sábado, 11 de agosto de 2012

Tan lejos de ¿Dios?


Hace ya seis años que nos traen con la cantaleta de que el problema de México es la seguridad. Felipe Calderón Hinojosa, llegado a la Presidencia mediante lo que ahora se demuestra cabalmente fue uno más de los fraudes electorales en la historia de nuestro país, intentó ganar legitimidad con un discurso atemorizante: la delincuencia organizada en México se había salido por completo de control y era necesario “darle la batalla”. Así inició la famosa “guerra contra el narcotráfico” que deja como saldo de la gestión de Calderón Hinojosa más de 60 mil muertos y 20 mil desaparecidos, algunos “capos” menores encarcelados y ninguna reducción en el trasiego, venta y consumo de estupefacientes ilegales.

            Enrique Peña Nieto, a quien el propio Felipe Calderón se apresuró a nombrar como el “próximo Presidente de México”, pasando por alto las miles de “anomalías” que ponen en duda su legítimo triunfo, declaró el mismo día de las elecciones que dará continuidad al “proyecto de seguridad” iniciado en este sexenio, por ser la inseguridad, nos vuelven a decir, un problema prioritario para la Nación. Pero, ¿realmente la inseguridad de la que hablan, aquella dada por el narcotráfico y la criminalidad, es el principal problema que tenemos en México?, ¿por qué antes no lo fue?

            Algunos analistas cuentan que en la época del viejo régimen priísta, aquel nacionalista, con caudillos represores pero no neoliberales, existían “acuerdos” con los dirigentes de los distintos cárteles del narcotráfico quienes se comprometían a no vender en territorio mexicano su mercancía, a no causar problemas entre la población del país e, incluso, a pagar una suerte de “impuesto”, a cambio de no ser perseguidos. Más allá del ámbito “moral” que se presta a la discusión, eran tiempos en que el gobierno mexicano consideraba que el problema del narcotráfico no era realmente un conflicto que le atañera, por lo menos no de manera primordial; tiene lógica, el problema de el elevado consumo de drogas y la comisión de delitos relacionado con sus operaciones criminales, lo tenían en realidad los países receptores de la mercancía, es decir, los Estados Unidos de Norteamérica.

            Todo parece indicar que el gobierno estadounidense encontró la manera de no hacerse cargo de sus problemas, criminalizando (mediante sus procesos de “certificación”) a los países productores de estupefacientes como Colombia y México, para hacerlos responsables de combatir el narcotráfico que afectaba en mayor proporción al país del norte; con el tiempo, descubrieron que podrían ahorrarse buena parte del gasto para su propia “seguridad” haciendo que las naciones de América Latina destinaran mayores recursos en ese rubro y, más aún, como buenos representantes del sistema capitalista más voraz, podían incluso hacer negocio vendiendo el armamento que necesitarían las fuerzas militares latinoamericanas para cumplir con la función que les habían asignado (negocio que ha resultado más lucrativo desde que también son quienes venden las armas a los grupos criminales que nos exigen combatir). A perfect business.

            Por otro lado, en el caso de México, la intervención estadounidense no necesita de estrafalarias y costosas ocupaciones militares, basta con hacer de nuestro país uno más dependiente de la economía del país vecino. ¿Cómo?, mediante las medidas neoliberales, como el Tratado de Libre Comercio que impulsó Carlos Salinas de Gortari en 1994 (que, como se sabe, ha perjudicado seriamente a muchos productores mexicanos y ha agotado en gran medida la capacidad que tenemos para sostener nuestra independencia alimentaria en productos tan básicos para nosotros como el maíz que ahora compramos por toneladas a los Estados Unidos de Norteamérica) y las famosas “reformas estructurales” que Felipe Calderón no logró por la falta de acuerdos con el Congreso durante su gestión pero que ha asumido como tarea pendiente, también primordial, Enrique Peña Nieto, entre las que se incluye la inversión privada en empresas nacionalizadas como PEMEX (tan defendida por los propios priístas que, ahora, de regreso en el poder, paradójicamente pondrán en venta).

            En México, la mitad de la población vive en condiciones de pobreza; hay siete millones de jóvenes sin empleo y sin posibilidades reales para estudiar; tenemos altísimos grados de analfabetismo y muy deficientes servicios de salud pública; dentro de muy poco tiempo, el salario mínimo no alcanzará para comprar un kilo de tortillas y uno de huevo. Frente a este panorama tan desolador, ¿realmente es la seguridad nuestro principal problema? Sí, la seguridad, pero la social, eso es lo que nos preocupa a los ciudadanos de a pie, a los campesinos, a los indígenas, a los profesionistas obligados a emigrar por la falta de empleo. El tráfico de drogas es prioridad para los Estados Unidos de Norteamérica, no para nosotros; si ahora lo es, ello resulta de la famosa “guerra contra el narcotráfico” que el señor Felipe Calderón Hinojosa se inventó para cumplir con los acuerdos que hizo con el gobierno del país colindante al norte y, podemos pensar, también confundiendo miedo con respeto, en su afán de tener la legitimidad que nunca tuvo porque no se la ganó.

            Ahora, Felipe Calderón Hinojosa, terminará su pésima gestión gubernamental con la tranquilidad que le da a él (y sólo a él) haber garantizado (a cambio de favorecer la llegada al poder de Enrique Peña Nieto, incluso contra los anhelos de su propio partido político -el PAN-, mediante un sofisticado fraude planeado desde hace seis años) la continuidad de la “estrategia” fallida contra la delincuencia organizada y el trabajo para que sean aprobadas las “reformas” estructurales (ambas condiciones impuestas por el gobierno del país que lo recibirá y protegerá como ha protegido al ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León). ¿Qué le importa al señor Calderón si deja plagado el país de muertos, desaparecidos, huérfanos y viudas?, ¿qué le importa si con las reformas empobrece más a la población?; nada, para eso es que él y su familia, a pesar de declarar una y otra vez que “vamos ganando la batalla” y que “México se queda con claros avances en materia económica”, migrarán a Texas donde ya le aguarda una “chambita” como académico en la universidad local.

               Permitir que Enrique Peña Nieto asuma la Presidencia de México, otra vez “haiga sido como haiga sido” (frase utilizada por Felipe Calderón para zanjar las dudas sobre el fraude en la elección que le dio por ganador), significa para el país la continuidad y no el cambio. El propio Peña Nieto lo ha declarado: lo primero que hará al asumir el cargo mal ganado de Presidente, lo que hará con verdadera urgencia, es impulsar las iniciativas para aprobar las reformas estructurales a las que su partido se opuso mientras les fue conveniente. De igual manera, Peña Nieto seguirá en “guerra” contra el narcotráfico, contando ahora con la asesoría de un general colombiano de apellido Naranjo, aprobado por el gobierno estadounidense y conocido como “el mejor policía del mundo” por su labor contra la delincuencia organizada en su país (donde, por cierto, ahora emerge con mayor fuerza el conflicto que él dijo haber solucionado).


            Triste celebridad la de el futuro asesor en seguridad, ganada a fuerza de pasar por encima de los derechos humanos sistemáticamente, siendo él responsable directo de la incursión militar colombiana en tierras ecuatorianas, donde fue asesinado un grupo de estudiantes mexicanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, supuestamente ligados a las FARC y cuya única sobreviviente es Lucía Moret, actualmente perseguida y fichada por la INTERPOL. Como decía mi abuelo: “¡pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”
La Milagrosa.

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