lunes, 4 de marzo de 2013

Monólogo de una abuela



Recuerdo que mi abuela solía hacerme “taquitos con sal”, después de haber ido por las tortillas, minutos antes de que la comida estuviera lista, recuerdo el sonido de la olla, y el calor de la cocina. Hoy comparto un texto de “Marina Botelo” un monólogo un texto de la eternidad, de los recuerdos.

Enrique Burgot


“¡Cómo pasa el tiempo en la ausencia! Sí, cuando deseamos que vengan, que nos regalen minutos de su atención, que nos cuenten cómo están; que compartan con nosotros esas vidas que inician, que se van formando; que nos regalen parte de su vida para alimentar la nuestra, sólo con palabras, sólo con compañía. Cuando uno es viejo el tiempo pasa más lento, las horas se nos van poco a poco, como a paso de tortuga. Y es lógico, es que la prisa por vivir se ha acabado,  ya no le vienen a una los días uno sobre otro como si no pudiera pararlos. A cierta edad, el tiempo deja de ser lo que ha sido siempre: una cosa después de la otra, un minuto tras el otro. Si se vive así, una nomás piensa en la muerte, se queda una parada mientras ve el tiempo correr y así no hay de otra: se nace pa’ morirse.


Se desea verlos para amarlos, para llenarse una del amor de ellos. Así, al menos si se muere una hoy no se habrá muerto sin verlos, aunque sean ratitos. Es que, a veces, le da a una por creer que no se morirá si al menos la recuerdan, si la tienen presente aunque sea para echarse de vez en cuando una cubita a su salud. Porque una no se muere del todo gracias a los hijos y más gracias a los nietos. Los hijos, como quiera, una los tiene más cerquita, los ama y los cría, pero no se da cuenta de que la vida va más allá sino hasta que llegan los nietos, sino hasta que mira a los hijos de sus hijos y entonces sí, una comprende que, de alguna forma, una misma está yendo más allá, como que no se muere del todo, porque mientras sea recordada, mientras uno de los suyos viva, hay esperanza y la muerte se habrá calmado, aunque sea un poquito.


Se vive de recuerdos, pero más que eso, se vive de esperanza. Una no viviría si no fuera por eso, porque no es una plantita o un animalito nomás pa’ alimentarse y vivir, se vive porque se siente. Y esos, esos que están allí quietecitos en las fotos, todos esos que ya no están, siguen estando, los tiene una consigo a diario, en el silencio; cada vez que una quiera, nomás porque todavía se acuerda, porque es parte de ellos, porque están en una como, también, una está en los que todavía viven. Todo lo que se ha vivido, lo que se ha visto y lo que se ha sentido, sigue estando con una cuando quiera, si quiere, nomás porque se acuerda y, aunque no se acuerde, porque lo lleva en el alma. ¡Pero qué dura es la soledad, la ausencia!


Vivir, ¿qué es vivir’, ¿qué morir? El cuerpo se nos pudre, igual que se pudren las frutas, como esa manzana, ahí, arrugada y viejita, así se nos va muriendo el cuerpo, a veces ni los pensamientos se salvan, esos también se pudren, como las flores en los floreros de los panteones. Una de pronto es una persona y luego ya no se acuerda muy bien qué tiene que hacer, pero aunque no sepa eso, en el alma a una se le quedan las emociones, se le graban allí, como esos dibujos que se hacen en la piel y ya no se quitan.


A una le gusta pensar en el alma, en que vivir la vida y dar forma al alma es como hacer figuritas con lodo: una toma un poco de lo que hay pero decide siempre qué forma le va a dar, aunque no se dé cuenta, aunque nomás se deje llevar, siempre decide. El amor, la esperanza… lo bonito que le ha tocado a una vivir la hace ser quien es. Y los rencores también, el dolor. Sí, el alma se moldea con lo que una siente muy profundo. Eso sí, hay que elegir muy bien qué forma quiere darle una a su alma, hasta qué material; si va a agarrar tantita de la tierra buena, de esa suavecita que se moldea bonito en las manos, o de esa llena de piedras que le da formas muy raras y no tan bonitas a lo que moldea. Las emociones son nuestra materia, cómo las sentimos es lo que nos da forma: el dolor, el amor, sentir te hace ser.


A veces quisiera volver el tiempo atrás, volver a cargar a los hijos, volver a ver a los que se ha amado. Pero se tienen, se tienen a pesar de todo, porque ellos son una y una está en ellos, aunque hoy sólo abrume la ausencia. Esos ratos en que una los ve, o en que se llena de esperanza sabiendo que sea como sea están con una, el tiempo se detiene. Días así hacen que una se dé cuenta de que el tiempo no va minuto a minuto, que se puede vencerlo, que se puede ir más allá. El tiempo que va de minutito en minutito es como un espejismo, es como una broma en la que caemos sin darnos cuenta, es una cárcel. Una puede vencer el tiempo si quiere aunque a veces lo olvide.


Sí. La memoria es como una puerta para volver a vivir, es como una forma de vencer ese tiempo tirano que va de minuto en minuto, como si fuera una raya. Cuando una se acuerda de otros, revive cosas, abre puertas, bebe, se nutre de nuevo. Quizá es una forma en que Él nos compensa por todo el dolor que a veces puede ser la vida: recordar, tener esperanza, volver al infinito, como el agua vuelve al mar. Los recuerdos son también como el agua que necesitamos para vivir y a través de ellos vencemos al tiempo. Podemos tomarlos de la jarrita en la que están, la memoria, como ahora se hace al recordar, al revivir, y servirlos para poder beberlos. Así, los minutos se transforman en un agua que nos servimos para saciarnos y, al saciarnos, al vivir en otros y tener vivos a otros en nosotros, la muerte no existe, somos pura eternidad. Los minutos se vierten como el agua, porque somos ríos. Al final, sólo queda la sustancia, somos como el agua que toma forma en el vaso.”

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