sábado, 7 de julio de 2012

Aquí y ahora

A pocos días de la jornada electoral, ante la evidencia de un proceso electoral plagado de “anomalías”, abundan los análisis hechos a la ligera: “la compra de votos no debería ser un delito, la gente decidió votar el PRI, no importa como haya sido, respeten el libre albedrío”, “dejen de pelear, acepten que perdieron, la mayoría del país decidió que Enrique Peña Nieto fuera el próximo Presidente de la República”, “la democracia es como un partido de futbol, a veces se gana, a veces se pierde”
            Vamos por partes. ¿Libre albedrío? Yo no desprecio a quienes vendieron su voto desde el sentido de inmediatez que imprime a la vida la más absoluta de las miserias. Cuando se es pobre, el día que cuenta es el que se está viviendo, no hay proyecto ni al más corto de los plazos posibles porque no se sabe si mañana habrá algo de comer, porque cada mañana inicia, otra vez, la búsqueda por sobrevivir. Por eso es que lo que está tipificado como delito no es la venta de su voto, sino la compra del mismo y son ellos, los que aprovechan las condiciones de pobreza los que resultan despreciables, aunque más despreciables son quienes justifican dicha práctica. Sin embargo, al final, más allá de los argumentos que podrían enarbolarse a favor o en contra, la compra de votos es un delito y eso suficiente para que sea nuestro deber exigir que se sancione.
            ¿La mayoría del país? Aún suponiendo que Enrique Peña Nieto hubiera ganado en las urnas (más allá de los métodos de coerción y manipulación para obtener votos a su favor), quienes estarían “decidiendo” el futuro del país suman un porcentaje minoritario de la población; si sumamos a quienes votamos por los otros candidatos, a quienes anularon su voto, a quienes no pudieron votar (otra de esas “anomalías”) y a quienes no quisieron hacerlo por diversas circunstancias, el resultado es que casi el 70% de los mexicanos no apoyan el “triunfo” del candidato priísta. Al 30%  que estaría a “su favor”, además, habría que restarle cuando menos un tercio, aquellos que vendieron su voto y que, aquí y ahora, pasado el día de las votaciones, demuestran que, si bien no han sido críticos, tampoco serán leales; ese es el problema de intentar comprar lo que no está en venta.
            ¿Futbol?  Si la democracia fuera como un partido de futbol, en México el árbitro está vendido, el equipo contrario ha cometido todas las faltas posibles y sus fanáticos nos golpean en nombre de la paz. En México sufrimos el mal de la inmediatez, no sólo los pobres, también las clases medias; tenemos una capacidad extraordinaria para mantenernos en el aquí y el ahora, olvidando en cuestión de días el pasado y sin pensar en el futuro más cercano. El más destacado budista podría envidiarnos, sino fuera porque nuestro nulo sentido de vida poco tiene que ver con elevadas pasiones espirituales. No, lo nuestro es una mezcla mortal de desidia, ingenuidad optimista esculpida a fuerza de libros de autoayuda, corrupción y miseria en el más amplio sentido de la palabra. No son quienes nos llaman a sumarnos a su apatía en nombre de una “prudencia” mal entendida los que lograrán la paz, somos nosotros, los que luchamos, quienes la vamos construyendo porque no hay paz sin justicia y no hay justicia sin dignidad.
                       
La Milagrosa

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