El día de hoy tras la contienda futbolística entre las escuadras de
México y Japón, miles de mexicanos, con una sonrisa ridícula en la boca,
profirieron “¡Ganó México!” o peor aún “¡Ganamos!”. No quiero ser aguafiestas
pero me pregunto, ¿qué es lo que se ganó? O, ya en plan más aleccionador, ¿cuál
México ganó?...
¿Está mal que la selección mexicana de futbol
gane sus partidos? ¿Está mal congratularse por este tipo de victorias? ¿Está
mal que nos guste el futbol? No, de ninguna manera, el problema no es ese, señores;
sino que radica en que el pueblo mexicano sea tan manipulable, tan enajenable y
tan iluso ante el empleo de todo tipo de parafernalias y estratagemas de índole
deportiva, televisiva, sensiblera y espectacular para secuestrar la atención
del ciudadano, del mexicano de a pie, del de abajo que debería tener los ojos
bien puestos en otras cosas más importantes antes que el futbol.
Los de arriba nos tienen bien tomada la medida. Sí,
señor, nos conocen, nos predicen, nos engañan como a niños; saben a la
perfección de donde flaqueamos y por donde nos perdemos; es triste que lo diga,
pero el mexicano promedio lleva una vida de sinsabor, de desdicha, de
desesperanza, de miedo, de derrota, de autoestima golpeada por diversos frentes;
por eso el mexicano tiene una sed tremenda de triunfo, un ansia de sentirse
victorioso, aunque la victoria no se haya arraigado por su esfuerzo, por su
preparación, por su destreza, por su brío; no por nada, el mexicano de abajo,
el de todos los días, el que encontramos en la calle, no contribuye
absolutamente con nada para el triunfo de su selección, a no ser, claro, con
sus vítores y su pasmo descerebrado detrás de su televisor. Tan es así que
cuando el equipo nacional pierde, el clamor popular declara: “Pinche selección
mexicana, otra vez perdió, bola de tarados”, palabras más, palabras menos, es
básicamente la idea, lo he vivido en carne propia, al final de cuentas soy
igual de mexicano que el resto y alguna vez me apasionó el futbol. ¡Ah! Pero la
cosa es muy distinta cuando la escuadra triunfa, ahí sí se oye por todos lados
“Ganamos”.
Señor, señora, ¡ganamos, mangos! Ganó en todo
caso el jugador, el equipo, el contendiente olimpista sea futbolista,
clavadista, marchistas, etcétera, porque nadie, o casi nadie pone de su empeño
para que los deportistas sean mejores y, si no me lo cree, ahí tenemos a la
CONADE, plagada de olvido, carencias, corrupción, desvíos y malos manejos;
todos sabemos que se privilegia el balompié sobre las otras disciplinas
deportivas, ahí tiene usted a la valiente Ana Gabriela Guevara, medallista
olímpica, que con su propio esfuerzo llegó hasta donde llegó, o a la olvidada halterista
Soraya Jiménez —medalla de oro—, ambas denunciando la falta de apoyos,
preparación inadecuada, los patrocinadores monopolizados por el futbol, en fin.
Sin embargo, nosotros como mexicanos, nunca hemos
usado nuestra voz para conminar a la autoridad a cambiar el panorama del
deporte nacional, a todos nos vale un pepino, salvo cuando las olimpiadas están
en puerta, y cuando nos percatamos del pobre desempeño de los olimpistas
mexicanos refunfuñamos y los acusamos de ineptos, de flojos, de incapaces; pero
cuando alguno se llega a colar en el medallero, aún a pesar de la tortuosa
senda que debe sortear en las justas olímpicas, todos somos participes del
triunfo.
Tal vez mi ejemplo sea muy burdo y fuera de lugar
pero, ¿sabe?, así es el mexicano para todo, desentendido, olvidadizo, apático y
mire que no digo que sea su culpa, no, el mexicano promedio es quien menos
culpa tiene en todo este asunto, estoy convencido de ello, al final de cuentas
carga un lastre que le ha impuesto la clase poderosa por así convenir a sus perversos
intereses, nos han forjado desde pequeños a no entrometernos en lo que “no nos
interesa”, a “no ser revoltosos”, a seguir siempre la ley del menor esfuerzo.
Yo considero que no deberíamos de prestar tanta atención al futbol, ni a todos aquellos
enajenantes promovidos por los medios masivos de comunicación, lo invito a que
sea juicioso, crítico y con cuidado priorice sus necesidades de información.
El país en estos momentos está atravesando por un
evento muy delicado que definirá el futuro de todos los mexicanos, incluso de
aquellas generaciones que ni si quiera existen todavía; en cambio, un partido
de futbol, por muchos goles que marquen y por muy padre que sea la victoria, no
tiene, ni por asomo, la misma trascendencia; tal vez exagere, pero de la
definición de las elecciones puede depender incluso si en un futuro usted o yo
podamos conservar nuestro estilo de vida y nuestros bienes, entre ellos un
televisor que nos permita ver un partiducho de futbol. Le suplico que categorice,
si usted tiene bien clara la mente y sabe lo que pasa y aún así quiere ver los
partidos, disfrútelos, enhorabuena, pero sin perder la brújula por favor.
Aún así yo sigo insistiendo en que no mire el
futbol… ¿por qué? Pues podría darle al menos dos razones básicas: por
solidaridad a todos aquellos verdaderos deportistas que sin apoyo oficial, ni
patrocinio real, hacen milagros para ganarse —para ellos, no para nosotros— una
medalla. Y en segundo lugar, porque le pido que recuerde, que siempre que han
sucedido atropellos a nuestra estructura social, que van enmascarados por el
“espectáculo deportivo” o por la “épica del futbol”. Nada más acuérdese del 68
olímpico, del atenuante trágico post telúrico del mundial del 86, de la
desaparición de Luz y Fuerza del Centro ensombrecido por un encuentro de
futbol, de la minimización de las televisoras del primer debate entre
presidenciables hace algunos meses por privilegiar un partido de la selección.
Le aseguro, México no gana nada con los triunfos
en el futbol, ni usted ni yo percibiremos mejores sueldos, ni dejaremos de
sufrir la delincuencia organizada, ni se detendrá la violencia, ni el
narcotráfico, ni se acabará la pobreza, es más, no ganará ni siquiera ni un
chicle; en cambio pone en riesgo mucho, señor y, si usted se siente bien
mexicano, mejor defienda su petróleo, las minas que son explotadas por los
extranjeros, las playas que son privatizadas por los hoteles gringos; consuma
productos hechos aquí, deje de discriminar a su gente por su condición de
pobre, de indígena, de mestizo, de moreno, de mujer, de estudiante, de
homosexual, de distinto; rechace la corrupción, la injusticia, la mentira, el
fraude y la imposición; eso es ser verdadero mexicano. Y ya que si me hicieran
falta argumentos para enfrentar a quien me diga que se gana la satisfacción de
ver a nuestro equipo ganador, le remito al párrafo tercero donde le hablo de la
necesidad del mexicano del reconocimiento y el triunfo. Y remato con un juicio
al que muchos tildarán de paranoico y conspirista; acuérdese de que la
selección mexicana de futbol ha tenido un desempeño reprobable, flojo y
mediocre, y ahora nos salen con la casualidad de que el equipo mexicano, en
pleno fraude electoral, puede ganar incluso el oro a fin de anestesiar el
resquemor social, que curioso ¿no?
Ptolomeo.
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