lunes, 20 de mayo de 2013

Una vía de escape

Hace algunas semanas se cumplió un año de la visita de Enrique Peña Nieto, aún como candidato presidencial, a las instalaciones de la Universidad Iberoamericana y, tras esta visita, del surgimiento del movimiento #YoSoy132. ¿Qué balance hacemos los mexicanos de este hecho? Durante los días siguientes al aniversario, los comentarios en redes sociales no se hicieron esperar. Especialistas hablaban sobre lo que fue y no fue el mentado movimiento, mientras los ciudadanos de a pie daban rienda suelta a sus fobias, taras y traumas reviviendo ese hashtag 

Uno de los análisis más interesantes que pude leer al respecto, fue el hecho por Carlos Retes en su blog Reporte Retes: “#YoSoy132 y la infiltración neoliberal”, en donde expone las razones que, tras su investigación, tiene para pensar que el movimiento fue desarticulado desde las más altas esferas del priismo y los clanes neoliberales.  
El movimiento fue un halo de esperanza, fue un oasis en medio de la oscuridad que desde entonces se cernía sobre nuestra vida política. Que se convirtiera en un movimiento lo suficientemente bien articulado como para evitar la llegada al poder del priisimo, quizá nunca fue su destino. No, el movimiento no tuvo como fin generar una nueva propuesta política, su fin era ciudadano, su finalidad era despertar a los ciudadanos y hacer un llamado de atención a la clase política para que mirara a sus ciudadanos y les diera lo que verdaderamente necesitaban o, por lo menos, que dejara de darles lo que hasta ese momento había dado. Los pueblos rara vez saben lo que quieren, pero saben bien lo que no quieren y cuando son capaces de expresarlo toca a sus servidores públicos darles lo que necesitan. Esos momentos de inconformidad y de despertar son perfectos para que nuevas figuras aprovechen la oportunidad y comiencen a trazar un nuevo horizonte. Así, la Revolución Mexicana no nació porque Madero llamara a los mexicanos a liberarse del yugo porfirista, Madero fue capaz de dar respuesta a una necesidad social que muchos años antes de él mismo comenzaba a gestarse, un reclamo general que sirvió para alimentar un movimiento que puso fin a una era y dio paso a otra.  

Así pues, el eterno reclamo que los medios de comunicación, algunos líderes de opinión y la sociedad que les hizo eco, hacían hacia el #YoSoy132 para que generara propuestas y se decidiera a dar el paso del reclamo a la acción era infundado. ¿Por qué? Simple: porque los 131 estudiantes que dieron la cara en un video para hacerle saber a Pedro Joaquín Coldwell que ellos no eran ningunos porros y que su reclamo en las instalaciones de su universidad, era un reclamo legítimo, no escudado en ningún movimiento político y, por tanto, ciudadano. Esa era la finalidad de un fenómeno que rápidamente se viralizó no sólo en México, sino alrededor del mundo. Muchos ciudadanos nos vimos reflejados en esos mismos estudiantes a quienes llamaban porros y decidimos apoyar su reclamo. Muchos enarbolamos esa bandera que decía basta a la comunicación deficiente, a la manipulación de masas y a una clase política que no sólo estaba de vuelta, sino que lo hacía con las mismas prácticas de siempre. Y al interior, cuando el movimiento comenzó a extenderse a otras casas de estudio, la incapacidad de sus líderes para darle forma como una propuesta política llevó al fracaso al movimiento. Pero, ¿verdaderamente fracasó el #YoSoy132? ¡Claro que no! El movimiento nunca fue una propuesta política, era un reclamo, un reclamo que debía servir a toda la ciudadanía para despertar, para exigir un proceso no sólo legal, sino legítimo. Ese era el verdadero sentido del movimiento.  

Por una parte, a los ciudadanos nos competía hacer lo que estuviera a nuestro alcance para impedir que el PRI llegara al poder si no queríamos que así sucediera: apoyando otras propuestas políticas, dando a conocer a quienes teníamos cerca la otra cara de las cosas, exigiendo a nuestros candidatos que dieran solución a las demandas de toda la ciudadanía. A los políticos les correspondía escuchar esos reclamos, tratar de darles solución y generar ellos las propuestas necesarias para emprender un nuevo modelo político. ¿Por qué los ciudadanos debían hacer ese trabajo? Se supone que los servidores públicos sirven a los ciudadanos, ¿no es así? Si yo busco ganar un cliente, lo menos que puedo hacer es escucharlo. Entonces, ¿por qué el #YoSoy132 que era un gran reclamo, maginificado y a gran escala, debía generar también las propuestas? Si EPN verdaderamente hubiera tenido una intención renovadora, habría abierto una mesa de diálogo con los estudiantes, en lugar de esconderse en el baño y después mandar a todas sus huestes a desacreditar el reclamo. Por desgracia, el momento en que el movimiento fue trasladado a la discusión mediática, visiblemente contaminada por la fuerza mercadológica del PRI, comenzó a perder fuerza. No había lugar para voceros, no podía haber uno sólo que dijera qué necesitaban todos, porque esos chicos ya lo habían expresado con suficiente contundencia: no al mismo PRI de regreso, no a la manipulación de la información, no a la ciudadanía manipulada.  ¿Qué legitimidad tenía un personaje como Atolini para ser un vocero? ¿Cómo podía él solo decir lo que todos los ciudadanos, todos los estudiantes querían? Hacía falta que el PRI escuchara al menos las voces que ignoró en la Ibero, que escuchara verdaderamente lo que los ciudadanos necesitaban. 
En cambio, en lugar de haber hecho eso: investigar, escuchar, analizar, el PRI prefirió el trabajo más difícil: articular toda una estrategia para nulificar el #YoSoy132 y pararlo, convirtiendo así en porros, acarreados, manipulados, pejezombies y golpistas a todos aquellos que apoyaran mínimamente al movimiento. Andrés Manuel López Obrador se transformó en el iniciador del mal y el #YoSoy132 en el nombre de la pandemia. ¿Será que los mexicanos que con tanto odio hoy usan uno y otro nombre para referirse a la escoria, al mal, a lo indeseable, han sido infectados con un virus más poderoso?  

Perdimos una gran oportunidad con el #YoSoy132, pero el movimiento en realidad nunca fue vencido, sembró en las conciencias de muchos una semilla de deseo, de esperanza y sirvió para hacernos saber que no todo estaba perdido, pues en el país aún hay conciencias despiertas y no son pocas. Toca, en los próximos meses, a esas conciencias dar cauce a un mejor país, a un mejor México.  

Damiana.

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