Ha pasado una semana desde que nuestro enojo no pudo reprimirse más dentro de nuestras entrañas, y nos pusimos manos a la obra a sacar toda la hiel que traíamos encajada. En este tiempo, tanto y tan poco, nos hemos permitido llorar de rabia, salir a las calles a protestar, pelearnos con el vecino que sí voto por Peña Nieto, desesperarnos ante los medios de desinformación que amanecen, comen y duermen Peña, en un afán mostrenco y kafkiano por legitimar esta ridiculez de elecciones, y en fin, hemos hecho mucho, capitalizando a veces el dolor y otras dejándolo libre que ande por allí.
La marcha del sábado, pienso, es una cosa refrescante, ha insuflado ánimo y valor a la lucha, ha reordenado el tablero del ajedrez de este país que en lo legal es democrático pero en la práctica mucho dista de eso. En esa marcha pacífica, concurridísima, plural, que además se ha llevado a cabo en muchos estados del país, nos hemos hermanado, diferencias aparte, para salir a reafirmar que estamos en pie de lucha…, y en pie de lucha seguiremos. Tenemos aliento para rato independientemente de López Obrador o de que en las televisoras no pase nada.
Han sido un escándalo las tarjetas de Soriana, y recientemente se presume en EUA que el PRI mandó a imprimir un bonche de miles de boletas electorales; a no ser que es un partido político tan considerado y ahorrativo, que no quería que el IFE gastara en sus votos, ello es una prueba más del cochinero que ha sido la jornada electoral. Es tan obvio el juego de la derecha: mientras el movimiento de resistencia social trata de anular los resultados del pasado domingo, las televisoras los validan y legitiman, y PRI y PAN pasan las reformas energética, laboral, entre otras, con costo político para el PAN que “ya se va”.
Es un juego cruel y maquiavélico como el de un adulto que le quita un dulce a un niño y luego lo esconde, provoca al niño mostrando el dulce a ratos, y simplemente se burla de él en su cara. Luego, si bien ese poder dictatorial y cínico concibe al pueblo como a ese niño, jugando a la democracia desfachatadamente violada, e ignora a las masas cuando sale a manifestarse, tachando su arrojo, inconformidad, organización y fuerza, de berrinches; si además minimiza el número de inconformes, y televisa la boda de un cómico como evento de relevancia nacional en vez de informar sobre el verdadero estado del país, si el poder juega a que juega a la democracia, ¿qué podemos hacer los de a pie, los que no tenemos una televisora o millones de pesos para comprar poder?
Nosotros, señores, podemos simplemente hacer que nuestra dignidad y memoria sean tan grandes, que esto trascienda más allá de todo, más allá del proceso electoral y de las preferencias políticas. México no está dormido. Leí recientemente un artículo en La Jornada que hablaba de que en cualquier otro país Peña hubiera quedado fuera de la contienda, políticamente acabado, desde hace mucho, desde que no supo explicar la muerte de su esposa, por ejemplo, o desde que fue incapaz de dar esclarecimiento al caso de la niña Paulette, o ya dentro de la contienda, cuando se le nublaron los sesos sin poder mencionar tres libros que marcaron su vida —nada menos que la de un contendiente a la presidencia de un enorme país con problemas de gran envergadura—, o bien qué tal lo que salió a decir la hija, y las declaraciones duras pero sensatas de Carlos Fuentes. En cambio, el hombre pareció ser premiado por las preferencias del pueblo, porque las casas encuestadoras —otro gravísimo caso— simplemente lo subían e inflaban veinte puntos arriba del contendiente más cercano.
Lo que sucede es que los medios lo venden tan bien, que no se percataron —o no quisieron— de que efectivamente México no estaba nada de acuerdo con ese candidato, y tan esa así que mientras las preferencias estaban todas con Peña en las encuestas, miles de protestantes eran ignorados en las calles. André Bretón decía que nuestro México era nada menos que el país del surrealismo, se puede constatar en la Tragicomedia Mexicana de José Agustín, y miren que el artista no se equivocaba…
Yo no sé ustedes, pueblo, pero yo no pienso mantenerme impasible nunca más. Voy a levantar la cara con toda mi dignidad cívica y que las cosas lleguen hasta donde tengan que llegar. Mientras, los invito a unirse a las marchas y a leer los periódicos constantemente, los invito a educarse políticamente y a alfabetizar a otros, los invito a contribuir al nacimiento de la conciencia social, que toda persona sea capaz de exigir sus derechos, de comprender el discurso, sin importar su condición social o escolaridad.
Des Consuelo.
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