Han pasado tantos años que las imágenes confunden la memoria, recuerdos frágiles que como cuadros congelados de una película me permiten hilvanar mi primera experiencia con la represión, tenía sólo 11 años de edad y obviamente desconocía su significado, pero lo que vi y viví quedó marcado en mis recuerdos.
Nunca pensé que esa experiencia, por distintas causas se iba a repetir a lo largo de toda mi vida, misma que ha transcurrido en Ciudad de México. En esa época era costumbre ir al Centro para comprarnos ropa, ahí estaban los grandes almacenes como el Palacio de Hierro, La Francia Marítima, el Puerto de Veracruz, el Centro Mercantil y varios más.
No podría haber escogido peor día mi madre para comprarme zapatos, por lo visto, no estaba al tanto de lo que esa tarde iba a suceder en la Alameda, íbamos a una zapatería que se encontraba en Avenida Juárez frente a la Alameda Central para comprarme unos choclos, extraño nombre para unos zapatos, había algo extraño en el ambiente, la gente caminaba nerviosa y en un momento mi madre me toma la mano con firmeza y apresura el paso, al llegar a la Avenida Juárez vimos frente a Bellas Artes y San Juan de Letrán (hoy eje Lázaro Cárdenas) a granaderos y policía montada.
Presurosos entramos a la zapatería y el dueño, lo recuerdo bien, canoso y con tirantes le dice: pase pase, señora ; ella le dice rápido que necesitaba unos choclos para mi, entre platicar con él y la empleada en buscar número y color en la bodega, afuera se escuchaba un rumor extraño que va creciendo en volumen, la empleada llega con el calzado y me prueba uno a ver cómo me quedaba, mientras tanto el alboroto aumentaba y curioso me asomo a ver qué pasaba.
A la izquierda a la altura del Hemiciclo a Juárez estaba una multitud gritando y con pancartas, alzaban el puño coreando frases al unísono y en algún momento se oye una corneta que los montados a caballo obedecen, parecía una escena de una película y no de algo real, mi madre me jala del brazo y me mete en la zapatería mientras el dueño y las empleadas bajan la cortina de metal pero que permite ver hacia afuera por los barrotes transversales, en ese momento la Policía Montada carga a galope y con los sables al aire se van contra los manifestantes.
La imagen se me grabó: la carga de caballería y una mujer humilde con un niño en brazos , veo aterrorizado como ante el golpe del sable, la señora con todo y niño cae al suelo, todo es confusión, gritos, más órdenes y los granaderos corriendo y golpeando a los manifestantes, empieza a entrar un olor desagradable e irritante y dice el señor de tirantes que son bombas lacrimógenas, en ese momento el dueño nos pasa a la bodega de la zapatería y cierra la puerta, adentro estábamos las empleadas, mi madre y yo.
Yo tan sólo miraba a las mujeres llorando, temblando y rezando y al mismo tiempo estaba fascinado por estar dentro la bodega de la zapatería llena de anaqueles y cientos de cajas y no me explicaba cómo encontraban los zapatos con sólo ver las cajas. No sé cuánto tiempo permanecimos en la bodega con mi madre abrazándome, una de las empleadas moja un trapo y nos los da para cubrirnos la cara.
El dueño abre la puerta y nos dice casi gritando que saliéramos rápido. Afuera todo es confusión y gritos, las corretizas de los granaderos empujan a la multitud hacia Reforma, corriendo para el otro lado nos fuimos a tomar el tranvía, de ésos que hace décadas desaparecieron del paisaje urbano de la ciudad, el trayecto es largo para poder abordarlo y ambos estábamos agotados de caminar y correr, y con los ojos irritados.
Ya rumbo a casa sentados en el tranvía mi madre exclama: ¡Ay hijo tú zapato! Hasta entonces me di cuenta que traía el zapato nuevo que me estaba probando y el viejo con el que llegué. Hasta aquí podría ser una crónica en alguna ciudad de este mundo, pero no; Fue Aquí, en estas calles por las que han pisado, caminado y corrido, cientos, miles, millones de personas en un enorme y prolongado grito inútil; y escribo inútil pues lo que se ha logrado con esas marchas y manifestaciones ha sido bien poco: no hemos tirado a ningún Presidente, ni a ningún Secretario de Estado, vamos, ni a un Jefe de la Policía o a un director o jefe de departamento alguno, a nadie pues.
Digamos que lo que ha sido claro es la represión permanente de los distintos gobiernos del único partido que detentó el poder por más de 70 años: el Partido Revolucionario Institucional.
Muchos años después le pregunté a mi madre sobre ese suceso y sorprendida me contestó: ¿Te acuerdas todavía? Decidí entonces buscar lo que aconteció en esa fecha y mi sorpresa fue mayúscula porque en realidad si fue real lo arriba escrito. Tan sólo transcribo lo poco que encontré, en la prensa fue casi inexistente lo que aconteció ese lunes 8 de julio de 1952.
Los hechos arriba narrados sucedieron en las elecciones presidenciales cuando compitieron Adolfo Ruiz Cortines candidato del PRI, Miguel Henríquez Guzmán por la Federación de Partidos del Pueblo (FPP), Vicente Lombardo Toledano por el Partido Popular y Efraín González Luna por el PAN.
Los siguientes párrafos son transcripciones de Tragicomedia Mexicana 1 de José Agustín, Editorial Planeta/1990, pág. 114.
Como de costumbre, todo estaba preparado para que Ruiz Cortines y el PRI resultaran ganadores “en cualquier circunstancia”. Al final de la jornada el PRI proclamó su victoria casi absoluta. La FPP denunció que había tenido lugar un gran fraude electoral.
Al día siguiente los Henriquistas llevaron a cabo un gran mitin en la Alameda Central para festejar su victoria. A éste concurrieron cívicamente la policía y el ejército que reprimieron con brutalidad a los opositores. Golpearon a todos, hubo varios muertos, decenas de heridos y se arrestó a 500 manifestantes. La prensa como era usual, no informó nada de esto.
Todo aconteció en el sexenio de Miguel Alemán considerado como uno de los más corruptos y el PRI ganó con el 74.31 % de los votos.
Raúl.
Raúl.
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