabajaba, se le
notaba que no era del pueblo. “¡Válgame Dios, muchacha! ¿Tú qué andas haciendo
por aquí solita? ¿Te pasó algo?” le dijo mientras se incorporaba poquito a poco
y se sacudía la tierra que se le había pegado a las rodillas. La muchacha le
contó que estaba perdida, que no sabía que hacía ahí, que había despertado en
medio de un canal y que tenía frío, que por favor la ayudara a llegar a alguna
parte y pedir ayuda. Celia se dio cuenta de inmediato de lo que pasaba, en su
vida se imaginó que algo así le podría ocurrir. No sabía porqué no
experimentaba más miedo, porqué no estaba gritando como loca y corriendo. Nomás
la conmovió mucho aquella muchacha. Entonces decidió comprobar si era cierto lo
que se estaba temiendo y la agarró del brazo. No sintió nada entre sus manos,
pero seguía viéndola. La muchacha como si nada, seguía con esa cara de súplica
que ponen los condenados cuando saben que el fin es inminente. No sabía qué
hacer, no sabía si debía irse y dejarla ahí o ayudarle. Pero, ¿qué podría hacer
ella en una situación así? Le preguntó qué quería y la muchacha seguía necia
con eso de que la llevara a algún lado para llamarle a alguien y que fueran por
ella. Pensó que una cosa era estar hablando con alguien así y otra muy distinta
andar acompañándola a cualquier lado. Miró a ambos lados del camino terregoso,
rodeado de nada y se preguntó si no sería mejor tratar de enseñarle a esa pobre
niña que en realidad ya no había mucho qué hacer por ella.
¿Para qué animarse a salir? La verdad no tenía ni
tantitas ganas de ir. Rogelio seguía insistiendo en lo mismo, no era capaz de
entender que ella de verdad no quería estar con él. Le agradaba salir con él,
casi siempre la llevaba a buenos lugares y no escatimaba en nada. Pero era tan
fofo él, tan parco, tan sin chiste. Yolanda estaba deprimida, no sabía ya ni qué
la deprimía, se suponía que debía estar muy contenta porque ya empezaba a ganar
un poco más de dinero, la verdad era que no, sentía que no estaba haciendo
nada, que estaba desperdiciando su vida y su talento. La cosa era que mientras
siguiera viviendo con sus papás no podría dedicarse a actuar y vivir de eso,
por eso seguía trabajando en esa agencia de publicidad que a veces de verdad
odiaba: todos con sus poses de ejecutivos, de grandes creativos, de
cuasiartistas, cuando en realidad no eran más que una bola de Godínez que no
llegarían a ningún lado, igual que ella, igual que ella que cada vez asimilaba
más y más aquello.
“Ayúdeme, por favor, por favor, necesito llegar a alguna
parte y avisarle a mis papás que estoy bien”, le decía Yolanda a Celia y ella
cada vez se convencía más de que lo mejor era irse derechito a su casa,
corriendo si era necesario y dejar a ese espanto ahí mismo para que ella solita
se diera cuenta de lo que de verdad estaba pasando pero, ¿y si la seguía?, ¿y
si terminaba con esa muchacha persiguiéndola y luego ya no podía quitársela de
encima? No, mejor era decirle la verdad, enseñarle que ella ya no podía hacer
nada por ayudarle pero, ¿cómo se le comunicaba a alguien algo así?, ¿cómo hacía
para contarle eso?
“La verdad me siento bien cansada, la semana ha estado
muy ruda”, le dijo Yolanda a Rogelio. Él insistió, le prometió que no se
tardarían mucho, que de verdad tenía ganas de verla hoy, le pidió, casi le
rogó. Ella no sabía decir que no cuando las personas se le ponían en ese plan,
¿qué más daba, una cenita y ya? Luego, cada quien para su casa. Según ella,
Rogelio era algo así como vendedor de divisas, algo habían platicado al
respecto, pero él nunca supo decirle muy claro qué era exactamente lo que
hacía. Sí, vendía divisas, pero le había platicado además en varias ocasiones
que tenía clientes muy difíciles, a los que a veces tenía que hacerles favores
muy especiales. Salieron a cenar. Como siempre, Rogelio hizo gala de su
capacidad financiera llevándola a un restaurante carísimo, comida japonesa,
pidió los platillos más caros. Parecía que lo hacía justamente por eso. Además,
le compro un ramo de rosas y una caja de chocolates que se veían igual de caros
que todo lo que había hecho hasta entonces para impresionarla. Ni modo, la dieta
tendría que esperar otra semanita más, no hallaba como resistir semejante
tentación. Mientras cenaban, se acercó a su mesa un tipo, nada agradable, ni
siquiera se tomó la molestia de saludarla, nomás le pidió a Rogelio que lo
acompañara, que se llevara a la morra con él, que necesitaba algo urgente, en
ese mismo momento. Rogelio le pidió que lo acompañara, le juró que no iban a
tardar y que en cuanto terminara la llevaría a su casa. Yolanda no sabía qué
hacer, pensó que no habría problema, no quería regresarse sola a su casa, tenía
miedo de salir sola a esa hora, con tanto secuestro, matadera y movilizaciones,
no tenía ni tantitas ganas de arriesgarse. Le dijo que estaba bien, pero que
por favor no tardara, que necesitaba llegar temprano a su casa. Rogelio la
subió a la camioneta de su amigo, le aseguró que él los llevaría de regreso a
su casa después, que no se preocupara. Llegaron hasta Metepec, a una bonita
zona residencial. Yolanda sabía que Metepec se había convertido en una zona más
o menos buena desde hacía unos años, pero no estaba segura hasta qué tanto lo
era. La camioneta entró en una casa enorme, un zaguán negro se abrió para
darles paso, miró como se cerraba tras ellos, lo demás fue sólo oscuridad.
“Mira, muchacha, la verdad yo no sé cómo ayudarte, no sé
qué quieres que haga, a mi casa no te puedo llevar”. Celia intentó que la
muchacha se arrepintiera y la dejara ir, pero ella estaba necia con que la
ayudara. Pensó que si no lo hacía, de verdad algo muy malo le iba a pasar, así
que mejor le preguntó dónde había despertado, pues se le ocurrió que si
encontraba algo quizá podría demostrarle lo que de verdad ocurría. Yolanda no
entendía para qué quería saber eso la señora, pero era la única salida que
tenía, después de insistirle en que la llevara a alguna parte donde pudiera
hablar por teléfono, sin éxito, decidió llevarla hasta donde despertó. ¡Cuál
fue su horror, su espanto, su dolor al ver aquello! Celia volteó la cabeza de
inmediato al contemplar el espectáculo. Yolanda desapareció de repente, ya no
la vio más, así que echó a correr hacia su casa. Al otro día ella y su marido
fueron a la delegación a informarles lo que había encontrado en la noche. La
policía acordonó el lugar e hicieron lo que ya se había convertido en una
rutina.
Si a Yolanda la hubieran dejado donde estaba, quizá sí se
hubiera convertido en tierra, habría incubado las semillas que en ella se
posaran , se habría convertido en río y habría llegado muy lejos, más allá de
donde nunca imaginó. A Yolanda no la dejaron convertirse en árbol, le sacaron
la vida antes de que se atreviera a tomarla.
Damiana.
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