Hace
ya seis años que nos traen con la cantaleta de que el problema de México es la
seguridad. Felipe Calderón Hinojosa, llegado a la Presidencia mediante
lo que ahora se demuestra cabalmente fue uno más de los fraudes electorales en
la historia de nuestro país, intentó ganar legitimidad con un discurso
atemorizante: la delincuencia organizada en México se había salido por completo
de control y era necesario “darle la batalla”. Así inició la famosa “guerra
contra el narcotráfico” que deja como saldo de la gestión de Calderón Hinojosa
más de 60 mil muertos y 20 mil desaparecidos, algunos “capos” menores
encarcelados y ninguna reducción en el trasiego, venta y consumo de
estupefacientes ilegales.
Enrique Peña Nieto, a quien el
propio Felipe Calderón se apresuró a nombrar como el “próximo Presidente de
México”, pasando por alto las miles de “anomalías” que ponen en duda su
legítimo triunfo, declaró el mismo día de las elecciones que dará continuidad
al “proyecto de seguridad” iniciado en este sexenio, por ser la inseguridad,
nos vuelven a decir, un problema prioritario para la Nación. Pero , ¿realmente la
inseguridad de la que hablan, aquella dada por el narcotráfico y la
criminalidad, es el principal problema que tenemos en México?, ¿por qué antes
no lo fue?
Algunos analistas cuentan que en la
época del viejo régimen priísta, aquel nacionalista, con caudillos represores
pero no neoliberales, existían “acuerdos” con los dirigentes de los distintos
cárteles del narcotráfico quienes se comprometían a no vender en territorio
mexicano su mercancía, a no causar problemas entre la población del país e,
incluso, a pagar una suerte de “impuesto”, a cambio de no ser perseguidos. Más
allá del ámbito “moral” que se presta a la discusión, eran tiempos en que el
gobierno mexicano consideraba que el problema del narcotráfico no era realmente
un conflicto que le atañera, por lo menos no de manera primordial; tiene
lógica, el problema de el elevado consumo de drogas y la comisión de delitos
relacionado con sus operaciones criminales, lo tenían en realidad los países
receptores de la mercancía, es decir, los Estados Unidos de Norteamérica.
Todo parece indicar que el gobierno
estadounidense encontró la manera de no hacerse cargo de sus problemas,
criminalizando (mediante sus procesos de “certificación”) a los países
productores de estupefacientes como Colombia y México, para hacerlos
responsables de combatir el narcotráfico que afectaba en mayor proporción al
país del norte; con el tiempo, descubrieron que podrían ahorrarse buena parte
del gasto para su propia “seguridad” haciendo que las naciones de América
Latina destinaran mayores recursos en ese rubro y, más aún, como buenos
representantes del sistema capitalista más voraz, podían incluso hacer negocio
vendiendo el armamento que necesitarían las fuerzas militares latinoamericanas
para cumplir con la función que les habían asignado (negocio que ha resultado
más lucrativo desde que también son quienes venden las armas a los grupos
criminales que nos exigen combatir). A
perfect business.
Por otro lado, en el caso de México,
la intervención estadounidense no necesita de estrafalarias y costosas
ocupaciones militares, basta con hacer de nuestro país uno más dependiente de
la economía del país vecino. ¿Cómo?, mediante las medidas neoliberales, como el
Tratado de Libre Comercio que impulsó Carlos Salinas de Gortari en 1994 (que,
como se sabe, ha perjudicado seriamente a muchos productores mexicanos y ha
agotado en gran medida la capacidad que tenemos para sostener nuestra
independencia alimentaria en productos tan básicos para nosotros como el maíz
que ahora compramos por toneladas a los Estados Unidos de Norteamérica) y las
famosas “reformas estructurales” que Felipe Calderón no logró por la falta de
acuerdos con el Congreso durante su gestión pero que ha asumido como tarea
pendiente, también primordial, Enrique Peña Nieto, entre las que se incluye la
inversión privada en empresas nacionalizadas como PEMEX (tan defendida por los
propios priístas que, ahora, de regreso en el poder, paradójicamente pondrán en
venta).
En México, la mitad de la población
vive en condiciones de pobreza; hay siete millones de jóvenes sin empleo y sin
posibilidades reales para estudiar; tenemos altísimos grados de analfabetismo y
muy deficientes servicios de salud pública; dentro de muy poco tiempo, el
salario mínimo no alcanzará para comprar un kilo de tortillas y uno de huevo.
Frente a este panorama tan desolador, ¿realmente es la seguridad nuestro
principal problema? Sí, la seguridad, pero la social, eso es lo que nos
preocupa a los ciudadanos de a pie, a los campesinos, a los indígenas, a los
profesionistas obligados a emigrar por la falta de empleo. El tráfico de drogas
es prioridad para los Estados Unidos de Norteamérica, no para nosotros; si
ahora lo es, ello resulta de la famosa “guerra contra el narcotráfico” que el
señor Felipe Calderón Hinojosa se inventó para cumplir con los acuerdos que
hizo con el gobierno del país colindante al norte y, podemos pensar, también
confundiendo miedo con respeto, en su afán de tener la legitimidad que nunca
tuvo porque no se la ganó.
Ahora, Felipe Calderón Hinojosa,
terminará su pésima gestión gubernamental con la tranquilidad que le da a él (y
sólo a él) haber garantizado (a cambio de favorecer la llegada al poder de
Enrique Peña Nieto, incluso contra los anhelos de su propio partido político
-el PAN-, mediante un sofisticado fraude planeado desde hace seis años) la
continuidad de la “estrategia” fallida contra la delincuencia organizada y el
trabajo para que sean aprobadas las “reformas” estructurales (ambas condiciones
impuestas por el gobierno del país que lo recibirá y protegerá como ha
protegido al ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León). ¿Qué le importa al
señor Calderón si deja plagado el país de muertos, desaparecidos, huérfanos y
viudas?, ¿qué le importa si con las reformas empobrece más a la población?;
nada, para eso es que él y su familia, a pesar de declarar una y otra vez que
“vamos ganando la batalla” y que “México se queda con claros avances en materia
económica”, migrarán a Texas donde ya le aguarda una “chambita” como académico en
la universidad local.
Permitir que Enrique Peña Nieto asuma la Presidencia de México,
otra vez “haiga sido como haiga sido” (frase utilizada por Felipe Calderón para
zanjar las dudas sobre el fraude en la elección que le dio por ganador),
significa para el país la continuidad y no el cambio. El propio Peña Nieto lo
ha declarado: lo primero que hará al asumir el cargo mal ganado de Presidente,
lo que hará con verdadera urgencia, es impulsar las iniciativas para aprobar
las reformas estructurales a las que su partido se opuso mientras les fue
conveniente. De igual manera, Peña Nieto seguirá en “guerra” contra el
narcotráfico, contando ahora con la asesoría de un general colombiano de
apellido Naranjo, aprobado por el gobierno estadounidense y conocido como “el
mejor policía del mundo” por su labor contra la delincuencia organizada en su
país (donde, por cierto, ahora emerge con mayor fuerza el conflicto que él dijo
haber solucionado).
Triste celebridad la de el futuro
asesor en seguridad, ganada a fuerza de pasar por encima de los derechos
humanos sistemáticamente, siendo él responsable directo de la incursión militar
colombiana en tierras ecuatorianas, donde fue asesinado un grupo de estudiantes
mexicanos de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México,
supuestamente ligados a las FARC y cuya única sobreviviente es Lucía Moret,
actualmente perseguida y fichada por la INTERPOL. Como
decía mi abuelo: “¡pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados
Unidos!”
La Milagrosa.
¡Qué dolor!
ResponderEliminar