miércoles, 18 de julio de 2012

Nos han quitado la patria


Hace mucho que el mexicano, el de a pie, no tiene patria, ni chica ni grande. La patria es un lujo que no puede darse; ni osa pensar ya en ello. Verá, usted, en esta nación apátrida es más sustancial arraigarse a los derechos universales de la condición humana que cada día, a cada hora, a cada momento, se van alienando y poniendo en venta. La política y la patria nos expulsan de nuestra más pura y básica condición de seres humanos y de mexicanos. El gobierno nos exilia en nuestras calles, en nuestro desasosiego, en nuestro sinsabor, en nuestra depresión incurable, crónica y pandémica.
Yo, señor, no amo a mi patria, como decía Pacheco; no puedo amar algo que no existe, que ha desaparecido hace tanto tiempo. No amo ni creo en esta “libertad”, ni en esta “independencia”, ni en el nacionalismo barato y septembrino de todos los años. A continuación verá usted porqué.
Uno, si tiene la ventura, el azar bendito que impele el barril del revolver que juega a la ruleta rusa; ha de nacer en una familia, más o menos acomodada, ya no rica, que no pase la penuria diaria de la mayoría mexicana pero, si no, pues hay que joderse. Hay que nacer y crecer desnutrido, con la inteligencia madreada desde el vientre materno, quesque por falta del ácido fólico, quesque por no haber respetado el reposo absoluto que recomendó el médico a la madre embarazada, quesque por un sinfín de desventajas que joden siempre, y siempre joderán al pobre por su mera condición social y económica. El mexicano pobre a veces debe pasar por alto las indicaciones médicas en pos de salir a trabajar para comer y comprarse su medicamento, el mexicano pobre tiene que  nacer en las manos sucias y mortíferas de las parteras que lejos de poseer un mínimo adiestramiento técnico obstétrico, tienen la mollera atiborrada de supercherías y supersticiones. Uno, ya desde muy niño, tiene que irse a dormir en condiciones inequitativas, a veces con hambre, a veces con frío, a veces con miedo, a veces con todos juntos. Es éste el caso de muchos mexicanos.
Si a uno le sigue yendo bien, pues se va a la escuela con la panza de farol, acaso con un café caliente y un mendrugo de pan en los lombricientos entresijos, y toma uno sus clases sin tener cabeza para ello pues se apura uno por mil cosas más inquietantes que si la tierra es redonda como un jitomate con azúcar o plana como una tortilla con sal. Y así uno crece, sin oportunidad de cambiar su propia realidad, sometido y encerrado en un cuarto de cuatro por cuatro donde viven también los hermanos de uno y a veces hasta los papás. Y uno se vuelve joven y lleno de bríos e ímpetus y ambiciones, y ante el confinamiento atroz y falta de oportunidad, toda esa voluntad se tuerce en descontento y resentimiento. Y uno se hace delincuente, nini, vago, un paria, porque es bien bonito juzgar desde el confort de un empleo estable, de una educación asegurada, de un techo firme, de una comida diaria, a todo aquel que no opera como a uno le han enseñado en la escuela, obedeciendo las normas mínimas de ética y moral. Porque claro, clarísimo está que todos tenemos derecho a una educación gratuita, derecho a un empelo digno y remunerado, al alimento diario, a tener una casa, a la tranquilidad… etcétera, etcétera, etcétera. Pero es una falacia, porque la mayoría de los mexicanos viven esta realidad e incluso muchísimas peores día tras día, porque a todas estas gentes que son como uno, no se les ha dado nada, ni siquiera los derechos mínimos que les corresponden y que cada día les son arrebatados. ¿Entonces, si nuestra realidad diaria es cruenta? ¿Por qué no luchar por cambiarla?
El discurso soez y cínico de los medios corporativos de comunicación, rezan en detrimento de los que luchan, y con sus voces espantadas e intolerantes condenan que las movilizaciones, las luchas populares, sólo pretenden causar inestabilidad económica y social. ¿Pero le pregunto a usted, señor obrero, empleado, burócrata, empresario, acaso usted percibe una estabilidad real? ¿No ocurre acaso, que cada mes se da un arietazo a nuestros bolsillos al subir la gasolina? Y aquel que me salga con la patraña de que aquello de la gasolina sólo es una medida para generar recursos y que únicamente golpea a los de arriba porque son ellos quienes se mueven en carro, le diré a su falaz argumento, que por desgracia, el maíz, el arroz, el trigo, los alimentos, las materias primas, los productos no vienen hasta nosotros volando por sí solos; nos llegan por vehículos que pagan gasolina, y que deben cubrir el costo de lo que transportan, incrementando los precios de venta; es un burdo ejemplo quizá, pero no hay estabilidad de ningún tipo, ni económica, ni social. Y ellos, los de arriba, son los primeros en propinar inestabilidad.
Pero por si no fuera suficiente, las televisoras gritan desgarrándose y puritanas, que aquellos que luchan quieren promover la violencia, la guerra, la muerte, la sangre, el sacrificio estúpido. Pero, ¿acaso no vivimos en un país cruzado por la violencia?, ¿no vemos todos los días correr la sangre inocente por las calles de nuestra tierra? ¿Acaso las televisoras y diarios no nos venden con un morbo tremebundo las notas rojas? ¿Cuántos de ustedes, al igual que yo, sienten miedo de salir a la calle y no volver nunca? ¿Cuántos de ustedes no han vivido un tiroteo en su propia calle? Y no hablo de los estados norteños, hablo de todo el territorio mexicano. Y, ¿no se derrama toda esta sangre y muerte sin un objeto justificado, estúpidamente? Entonces, ¿por qué no luchar por nuestro bienestar? Además esta lucha, es plena y pacífica, no pretende llevar a la tumba a nadie que no sea a la corrupción, al fraude y a la violencia. Estamos tan violentados que ya sólo podríamos ganar paz, tranquilidad y menos sangre.
Sin embargo, no bastarán mis argumentos para los señores del poder y del dinero, y correrán como plañideras sollozando socarronamente que México es un país “independiente y libre” y que hay quienes con nuestros ideales pretendemos derrumbar todo eso que tanto esfuerzo y sacrificio costó a los padres de nuestra patria. Pues No, porque México no tiene independencia, porque todas las decisiones de la clase gobernante son un apapacho a las naciones más poderosas que nos aprietan en un puño, que nos asfixian;  incluso decisiones que laceran nuestra integridad como país “independiente”. Todos los pronunciamientos oficiales de nuestra autoridad ante los abusos en contra de nuestros migrantes son blandos, flojos y miserables. Nuestra moneda no vale nada y aún así cada día vale mucho menos; nuestro petróleo está dejando de ser nuestro y le compramos gasolina, que debería ser propia, a las refinerías extranjeras. Obedecemos normas que agreden nuestra condición de pueblos autóctonos, indígenas y latinoamericanos.
Y, ¿qué hay de la libertad?, esa otra falacia coartada todos los días por delincuentes, policías, secuestradores; por la prensa y la televisión que le cercan a uno el derecho a la verdad. La verdad liberta, rompe cadenas; cuando uno no tiene la libertad de decidir por miedo, por amenazas o por ignorancia, uno es esclavo. Por eso es importante darnos cuenta, que no hay patria, ni libertad, ni independencia, ni paz, ni nada… que nos las han robado… pero que en contraste hay mucho, mucho que ganar, si nos unimos, pacíficos pero firmes y luchamos.
Ptolomeo.

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