jueves, 2 de agosto de 2012

Tomar la palabra


La semana pasada fueron tomadas simbólicamente las instalaciones de Televisa en diversos estados de la república. Tan “simbólica” e “insignificante” resultó tal medida, implementada por los del  132 entre otros grupos siempre hermanados por el lema “No a la imposición”; que dio en inspirar nuevas tomas; a tomar el Cine Lindavista, a tomar las Sorianas y, en fin, a tomar todo lo que pueda ser tomado y que legítimamente nos pertenece. Hay que tomar al país. Hay que tomar la patria. Hay que tomar valor, un respiro y vamos con nuevos bríos a seguir la lucha. Hay que tomar la justicia y la palabra. Yo hace un rato que tomé la palabra, y he visto a mis compañeros, valientes y encabronados unas veces, y sesudos y reflexivos otras, tomarla también. Y no le hace que uno no sea político como diría Astrúbal, o que no tengamos mucha experiencia en eso de luchar por los derechos como Ptolomeo, no importa que sea la primera vez que asomamos la nariz en la política. Importa, sí, que alcemos nuestras voces, que salgamos a trabajar con la gente —léase bien: a trabajar con la gente—. Porque el trabajo con las personas implica sentarse un día de muchos a platicar, como no queriendo la cosa, con la vecina de enfrente, con los hermanos, con quien se deje. Y no es convencer a las personas de que se afilien a un partido, es más bien, invitarlos a la reflexión, a la voz activa, a analizar los contenidos, a ser más críticos; es invitar, pues, a no tragarse completito el bocado oficial, la pantomima oficial, la verticalidad de un sistema pútrido.
Trabajar con la gente es educarse uno y luego compartir con otros. Es saber que en México no se puede hablar de que castigos más fuertes, como la pena de muerte, sean la solución a los altos índices de criminalidad, por la simple razón de que la justicia no se imparte equitativamente. Existe junto a esos altos índices delictivos, una gran impunidad en primer lugar, y en segundo un sistema harto ineficiente. Me viene a la memoria el caso de la niña de catorce años, Jessica Lucero Olvera Pérez, que tras denunciar a su violador en el Estado de México, fue extorsionada por los agentes del Ministerio Público que le pidieron dinero para que su denuncia pudiera proceder y, mientras la familia conseguía en dinero, la jovencita fue asesinada brutalmente. Allí una muestra del sistema ineficiente y corrupto que teóricamente debería impartir la justicia. Luego, está por demás hablar del tráfico de influencias y la impunidad; todos sabemos que Carlos Salinas de Gortari hizo su agosto mientras ocupó el cargo de Presidente en nuestro país y tan intocable es que hoy en día lo sigue haciendo. Díaz Ordaz nunca pagó los miles de muertos del genocidio de Tlatelolco. No los pagará porque ya está muerto. Y mejor paro aquí porque no termino.
Decía yo que el derecho: “a cada uno lo que le corresponde” [1], no aplica en México. No todo el que trabaja como burro tiene lo que le corresponde y en cambio hay muchos que tienen mucho sin trabajar. El derecho en tanto conjunto de leyes es en teoría justo, pero en la aplicación de las mismas se viene abajo y resulta pura demagogia.
Se entiende la coacción como el castigo que se infringe a quienes no acatan las leyes del derecho. Y ya he dicho que no tiene mucho caso un gran castigo que en el mejor de los casos no se aplica, y en el peor se aplica a justos por pecadores. Se tiene además el caso del “castigo” que se aplica a los individuos que le son incómodos  al sistema, y éste se vale del conjunto de leyes, que en teoría deberían proteger al pueblo, para reprimir al mismo pueblo. Si un empoderado político, como Peña o Salinas, se enriquece con el dinero del erario como tiene en su mano la ley —secuestrada—, no pasa nada, es lícito; y en cambio si un segmento del pueblo se manifiesta en inconformidad ante su mal gobierno, no es lícito ni legal, porque “perturba el orden público”.
De esta manera se manipula al individuo. No tenemos muy claro ni quiénes somos ni a dónde vamos. Y entre filosofía, leyes y demagogia no nos entendemos. He leído de Daniel Cassany que: “Sólo las personas que tienen acceso a la información de la comunidad pueden participar activamente en la vida política, cívica o cultural” [2], y creo que en mucho tiene razón. Vasconcelos decía que lo que México necesitaba era leer a los clásicos, y me parece que más que leerlos hay que entender el discurso, hay que aprender a transmitir. Eduquémonos y compartamos. Allí está nuestra salvación, hay que ir y hablar, hablar, hablar, hasta acabarnos la saliva y los argumentos, luego: recargar otra vez  los elementos y volver a hablar.
Des Consuelo.

[2] Cassany, Daniel. La cocina de la escritura. Barcelona: Anagrama, 1993. P. 26.
                               

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