Recuerdo que mi abuela solía hacerme
“taquitos con sal”, después de haber ido por las tortillas, minutos antes de
que la comida estuviera lista, recuerdo el sonido de la olla, y el calor de la
cocina. Hoy comparto un texto de “Marina Botelo” un monólogo un texto de la
eternidad, de los recuerdos.
Enrique Burgot
“¡Cómo pasa el tiempo en la ausencia!
Sí, cuando deseamos que vengan, que nos regalen minutos de su atención, que nos
cuenten cómo están; que compartan con nosotros esas vidas que inician, que se
van formando; que nos regalen parte de su vida para alimentar la nuestra, sólo
con palabras, sólo con compañía. Cuando uno es viejo el tiempo pasa más lento,
las horas se nos van poco a poco, como a paso de tortuga. Y es lógico, es que
la prisa por vivir se ha acabado,  ya no
le vienen a una los días uno sobre otro como si no pudiera pararlos. A cierta
edad, el tiempo deja de ser lo que ha sido siempre: una cosa después de la
otra, un minuto tras el otro. Si se vive así, una nomás piensa en la muerte, se
queda una parada mientras ve el tiempo correr y así no hay de otra: se nace pa’
morirse. 
Se desea verlos para
amarlos, para llenarse una del amor de ellos. Así, al menos si se muere una hoy
no se habrá muerto sin verlos, aunque sean ratitos. Es que, a veces, le da a
una por creer que no se morirá si al menos la recuerdan, si la tienen presente
aunque sea para echarse de vez en cuando una cubita a su salud. Porque una no
se muere del todo gracias a los hijos y más gracias a los nietos. Los hijos, como
quiera, una los tiene más cerquita, los ama y los cría, pero no se da cuenta de
que la vida va más allá sino hasta que llegan los nietos, sino hasta que mira a
los hijos de sus hijos y entonces sí, una comprende que, de alguna forma, una
misma está yendo más allá, como que no se muere del todo, porque mientras sea
recordada, mientras uno de los suyos viva, hay esperanza y la muerte se habrá
calmado, aunque sea un poquito. 
Se vive de recuerdos,
pero más que eso, se vive de esperanza. Una no viviría si no fuera por eso,
porque no es una plantita o un animalito nomás pa’ alimentarse y vivir, se vive
porque se siente. Y esos, esos que están allí quietecitos en las fotos, todos
esos que ya no están, siguen estando, los tiene una consigo a diario, en el
silencio; cada vez que una quiera, nomás porque todavía se acuerda, porque es
parte de ellos, porque están en una como, también, una está en los que todavía
viven. Todo lo que se ha vivido, lo que se ha visto y lo que se ha sentido,
sigue estando con una cuando quiera, si quiere, nomás porque se acuerda y,
aunque no se acuerde, porque lo lleva en el alma. ¡Pero qué dura es la soledad,
la ausencia!
Vivir, ¿qué es
vivir’, ¿qué morir? El cuerpo se nos pudre, igual que se pudren las frutas,
como esa manzana, ahí, arrugada y viejita, así se nos va muriendo el cuerpo, a
veces ni los pensamientos se salvan, esos también se pudren, como las flores en
los floreros de los panteones. Una de pronto es una persona y luego ya no se
acuerda muy bien qué tiene que hacer, pero aunque no sepa eso, en el alma a una
se le quedan las emociones, se le graban allí, como esos dibujos que se hacen
en la piel y ya no se quitan. 
A una le gusta pensar
en el alma, en que vivir la vida y dar forma al alma es como hacer figuritas
con lodo: una toma un poco de lo que hay pero decide siempre qué forma le va a
dar, aunque no se dé cuenta, aunque nomás se deje llevar, siempre decide. El
amor, la esperanza… lo bonito que le ha tocado a una vivir la hace ser quien
es. Y los rencores también, el dolor. Sí, el alma se moldea con lo que una
siente muy profundo. Eso sí, hay que elegir muy bien qué forma quiere darle una
a su alma, hasta qué material; si va a agarrar tantita de la tierra buena, de
esa suavecita que se moldea bonito en las manos, o de esa llena de piedras que
le da formas muy raras y no tan bonitas a lo que moldea. Las emociones son
nuestra materia, cómo las sentimos es lo que nos da forma: el dolor, el amor,
sentir te hace ser.
A veces quisiera
volver el tiempo atrás, volver a cargar a los hijos, volver a ver a los que se
ha amado. Pero se tienen, se tienen a pesar de todo, porque ellos son una y una
está en ellos, aunque hoy sólo abrume la ausencia. Esos ratos en que una los
ve, o en que se llena de esperanza sabiendo que sea como sea están con una, el
tiempo se detiene. Días así hacen que una se dé cuenta de que el tiempo no va
minuto a minuto, que se puede vencerlo, que se puede ir más allá. El tiempo que
va de minutito en minutito es como un espejismo, es como una broma en la que
caemos sin darnos cuenta, es una cárcel. Una puede vencer el tiempo si quiere
aunque a veces lo olvide. 
Sí. La memoria es
como una puerta para volver a vivir, es como una forma de vencer ese tiempo
tirano que va de minuto en minuto, como si fuera una raya. Cuando una se
acuerda de otros, revive cosas, abre puertas, bebe, se nutre de nuevo. Quizá es
una forma en que Él nos compensa por todo el dolor que a veces puede ser la
vida: recordar, tener esperanza, volver al infinito, como el agua vuelve al
mar. Los recuerdos son también como el agua que necesitamos para vivir y a
través de ellos vencemos al tiempo. Podemos tomarlos de la jarrita en la que
están, la memoria, como ahora se hace al recordar, al revivir, y servirlos para
poder beberlos. Así, los minutos se transforman en un agua que nos servimos
para saciarnos y, al saciarnos, al vivir en otros y tener vivos a otros en
nosotros, la muerte no existe, somos pura eternidad. Los minutos se vierten
como el agua, porque somos ríos. Al final, sólo queda la sustancia, somos como
el agua que toma forma en el vaso.”
 
 
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