miércoles, 10 de octubre de 2012

El presidente del empleo


La propaganda oficialista del gobierno de Felipe Calderón está trabajando a marchas forzadas. Los medios masivos de comunicación tradicionales; es decir, la radio, la televisión y la prensa escrita, nos están bombardeando con datos falseados, boletines tendenciosos, frases hechas y poco comprobadas, mentiras y engaños sobre el porqué de la urgencia e impostergable necesidad de una reforma laboral que nos beneficiará a “todos los mexicanos”, que si los sindicatos blancos, que si la competitividad laboral de México ante el mundo, que si la reactivación de la economía… pura habladuría, señor lector.
Y es que a poco más de un mes de que concluya su administración, el espurio Calderón, busca con una tremenda desesperación legitimar su gobierno que siempre estuvo en tela de juicio desde el primer día en que entre empujones lo asumió, o por hacer honor a la verdad, lo usurpó. Allá en los días lejanos de su campaña por la presidencia, él vociferaba con horrenda vanagloria que sería recordado como “el presidente del empleo”.
Y la verdad que no, la cosa quedó mucho peor durante el gobierno de Felipe Calderón, según la Asociación Mexicana de Dirección de Recursos Humanos, durante el periodo presidencial 2006–2012, la tasa bruta de desempleo creció casi 34.5 porciento, es decir que durante la gobernación calderonista, 47.1 millones de personas en edad productiva se quedaron sin trabajo [1]. Lo peor es que la cifra sigue en ascenso y las políticas en materia económica dejarán tan graves secuelas que aun suponiendo, con toda la buena fe del mundo, que la presidencia entrante tomara todas las medidas necesarias para detener esta catástrofe, todavía padeceríamos por mucho tiempo las tristísimas consecuencias de las pésimas decisiones de Calderón; aunque de antemano, sepa, mi querido lector, que la administración que viene no es mucho mejor que la que se despide.
Sin embargo, a pesar de que el gobierno calderonista ha dado muestras de ser un estado fallido mucho antes de que transcurriera la primera mitad de su régimen, el presidente usurpador está empeñado en buscar una vía que lo justifique y, a través de ella, demostrar que al menos en algo no fue tan malo.
Su principal canal de acción fue la simulada, tan fallida y sangrienta “lucha contra el narco”. Debemos recordar, mi querido lector, que esta lucha estúpida y lamentable, condujo a la muerte de casi cien mil mexicanos, a quienes el “presidente” llamó “daños colaterales”. Además, sume usted a los más de treinta mil desaparecidos por la fuerza. Yo estoy seguro de que si entre las víctimas de tan imbécil campaña de violencia y plomo se encontrara alguno de los hijos de este señor, o tal vez su esposa, jamás habría pensado en utilizar el indolente calificativo de “colaterales” y, si no se me cree, que corra y le pregunte a Humberto Moreira todo el dolor que existe en su corazón tras la pérdida de un hijo por la horda de violencia; estoy seguro de que daría gustoso todo su dinero, mal habido y bien habido, por la restitución de la vida de su vástago.
Otro de los afanes de Calderón se cifró en la búsqueda de las llamadas reformas estructurales que sólo han demostrado ser medidas retrogradas en perjuicio del pueblo de México y su economía, ninguna reforma, señor lector, ninguna, operó como el presidente lo prometía, al punto que muchas de ellas sacaron el tiro por la culata, dando contra su propio detonador. Ahora que ya se va, le urge terriblemente a don Felipe, consagrarse en el “cumplimiento” de la promesa y eslogan de campaña bajo los que se cobijó en el dos mil seis y, en tal afán, ha puesto en marcha todas sus industrias por aprobar la reforma laboral antes del último día de su administración; cosa de la cual también depende su futura libertad negociada con el usurpador entrante.
Una reforma que, como usted bien sabe, está lejos, muy lejos de propiciar la estabilidad laboral y fortalecer los derechos y prestaciones de los trabajadores mexicanos; más bien obedece a los intereses patronales y de las cúpulas empresariales de corporaciones que ni mexicanas son. Esta reforma vulnera, desgarra, prostituye, humilla, sobaja y reprime al trabajador y le graba a fuego ardiente un signo de pesos (corrijo: de dólares) en la frente para venderse por un precio nimio y empujado por la más horrenda desesperación a trabajar en lo que sea por míseros siete pesos la hora.
Pero permítame demostrar que le estoy diciendo la verdad, la Ley Federal del Trabajo vigente en su título primero, artículo tres dice:
El trabajo es un derecho y un deber sociales. No es artículo de comercio, exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta y debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida, la salud y un nivel económico decoroso para el trabajador y su familia. No podrán establecerse distinciones entre los trabajadores por motivo de raza, sexo, edad, credo religioso, doctrina política o condición social. Asimismo, es de interés social promover y vigilar la capacitación y el adiestramiento de los trabajadores [2].
Le pido por favor que vuelva a leer dicho artículo y preste especial atención en lo referente al nivel de vida decoroso para el trabajador y su familia, así como a los aspectos de no discriminación.
Ahora, si usted está listo, me permito presentarle el fragmento íntegro que corresponde al mismo artículo pero en la propuesta de modificación presentada por Felipe Calderón para la modificación de la Ley que estamos tratando, no sin antes mencionarle que estuvo en consideración amputar la frase [El trabajo] “no es artículo de comercio”. Aquí le va:
Artículo 3o. El trabajo es un derecho y un deber sociales. No es artículo de comercio. No podrán establecerse condiciones que impliquen discriminación entre los trabajadores por motivo de origen étnico, género, preferencia sexual, edad, discapacidades, doctrina política, condición social, religión, opiniones, estado civil o cualquier otro que atente contra la dignidad humana. No se considerarán discriminatorias las distinciones, exclusiones o preferencias que se sustenten en las calificaciones particulares que exija una labor determinada. Es de interés social promover y vigilar la capacitación, el adiestramiento, la formación para y en el trabajo, la certificación de competencias laborales, la productividad y la calidad en el trabajo, así como los beneficios que éstas deban generar tanto a los trabajadores como a los patrones [3].
¿Se ha dado usted cuenta? ¿Ha notado la intención expresa que existe en la modificación por dar herramientas para que el mal patrón pueda legalizar sus prácticas de abuso y restricción de los derechos laborales? Por si no, permítame esquematizarlo con mayor claridad.
En primer lugar, es innegable la desaparición del fragmento textual donde se enuncia que el trabajo debe de garantizar al trabajador alcanzar un nivel económico decoroso para él y su familia. Para muchos, esta simple omisión podría parecer totalmente inofensiva y sin mayor repercusión; pero debemos destacar algo, la situación económica actual, todos lo sabemos, impide a más del noventa por ciento de los integrantes de la clase trabajadora aspirar a un nivel de vida decoroso y digno, no solamente para uno mismo, sino para nuestros congéneres inmediatos; no por nada habitamos en un país en el que más de 52 000, 000 de personas se encuentran viviendo en pobreza extrema (dato que, a propósito, se incrementó durante el gobierno de Felipe Calderón: una raya más al tigre) en contra de sólo once mexicanos que se regodean en la riqueza más obscena [4]. Entonces, si las cosas son así ahora que existe una Ley en la que se consagra el derecho de los mexicanos a vivir dignamente y, de todas maneras,  tenemos un país en el que todos vivimos pasándola al día, ¿que será cuando se nos extirpen las garantías legales que nos permiten exigir trabajo bien remunerado, seguro y decoroso?
En segundo lugar, se supone que el discurso presidencial bajo el que se promovió esta reforma era el de garantizar y crear “más y mejores empleos” y al mismo tiempo beneficiar a ciertos sectores que históricamente han sido vapuleados por la cúpula patronal al ser discriminados, abusados y mal pagados; hablo de los jóvenes, de las mujeres, de los mexicanos con capacidades diferentes, de los ancianos, de las madres solteras o gestantes. En este tenor quiero destacar la añadidura de la frase: “No se considerarán discriminatorias las distinciones, exclusiones o preferencias que se sustenten en las calificaciones particulares que exija una labor determinada” que contradice rotundamente el enunciado previo que consagra que nadie puede ser discriminado por ningún factor intrínseco a su persona, ideología, creencias, fe, apariencia o preferencias. El párrafo que pretende ser añadido sólo da más herramientas a los patrones para denegar el acceso a plazas vacantes a las mujeres, a los jóvenes sin experiencia, a los homosexuales, a los adultos mayores, a los discapacitados, privilegiando el estigma social de que ciertos trabajos solamente pueden ser designados a ciertos grupos sociales, sin tomar en cuenta para ello, las destrezas, habilidades y aptitudes de los aspirantes.
En fin, me he guardado lo más terrible para el final. En la ley propuesta, en el mismo artículo en cuestión nos encontramos con la eliminación de las siguientes clausulas: [El trabajo] “exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta y debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida, la salud y […]”. No hay que ser muy observador para darse cuenta de que el artículo de la “nueva” ley no lo incluye. ¿Por qué? ¿Acaso ya no nos merecemos siquiera el trato digno como seres humanos? ¿Acaso debemos aceptar cualquier empleo aunque lacere nuestra dignidad como personas? ¿Acaso ya no podemos aspirar a un trabajo que no nos asesine, que no nos enferme, o que nos permita volver íntegros a nuestros hogares? ¿Acaso, por la necesidad de ganarnos un pan, quedamos obligados a aceptar cualquier chingadera de trabajo a cambio de siete pesos la hora? Y para cerrar mis evidencias, quiero destacarle la última cláusula: “Es de interés social promover y vigilar la capacitación, el adiestramiento, la formación para y en el trabajo, la certificación de competencias laborales, la productividad y la calidad en el trabajo, así como los beneficios que éstas deban generar tanto a los trabajadores como a los patrones”.
Eche buen ojo, mi querido lector, pues esta cláusula abre la posibilidad al patrón de implementar y modificar tanto como quiera los instrumentos de fiscalización del trabajador, ya sea para explotarlo al máximo o para abusar a modo que el trabajador renuncie apabullado por el hostigamiento patronal, y no pueda argumentar despido injustificado, pues el patrón ahora puede rebatir que el trabajador “no cumplió” con las evaluaciones implementadas para la “calidad” del trabajo. Otra cosa que me llama poderosamente la atención es la constante aparición del término “patrón” en marcos en los que se destaca el beneficio que tiene derecho a recibir.
Lo anterior me parece deleznable, es evidente que tanto el patrón como el trabajador no están en igualdad de condiciones; si bien es cierto que el contrato que instrumentan, se realiza con la finalidad de cubrir las necesidades de ambos; es irrebatible que el trabajador lo hace para cubrir sus necesidades más básicas: de sustento, vestido, manutención familiar, etcétera; en cambio los beneficios del patrón ya obedecen a un nivel de necesidades que atañen más a satisfacer los requerimientos mercantiles y comerciales de su empresa; por ello es imperdonable que exista una ley que incorpore al patrón como una entidad igualitaria y complementaria del trabajador, porque sus ventajas sobre este último son alevosas.
Pero no alarguemos más y concluyamos. Esta nueva ley del trabajo es igual que el nuevo PRI, retrograda y tiránica. Es un tema tan delicado que inclusive el mismo presidente del Partido Acción Nacional, Gustavo Madero, trató de deslindar a su partido de las consecuencias y costos políticos que implica estar asociado con esta ley tan impopular [5] al declarar que su aprobación representa un “retroceso histórico” y, además, que el PRI es un “factor de atraso político” para México. ¿Dialéctica pura? ¿No acaso fueron ellos, los panistas, los principales impulsores de dicha ley? ¿No es acaso a Felipe Calderón a quién más urge que se apruebe dicha reforma para consolidarse como el “presidente del empleo” que tanto prometió?
Una de las principales excusas para promocionar la “urgencia” de esta reforma, fue el supuesto costo y lastre que representan las estructuras sindicales para la movilidad de la economía mexicana y para las empresas; sin embargo, dicha aseveración es una gran falacia, en nuestro país sólo el diez por ciento de los trabajadores pertenecen a una asociación gremial [6] en su trabajo, y más de la mitad de estos son sindicatos de gobierno, de los cuales, los más corruptos y onerosos son aquellos que están asociados a las esferas del PRI y del PAN. Si no, que lo diga el señor  Romero Deshamps, o la señora Elba Esther Gordillo, que se han enriquecido con las cuotas sindicales. ¿Acaso no serían necesarias más estructuras sindicales limpias y funcionales que defiendan al trabajador en vez de dejarlo por su cuenta a la buena de Dios con el patrón en contra? ¿Por qué tanta urgencia en exterminar algunas estructuras sindicales que resultan incómodas para el régimen como el SUTAUR100 o el SME y dejar que otras operen con toda la impunidad posible al devorar el esfuerzo de sus trabajadores como el SNTE o el Sindicato Petrolero?
El sindicalismo en México, es verdad, está colmado de vicios, pero no es el problema de fondo como quieren hacernos ver. El problema sustancial es la privatización entera de la fuerza de trabajo. La tercerización (Outsourcing) privilegia a las empresas extranjeras al legalizar que no paguen impuestos ni seguridad social para los trabajadores que contratan, obligando a estos últimos a hacerse cargo de sus propias prestaciones sociales. Este tipo de práctica se ha venido implementando desde hace algunos años en diversos países de América Latina, cosa que no ha resultado en nada de lo prometido, no ha logrado reactivar las economías emergentes, ni crear más empleos, ni promover la creación e inversión empresarial; sólo ha servido para enriquecer más a unos pocos y empobrecer más a los ya de por sí, muchos pobres.
El profesor emérito de la Universidad de Harvard E.E.U.U., Michael Porter, uno de los mejores analistas económicos y de estrategia en el mundo ha vaticinado no en pocas ocasiones que el esquema de Outsourcing sólo conduce al fracaso [7], que no solamente trastoca los derechos laborales de las personas, sino que a la larga compromete la existencia de la empresa; lo que se traduciría en recorte de empleos y empresas en banca rota en mediano plazo.
En fin, mi querido lector, espero haberle podido otorgar un pequeño panorama de lo terrible que es esta ley que se pretende implementar. Tenga en cuenta que aquí sólo nos dimos a la tarea de analizar uno de los tantos artículos que tiene la Ley Federal del Trabajo. Todas las cláusulas implícitas en ella están a discusión y modificación. La magnitud del problema es gravísima.
Al final de cuentas, Calderón resultó ser un bueno para nada, a muchos no nos sorprende; en todo su gobierno no logró llevar con éxito ninguna de sus estrategias; la guerra contra el narco lejos de diezmar el problema nos dejó el territorio nacional más violentado y penetrado por el narco [8], la inflación se incrementó durante su presidencia en un 4.6 por ciento y el salario mínimo apenas pudo incrementarse en 2.85 por ciento en seis años [9]. El “presidente del empleo” sólo logró incrementar las cifras del empleo informal y callejero, pues en 2006 eran 12.26 millones de mexicanos en este sector y sin seguridad social, y para el presente año la cifra aumentó a más de 14 millones de mexicanos en tales condiciones [10]; y qué decir de la cultura, la educación, la salud, el poder adquisitivo, el medio ambiente, la nutrición, el campo, el bienestar social, materia energética, el valor del peso, la deuda, la investigación científica, la creación artística, y demás temas de índole política y social, que quedan en números rojos tras esta fatídica administración.
Me gustaría saber si algún correligionario de Calderón se atrevería a hacerla de abogado del diablo para salir a defender los “logros” de este señor. La verdad no creo que a estas alturas salga alguno. Lo bueno es que ya se va, lo malo es que se avecina un gobierno que se antoja mil veces peor. ¿Qué vamos a hacer al respecto usted y yo, querido lector?
Ptolomeo.

Notas:

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