martes, 17 de julio de 2012

Por la memoria


                                        […] mas no puede dormir eternamente el viento
                                        como a la luz hay que nacer a la memoria
                                        la niebla al cabo habrá de disiparse
                                        de la ahogada penumbra vagamente emerge
                                        el bulto emocionante y mutilado
                                        de mis vidas en ruinas.
                                                                                                    Tomás Segovia, Anagnórisis.

La memoria es la primera piedra sobre la que se erigen todas las estructuras de pensamiento en el hombre. Hacemos una cosa a razón y por resultado de otra, la memoria y la intuición nos permiten elegir, la memoria nos da certeza porque representa a la experiencia misma, el conocimiento vital que nos mantiene cuerdos, sanos, que nos hace existir. Sin la memoria estamos condenados a la nada, al vacío, a la absoluta inexistencia, porque ¿qué más puede atestiguar que hemos vivido, que somos reales, si no es la memoria, si no es nuestro pasado? Nada poseemos, nada tenemos sino lo que hemos sido, somos porque tuvimos un pasado y seremos porque ese pasado nos legó algo. Un pueblo sin memoria es un pueblo condenado a la nada, a la inexistencia, a la pérdida de todo. Hoy, nosotros, nos aferramos a este reducto de conciencia para escribir la memoria de estos días, para impedir que el paso de los días nos permita olvidar.

Una  gran parte de este país no está dispuesta a dejar que las cosas pasen de largo, ni a permitir que la cotidianidad nos embeba de nuevo a todos y nos ahogue la memoria. En México vivimos momentos excepcionales: por una parte, estamos sumidos en un dolor que a pesar del paso de los días, no termina de agotarse, un dolor que nos recuerda que las esperanzas pueden acabarse, que la ilusión puede terminar en cualquier momento y que la ambición puede llevar a cualquiera a hacer lo que sea necesario para conseguir lo que desea —sí, a mí no deja de sorprenderme, a mí todavía me resulta poco familiar, no son mis reglas de juego, ¿qué le vamos a hacer?—. Hemos sido burlados, todos y cada uno de nosotros. Hasta los que “ganaron” lo han sido. Y sí, no crea que soy ingenua, querido lector, entiendo que el marketing político funciona así y que es difícil encontrar a un partido que no haya cometido “atropellos”, “irregularidades” o haya incurrido en algún acto de corrupción que resulte denunciable. Eso no es consuelo, eso no sirve absolutamente de nada. Las cosas están bien o están mal, punto, no hay medias tintas. En este país, la cultura del “ahí vamos” nos ha dejado sumidos en la desgracia, avanzando a paso de tortuga cuando podríamos hacerlo mil veces más rápido si tuviéramos todos el coraje y el valor de dar pasos decididos.

No niego que haya habido avances, que este trago amargo incluso nos ayudó mucho. Sí, definitivamente sirvió y está sirviendo para crear una conciencia cívica renovada, para caminar hacia convertirnos en una sociedad civil mucho más madura y también para que diversos actores políticos que antes representaban una minoría, comiencen a alzar su voz y a ser escuchados. El tema es que ese aprendizaje y esos logros no se ganaron gracias a los que ahora detentan el poder, no, se ganaron gracias a una sociedad y unos actores políticos que para nada están de acuerdo con legitimar ese poder porque simplemente no representa ni encarna la voz de la mayoría.

Creo que ha llegado el momento de tomar compromisos reales, no de campaña, no de eslogan, no de muro de lamentaciones digital. Todos, al menos todos los que estamos profundamente indignados, tenemos hoy la obligación de hablar, de mantener viva la memoria tanto tiempo como sea necesario, para la posteridad, para siempre. Aceptemos la crítica, sí, seamos congruentes, pero seamos libres. Responsabilicémonos de cada uno de nuestros actos, de cada argumento; que la voz de nuestra conciencia, de la congruencia, nos sirvan para combatir esta bruma que se ha cernido sobre México. Que no podamos verla no significa que no está ahí, significa simplemente que estamos tan profundamente dentro de ella que ya nos es difícil verla. Salgamos de la bruma, salgamos del ruido, escapemos a la violencia de su embate para mirar desde una perspectiva más alta, para verlo todo con los ojos renovados.

Necesitamos urgentemente reconstruir este país. No podemos hacer como que nada pasa, no podemos darnos por vencidos, no podemos cerrar los ojos. México vive una crisis profunda, una crisis que pronto tocará a tu puerta o se instalará en tu casa si la ignoras. Y no basta con que vayas a trabajar todos los días y cumplas con tus obligaciones, o que no compres piratería y optes por los negocios locales para hacer tus compras, esas son obligaciones básicas, no acciones constructivas. Es lógico que debes hacerlas, debemos seguir trabajando, porque ahora más que nunca es necesario; pero lo que no debemos olvidar es que también hace falta hacer algo más, hacer algo mejor, ¡hacer algo!

Podríamos comenzar por enterarnos cómo está conformado este país y cómo es que se supone que los ciudadanos podemos ejercer nuestros derechos y hacer que se validen. Si te molestan tanto las marchas y has decidido que lo tuyo es otra cosa y que puedes ayudar desde otra trinchera, entonces, ¿ya sabes cómo lo harás? Haz que las instituciones cobren valor poniéndolas a trabajar, conócelas, acude a ellas y vigila que lo que dicen que debe hacerse se haga, no te quedes callado ni pienses que por ser un ciudadano común tu voz no importa. Importa y mucho. Por principio de cuentas, infórmate, conoce a tus instituciones, conoce a tus representantes. Nos gusta quejarnos constantemente de lo holgazanes que son nuestros diputados y senadores, pero no hemos sido capaces siquiera de enterarnos para qué están ahí y cómo trabajan, mucho menos de acercarnos y pedirles cuentas. ¿Tú reconoces, entiendes que te representan, que son la voz misma de tu comunidad? ¿Cómo esperamos entonces que ellos cumplan si no hay quien les revise la chamba? Volvemos a lo mismo: “el valiente vive hasta que el cobarde quiere” y “a ojo del amo engorda el caballo”. Si los ciudadanos nos comprometemos con el país, si seguimos de cerca lo que pasa y ejercemos presión para que las cosas sucedan, vamos a tener el país que necesitamos. Yo, como muchos, no merezco el presidente que me representará, ¿cuál es entonces mi opción? Trabajar, sí, pero más allá de mi trabajo y mis obligaciones, porque esas, eso son: obligaciones. ¿Te has puesto siquiera a pensar qué país quieres, a planear con tu familia, a discutirlo?

Ninguno tenemos la última palabra ni la voz cantante en nada. Yo no tengo derecho a decirte, querido lector, lo que tú debes o no debes hacer con tu tiempo y tu esfuerzo y tal vez tampoco tengo derecho a molestarte con mis preocupaciones y quejas. Yo, lo único que intento, es mantener viva la memoria, yo me he permitido compartir mis pensamientos contigo deseando hacer algo, esto es lo que a mí me gusta más hacer, lo que, considero, mejor me sale: escribir, alimentar la memoria. Seamos libres, seamos honestos.

Damiana

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