viernes, 19 de abril de 2013

Reflexiones



por era-del-Ser.

Es mucho lo que hay que pensar sobre nuestra condición ciudadana. México no es un caso único, pero las particularidades que aquí determinan la lucha social han servido para evitar la evolución de la condición de nuestro pueblo. En doscientos años de vida como nación independiente las condiciones en las que sobrevive una buena parte de los mexicanos no ha cambiado en casi nada, y lo peor es que dicha situación no muestra visos de mejoría. Es cierto que México cuenta ahora con ámbitos urbanos que pueden darnos la engañosa apariencia de progreso y superación. Es cierto que existen ciudades modernas con espacios y servicios modernos y cómodos. Es cierto que ahora contamos con internet, con telefonía celular, con televisión de paga, con escuelas en donde se puede obtener una educación bastante buena. Es cierto que existen servicios médicos que ofrecen solucionar casi cualquier problema de salud y acceso a medicamentos de nivel mundial. Pero también es cierto que únicamente una muy reducida parte de la población mexicana puede acceder a ese México para privilegiados. Es cierto que gran parte de la población mexicana se enfrenta con problemas cotidianos para conseguir su alimentación, para su educación y para su salud, problemas que parecen provenir de la misma era de la Colonia.

Así, en México, los progresos de unos cuantos privilegiados sólo han servido para incrementar la dolorosa brecha entre las clases ricas y el resto de la población. La mayoría de nosotros, si nos viéramos en la necesidad de enfrentar una emergencia médica, tendríamos que sujetarnos a los rigores y angustias típicas de la burocracia de las instituciones de la medicina social (IMSS, ISSSTE, Seguro Popular…). Si nos viéramos en una emergencia económica la gran mayoría de nosotros seríamos presa fácil de las empresas de la usura (Prendamex, Dinero Fácil, Caja Libertad,…) que a últimas fechas se han incrementado como una plaga dentro de nuestros espacios cotidianos. ¿Cuántas de éstas han aparecido cerca de tu casa, en tu colonia, en tu barrio?; casas que ofrecen préstamos fáciles y que terminan apoderándose de los escasos bienes de los necesitados que caen en sus garras. Y ya ni pensar en ingresar en una de esas instituciones de educación para privilegiados en donde el monto de una colegiatura serviría para alimentar a una familia completa durante meses.

Nuestro país es la tierra de los abismos. Nuestro país es el lugar de los desencuentros. Hasta en la tragedia hay diferencias: no es lo mismo que maten a 50 o 60 mexicanos jodidos que terminan en la fosa común y, peor aún, con el estigma de “delincuente” (séalo o no) y por lo tanto las autoridades  ya ni se interesan en investigarlos, a que maten al hijo de un político corrupto, de un poeta del clero o de algún empresario deshonesto, a esos muertos nadie los tachará de “delincuentes” y sus asesinos serán encontrados a como dé lugar.

¿Quién es el responsable de nuestras desgracias, el gobierno, el PRI, la maestra Gordillo, el clero, Televisa, los gringos? ¿Es posible someter a una población de más de cien millones de seres humanos a los caprichos de un pequeñísimo grupo de privilegiados? ¿Qué pasaría si mañana todos los mexicanos cancelamos nuestro contrato con TELMEX y no lo renovamos hasta que nos ofrezca los servicios que merecemos? ¿Qué pasaría si todos los mexicanos dejamos de comprar carne hasta que nos la vendan con la calidad que merecemos y al precio justo? ¿O el huevo? ¿Qué pasaría si dejáramos de usar el transporte público hasta que los concesionarios nos ofrecieran el servicio con la calidad a la que tenemos derecho? ¿O canceláramos nuestro servicio de televisión de paga hasta que los contenidos que ofrecen sean mejorados? ¿Cuántos mexicanos lo haríamos? ¿100, 1000, 10000, 100000, 1 millón? ¿Por qué no TODOS?

En su libro Juárez de carne y hueso Armando Ayala hace decir a Ignacio Comonfort, en una discusión con Melchor Ocampo acerca de cómo lograr el desarrollo de una sociedad libre en México: “Usted quiere cambios como en la revolución francesa […] pero debo recordarle que el Francia fue el pueblo el que impuso los cambios y en México el pueblo no es revolucionario […] En México habría que luchar no sólo contra las clases privilegiadas sino también contra el pueblo que las defendería”.

También Mariano Azuela, en esa maravillosa estampa de la revolución mexicana que es su novela Los de abajo, vislumbra el problema y pone en boca de Alberto Solís, un soldado filósofo y poeta de las huestes de Natera, durante la batalla de la toma de Zacatecas: “Lástima que lo que falta no sea igual. Hay que esperar un poco. A que no haya combatientes, a que no se oigan más disparos que los de las turbas entregadas a las delicias del saqueo; a que resplandezca diáfana, como una gota de agua, la psicología de nuestra raza, condensada en dos palabras: ¡robar, matar! ... ¡Qué chasco, amigo mío, si los que venimos a ofrecer todo nuestro entusiasmo, nuestra misma vida por derribar a un miserable asesino, resultásemos los obreros de un enorme pedestal donde pudieran levantarse cien o doscientos mil monstruos de la misma especie! ... ¡Pueblo sin ideales, pueblo de tiranos! ... ¡Lástima de sangre!”.

Y ahora, querido lector, lo dejo con sus propias cavilaciones. Nos vemos la próxima semana.

¿Qué tal durmió FCH?

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