jueves, 13 de diciembre de 2012

Reforma educativa I


Entre los fines principales de la educación en México, se encuentra textualmente: “desarrollar armónicamente las facultades del ser humano, fomentar el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y la justicia”. Hay quien, con el seño fruncido y aires de “nacionalismo”, se ufanaría y enorgullecería de esto que en la práctica es letra muerta. Por supuesto, la misma persona se encontraría en seguida escandalizada al leer la última aseveración. Son personas cuyas facultades, en efecto, están “armónicamente desarrolladas”; desarrolladas, quiero decir, para su propia supervivencia. Nótese el superlativo “super” que convierte el acto de vivir en una facultad extraordinaria. Personas, decía, cuyas facultades van encausadas a la supervivencia egoísta, egocéntrica, ególatra; y que confunden a menudo la armonía con el confort propio.   
¿Amor a la patria?, pero ¿qué es la patria?, ¿qué es el amor? Invariablemente no es la patria un puñado de tierra que colinda al norte con la Unión Americana y al sur con Guatemala. No es la patria un conjunto de símbolos que por sí solos, por más que así quiera verse, no dicen nada ni poseen significado alguno. Me detengo en la naturaleza del símbolo para afirmar que detrás del emblema, del ícono, de la imagen, del significante, debe haber algo más; esto es, un fondo, un contenido, un significado. Hago esta última mención porque muchos piensan que la bandera por sí sola es la patria, o el escudo con su águila y su víbora. Lamento desilusionar a estos incautos, pero me temo que han errado. La patria no es ni la bandera ni el escudo ni el Hemiciclo a Juárez. Habría que ver que, en el contexto en que el país se ve últimamente minado; ultrajados los símbolos en su fondo, en su significado; esto es, en su sociedad, en su gente, en sus riquezas naturales, en sus riquezas culturales, etcétera, la mancilla del símbolo patrio no representa más que, simbólicamente hablando, la mancilla de lo que hay detrás de la piedra, la tela y los colores.
Me regreso por si alguien no entendió. Quiero decir que la sociedad mexicana está siendo agraviada, desde hace tiempo, por diversos factores. Entre la gente impera la pobreza, la muerte, la violencia, la falta de oportunidades y de seguridad; la riqueza cultural peligra conforme van desapareciendo no sólo las lenguas autóctonas o las tradiciones, sino los pueblos mismos sumidos en la desgracia. Enumeraría más agravios pero creo que es suficiente; no es de extrañarnos por lo tanto que aparezca la bandera con el águila balaceada. Cuestión de simbolismo nada más.
Decía que la patria es este conjunto de caracteres, riquezas y afinidades que unen a un grupo humano. Cierto que la solidaridad debería imperar entre los miembros del grupo por el hecho de que somos seres sociales por naturaleza y de que como individuos quedamos muy indefensos en soledad, sin posibilidad de sobrevivir. Ahora bien, el amor es un sentimiento de apego e íntima identificación con algo. No quiero ahondar en la lírica, la filosofía ni la psicología del sentimiento porque ya es demasiado. El amor, pues, por la patria es el apego y la íntima identificación por la gente, las riquezas culturales, las riquezas naturales, la sociedad con todos los rasgos que la conforman, etcétera, de ese grupo de personas con las que se comparten toda una serie de caracteres. Me regreso entonces: ¿amor por la patria?, ¿cuál? Porque para desgracia nuestra, el amor del neoliberalismo, del capital, va sólo encausado al amor propio y a la satisfacción propia. Engañosa satisfacción propia. ¿De quién será la riqueza que produzcas, fruto de tu trabajo? ¿La satisfacción será entonces en pro de qué? Por otra parte, no hay amor por la patria en quien se indigna profundamente por ver el águila balaceada y no siente escalofrío con la cifra de 100, 000 muertos en un sexenio. ¿Cuál amor?
Des Consuelo. 

1 comentario:

  1. Tienes razón, gran parte de la gravedad del asunto es que no somos capaces de ver qué hay más allá de los símbolos. Adoramos y aceptamos los símbolos sin ser capaces nunca de comprenderlos, de decodificarlos.

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