martes, 24 de julio de 2012

La dignidad del sueño democrático


El sábado vi un documental sobre Grecia. Me dejó impresionada, simplemente no podía despegarme de la televisión —Sí, esa “bestia insidiosa” de Bradbury—. Por lo general, me maravilla la historia, pero no hay historia que me maraville más que la griega, la romana o la del mundo occidental moderno. En fin, ayer, lo que más impresión me causó de todo eso que vi, fue el tema de la democracia y por eso lo traigo a colación hoy, porque tiene todo qué ver con lo que hemos estado platicando. Pues bien, los griegos la concibieron y fueron ellos quienes asentaron en mayor o menor medida lo que somos. Eso lo sabemos casi todos, como también sabemos que los aztecas, nuestros antepasados, estuvieron irremediablemente enamorados de su tlatoani y que no concibieron otra forma de gobierno que no fuera el poder despótico y absoluto. Hoy, querido lector, lo invito a pensar en la democracia y nuestra historia.
Para empezar, la democracia es la “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno” (RAE). Los griegos fundaron su democracia de acuerdo a la obra filosófica de personas como Sócrates y Platón. Sobre Platón, sabemos muchas cosas, pues nos dejó su pensamiento plasmado en obras como La República. Aquí un dato interesante:
El gobernante aun si no es perfecto, habrá de tomar medidas contrarias a sus intereses propios. De hecho así sucede en la experiencia. Sí así lo hace el gobernante ello significa que no está determinado por sus intereses particulares tan sólo. El que gobierna mira, más que a su interés, al interés de quienes gobierna. Sobre la justicia habrá de basarse la teoría platónica del Estado, una justicia que sólo se alcanza, aquí como en Sócrates, mediante la sabiduría [1].
El gobernante debe proteger a sus gobernados, debe ver por el bien común. Para los griegos, el “pueblo” que interviene en el gobierno, nunca fue toda su población. En primer lugar, para poder ser declarado “ciudadano” y con ello tener derecho a interferir en los asuntos de su comunidad, el sujeto debía ser primero un hombre libre, tener propiedades y además una familia. El grueso de la población, lógicamente, no eran hombres con esas características, por lo que quienes tomaban las decisiones en realidad eran la aristocracia y una gran minoría. Así pues, la democracia —entendida ésta como el gobierno de un pueblo mayoritario, en el que la “igualdad, la fraternidad y la legalidad”[2], reinan y aplican para todos por el simple hecho de habar nacido y tener una identidad y nacionalidad—, que resulta para el mundo occidental uno de los mayores valores y también una de las mayores banderas, es desde su nacimiento, una utopía. Ahora bien, la democracia —cosa curiosa— también va unida a la capacidad productiva de una persona. Tener una propiedad implicaba para los griegos haber trabajado para ganarla o, en su caso, haberla heredado; contar con una familia era darle a la sociedad miembros productivos que generaran riqueza, “ya que el hombre, en quien no faltan deseos e intereses, solamente alcanzará a producir si tiene que mantener a los suyos y conservar lo que es suyo” [3]. Otro dato interesante: los griegos, y especialmente Platón, definieron tres clases para la población, los primeros fueron los gobernantes, los siguientes la aristocracia y por último los artesanos y campesinos. Al igual que confirieron al alma tres estratos o niveles, el Estado los tenía: el gobernante estaba representado por la sabiduría, la aristocracia era la acción y los campesinos y artesanos los apetitos; es decir, los campesinos y artesanos debían ser sometidos por las otras clases dominantes porque su esencia era el desconocimiento, la pasión y el arrebato. Eso fue, lectores, lo que rescaté de mi entretenimiento sabatino.
Volvamos nuestros ojos a México. Aquí, como también ya sabemos, primero gobernaron varias civilizaciones majestuosas que nos legaron una cultura llena de coloridos claroscuros. Ese conjunto de civilizaciones con identidad propia fue reunido a punta de sangre, robo o herencia por parte de los aztecas o mexicas, quienes fundaron un estado absolutista basado en el poder de la guerra. Tras apenas unos cientos de años de dominación, fueron precedidos por los españoles y luego de un virreinato absolutista en el que se gestó la mezcla cultural que nos dio identidad, nos embarcamos en distintas guerras que pusieron a uno y otro caudillo al frente del ansiado poder —y aquí me salté casi 200 años de historia para poder continuar con mi columna—. En pocas palabras, en México nos la hemos vivido peleando por ver quién ocupa “la silla”, el “trono” —argumento que han tratado ya muchos escritores mexicanos y que causó uno de los primeros tropiezos mediáticos de EPN—, para tener el poder, la riqueza y estar en la cima de la pirámide.
México, inspirado en la Revolución Francesa, emprendió en 1810 una historia de independencia en la que ha buscado ansiosamente la democracia y la República como forma de gobierno, hoy nos proclamamos como una República Representativa y Federal [4]. Hace apenas 12 años creímos que al fin la habíamos alcanzado. Hoy vemos, con amarga conciencia, que hemos retrocedido y que ese retroceso quizá no implique sólo los 70 años de la dominación priista, sino mucho más.
Después de haberle dicho todo esto, querido lector, ¿tiene usted la misma sensación que yo? ¿Le parece a usted que acaso en México somos democráticos? ¿Le parece siquiera que la democracia existe? ¿Podría darme el nombre de un país que de verdad considere democrático? Si lo encuentra, por favor recuerde el tema de la propiedad del que ya platicamos y no olvide el de la sabiduría. Le recuerdo que Platón consideró que un gobernante perfecto sería precisamente Sócrates, su antecesor, ya que “si su sabiduría es perfecta, el gobernante no tendrá necesidad de leyes puesto que él mismo, que habrá visto el sol al salir de la caverna, será capaz de saber, por puro acto de sabiduría, cuál es la justicia y cuál es la verdad” [5].
La democracia es una utopía porque es un plan, sí, un plan: “proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación” (RAE). Yo, aun con lo que vi este sábado sobre el nacimiento de mi civilización y aun con lo poco que alcancé a reflexionar con esto de los griegos y con las últimas semanas de elecciones en México, no dejo de creer en la democracia; sigo creyendo en el bello sueño de nuestros padres, creo en la democracia de Juárez, creo en la igualdad de Miguel Hidalgo y también creo en la legalidad y el valor del sufragio de Madero. Creo que el dinero no tiene porqué tener el poder porque no necesariamente habla de quién es más productivo —o, ¿me va usted a decir que Televisa es muy productiva?—; creo que los ciudadanos no tienen porqué ser esclavos de unos medios de comunicación corrompidos, que actúan como enervantes y somníferos, que absorben la voluntad y la capacidad de crítica de la civilización y creo que es obligación de las clases gobernantes velar por el bien común, por la educación que es libertad. Yo creo que es posible ser democráticos y creo que un día todos seremos tan sabios que no necesitaremos leyes que nos rijan, porque imperará el respeto, el amor y la justicia. Sí, sí lo creo y por eso no ha dejado de dolerme México, porque lo que a México le pasó fue terrible, porque el paso hacia atrás fue trágico y la suya no es simplemente una tragedia nacional, es una tragedia humana, que abarca a toda la especie, porque habla de nuestra involución.
Hoy yo, a pesar de que la democracia se me haya revelado como un proyecto, sigo creyendo en ella, la veo como un destino y no cejaré ni un minuto, no me daré por vencida, porque he decidido que la esclavitud de la ignorancia, de la desinformación y del fanatismo, no serán para mí obstáculos, no volverán a derribarme y a vencerme. Hoy yo emprendo una lucha para acabar con la desinformación mediática, una lucha personal que, casualmente, los medios de comunicación social me permiten emprender.
Damiana.

[1] Xirau, Ramón. “Grecia” en Introducción a la historia de la filosofía. México: Coordinación de Humanidades, Programa Editorial, Universidad Nacional Autónoma de México. 13 edición 2010. P 72.
[2] “Liberté, égalité, fraternité”, lema oficial de la República  francesa y que nació durante el transcurso de la Revolución Francesa.
[3] Xirau, Ramón. “Grecia” en Introducción a la historia de la filosofía. México: Coordinación de Humanidades, Programa Editorial, Universidad Nacional Autónoma de México. 13 edición 2010. P 73.
[4] República porque supuestamente nuestras autoridades son elegidas por la mayoría mediante procesos institucionalizados. Representativa porque aún cuando ya hayamos elegido, contamos también con representantes que hacen valer nuestra voz en cada toma de decisión gubernamental (diputados y senadores, principalmente). Y federal porque esa es la forma en que nos organizamos, cada uno de los estados de la república son federaciones gozan de autonomía y capacidad de decisión e inferencia en todas las decisiones del país.
[5] Xirau, Ramón. “Grecia” en Introducción a la historia de la filosofía. México: Coordinación de Humanidades, Programa Editorial, Universidad Nacional Autónoma de México. 13 edición 2010. P 73.

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