martes, 10 de julio de 2012


Llueve en México

Persistir, mantenerse en pie, seguir luchando. ¿Por qué?, ¿cuál es nuestra lucha? Las preguntas son un desesperado intento por conservar lo poco que queda de cordura, por no caer en ese juego de negación que, parece, ha sido orquestado de forma majestuosa y maquiavélica para hacernos olvidar pronto a todos, para que el mexicano de siempre, aguantador, tolerante y agachado, aflore. Como dice un buen amigo, lograr que una mentira se convierta en realidad es factible, hay que hacerla del dominio público, luego legitimarla a toda costa, creando un clima propicio para ello, mostrando así que es posible. La gran mentira que hoy vemos convertida en realidad es producto de años de esfuerzo, de un trabajo decidido, de un trabajo que incluye la conjunción de un sinnúmero de factores. ¿Se habrán dado cuenta todos los que participan en dicho trabajo, que cuesta más trabajo imponerse que hacer bien las cosas?, ¿que la legitimidad es más fuerte y más profunda cuando se gana con verdad?

          México hoy busca respuestas, se debate entre quedarse tranquilo 6 años más, temeroso de perder su tan protegida “estabilidad” o hacer algo, ir de una buena vez por todas y armar una revolución. Sí, un cambio que rompa con el paradigma que nos rige y nos permita comenzar a construir algo nuevo, un cambio que no necesariamente implica tomar un fusil ¿quién ha dicho eso?. Aunque, si fuese necesario, ¿no es verdad que así se fundaron los pueblos, que así se ganaron muchas grandes batallas? Defender la patria, la familia, el honor, eso, el honor, bien valen una revolución. Como dice el dicho: “el valiente vive hasta que el cobarde quiere”.

          Pero no se preocupe usted, querido lector, no planeamos un levantamiento armado. Al menos, no del tipo que usted se imagina. Nadie tiene planeado ir a su casa para saquearla, violar a sus mujeres o a usted y sembrar el dolor que a nosotros nos carcome entre los suyos. El plan, hasta ahora, es mucho más simple y a la vez más profundo, más ambicioso y también más comprometido: ganar conciencias, cambiar el mundo.

          El arte nos revela muchísimos sentimientos colectivos escondidos, es una forma de medir algo que ninguna encuesta puede darnos: el estado emocional de la humanidad, la temperatura de una época determinada, sus colores, sus formas. Hace poco me preguntaba por qué se habían vuelto tan famosos los relatos y también las películas de zombies. A riesgo de parecer fanática, exagerada o histérica, me atrevo a decir que me siento en una película de horror, rodeada de zombies que amenazan con comerse mi cerebro, mi voluntad, y hacerme parte de una horda insensible y estúpida, controlada por impulsos básicos, que consume inmoderadamente lo que se le ponga en frente. En fin, no es mi intención asustarlo, estimado lector, mucho menos aburrirlo y, por supuesto, de ningún modo ofenderlo.

          Esto es sólo un ejemplo, una metáfora simplona, si así lo decide. Una metáfora sirve para explicar cosas, pero jamás a riesgo de terminar fundando cultos opresores e intolerantes debe tomarse como cierta y mucho menos seguirse al pie de la letra. Hay que recordar que lo que nos hace humanos es ejercer nuestra capacidad de interpretar. Bajo ningún motivo considero que la gente que no piensa como yo sea estúpida o actúe como un zombie, eso cada quien deberá decidirlo, a mí no me toca. Quizá, en algún arrebato de dolor, de furia y de tristeza, haya sido capaz de insultar a quien no piensa como yo, y hasta de ser agresiva se requiere ser un poco intolerante para defender lo que uno quiere, las convicciones que a fuerza de análisis y esperanza ha ganado, si no, ¿cómo?, pero sepa usted que me arrepiento profundamente si ofendí u ofendo en lo personal a alguien, nunca fue mi intención.

          El problema, el verdadero problema nos es que hayamos conciencias infalibles que deban salvar a la humanidad y tampoco conciencias estúpidas y enfermas, sumidas en la miseria. Simplemente hay demasiada ignorancia, demasiado desconocimiento personal. Unos ignoran que “el lado oscuro de la fuerza” por usar una expresión que es ya del dominio público, representa, a largo plazo, un trabajo mucho más difícil y más duro que hacer las cosas bien desde el principio, porque “quien obra bien, bien le va” y labra un camino que en el futuro le dará sus frutos y le permitirá gozar con tranquilidad de éstos; quien roba, vive permanentemente vigilante; quien saquea debe imponer a la fuerza su tiranía, a riesgo de perder un día lo que no ha sabido ganar. Otros ignoran que el país no sólo son telenovelas o programas de comedia y chistes simplones, y que el país, México, tiene mucho más qué ofrecer y qué aprender; otros ignoran cómo acercarse a quienes no han querido escucharlos; otros, muchos, ignoramos cómo hacer para expandir nuestro círculo de influencia, cómo hacer para cambiar lo que no nos gusta.

          Hoy yo, con toda humildad, acepto que no sé qué debamos hacer. De repente, como ahora, la escritura me trae atisbos del camino que debo seguir, pero no siempre tengo esa certeza. Sé que algo está mal, a pesar de que las “instituciones” del país demuestren, a fuerza de lo que sea, que las cosas están en orden y que la elección, que a una gran mayoría nos ha dejado con la sensación de ser violados, no es legítima. A pesar de que grandes mentes y talentos del país pugnen por dar continuidad a un proyecto, por seguir adelante y trabajar en uno mismo. Yo, desde mi humilde postura, como ciudadana, lejos de la información tergiversada y manipulada, y como parte de un conglomerado social determinado, siento que nada está bien, que nos debemos un profundo análisis de conciencia, que no podemos permitir que las cosas sigan como hasta ahora, que no podemos dejarnos guiar por lo que dicen los medios, por lo que esas instituciones nos marcan. Hoy yo siento que hay que ser profundamente sinceros con nosotros mismos y creo, desde mi muy personal análisis de conciencia, que es necesario comprometernos más allá del bienestar a corto plazo, que debemos apostar por todo aquello que rinde frutos para la posteridad. Hoy siento que nos debemos el honor. Mi corazón, que quizá es muy poco, me lo dice porque hoy, quiero abrir los ojos a una realidad que vaya acorde con mi mundo interior.

Damiana

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